sábado, 27 de diciembre de 2014

Savaranos de Catafractaria. "Hacia la guerra".



Barracones. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lamba.

Las paredes mostraban ladrillos de mala calidad donde no había pintura, y donde la había, esta agonizaba en una batalla perdida contra la roña. Las filas de literas no estaban en mejor estado, el hierro desnudo estaba comenzado a oxidarse en las junturas de las soldaduras, algunas estaban calzadas con quebradizos bloques de hormigón. Finos hilos de luz atravesaban la estancia de arriba abajo desde las numerosas goteras de la clásica techumbre abombada. Cinnamus dejó caer su mochila sobre el polvoriento colchón donde se supone que iba a dormir durante la estancia en aquel planeta. Había residido en lugares peores, pero aquello no era normal. Estaban allí para ayudar. Que no les hubieran recibido como era debido le daba igual, pero por lo menos, les tenían que haber dado unos alojamientos decentes. 

Si Sitra pudiera ver donde iba a vivir su marido, quedaría horrorizada. Sus refinados gustos ya se vieron ofendidos cuando la dijo que vivirían en una nave del Mechanicus, no se quería imaginar si la hubiera tenido que llevar allí. Sin embargo sabía que habría ido con él. No lo habría abandonado, igual que cuando se presentó a filas. Por aquel entonces no habían formalizado su relación. Confiaba en que la espera no se le hiciera muy pesada. Se tranquilizó a si mismo pensado en que Dijnia la mantendría ocupada. Ella llevaba mucho mejor los periodos de servicio de Khur. 

De fondo llegaban lejanos ecos de bombardeos. Aún eran tenues, pero sabía que no tardarían mucho en ser sus espectadores de primera fila. Estaba colocando su espada en el cinturón cuando el comunicador pitó. Era un canal protegido al que solo tenían acceso los savaranos, el encargado de comunicaciones leía lentamente las órdenes. 

- Informe de la situación del frente. La ciudad-colmena está siendo atacada duramente desde varios puntos. Las tropas de las FDP y el Astra Militarum están defendiendo el perímetro exterior. Ya se han perdido amplias zonas de los suburbios. Los combates se recrudecen en el suroeste y en el norte. Los cuerpos de ejércitos destinados allí sufren un duro castigo por parte de fuerzas xenos y herejes. El alto mando local nos ha pedido que ayudemos en la defensa de dichas zonas, en 24 horas se nos movilizará para el combate. Ahora hablaran los Mayores para despachar las órdenes respectivas. 

Se sentó en su litera. Alzó la vista para ver como todos los soldados que estaban a su alrededor atendían a sus comunicadores. 

-  Os habla el Mayor Arsacis. Como habéis visto las autoridades del lugar no nos prestan mucha atención, aún así nos necesitan para ayudar en las tareas defensivas. Nos han facilitado camiones de transporte para una de las divisiones. Iremos a los dos emplazamientos en los que la situación está peor. Mi división irá a la parte suroccidental de la ciudad-colmena en los camiones, no os alegréis aún, no tienen pinta de ser muy cómodos. Los orkos están concentrando gran parte de sus cañoneos en esa parte de las defensas. Se prevé un ataque en masa. Auxiliaremos a los guardias imperiales allí destinados. Estar preparados en cinco horas. En un minuto hablará el Volog a sus hombres. 

Camión militar.
Modelo Alpe.

Arsacis era muy diferente al mayor. Como mando a la cabeza de la primera división siempre era mucho más cercano a sus hombres, cuando tenía que hacerlo era igual de recto que Khur, pero siempre los trataba a todos con una actitud de camaradería que rozaba lo familiar. Las rígidas palabras de Volog no tardaron en llegar, su voz sonó tan seria como siempre, aunque se podía notar cierto hastío en su tono. La situación de Zoroaster y la falta de un medio con el que movilizarse al frente rápidamente se hacían notar. 

- Se presenta el Mayor Volog. Antes de aterrizar las fuerzas herejes han arrasado el primer perímetro defensivo del norte con bombas de megatones, la evacuación no había sido completada. Las bajas civiles han sido cuantiosas. Que el Emperador vele por sus almas. -Muchos savaranos repitieron en alto el rezo.- No eran armas sucias, por lo que se ha podido establecer un anillo defensivo de trincheras. Están siendo atacadas en estos momentos por hordas de soldados del Caos. Se nos ha ordenado establecernos en las posiciones de retaguardia más cercanas como posible refuerzo ante una ruptura del frente. He enviado a Warfet para que encuentre transportes. Preparen sus equipos, si en 24 horas no ha encontrado nada, iremos  andando. 

Sistema Sagkeion Lamba. Grupo de Asalto. Bordeando el destructor abandonado.

Desde la apretada cabina de mando Zoroaster veía el espacio alrededor de su transporte. Las naves orkas seguían llegando abriendo fuego con todas sus armas. Se sujetaba a un asidero de la pared con una mano mientras la otra descansaba sobre el pomo de su ensangrentada espada sierra. Los bandazos que daba la nave para esquivar la irregular estructura del destructor eran constantes. Tenían que ir pegados a su superficie para intentar pasar desapercibidos en el caos que se daba a su alrededor. Más de una vez pudo reconocer los disparos de la Lanza de Hierro al destruir una barcaza xeno. Solo sus armas eran tan precisas. 

Las explosiones centelleaban en la sangre seca que no había podido limpiar de su pálido rostro. Tan absorto estaba que no se dio cuenta de que alguien se le acercaba por detrás. No pudo evitar sobresaltarse ligeramente cuando unos dedos le tocaron el hombro. Era Critio, llevaba la gorra debajo del brazo. 

- De buena te has librado. 

- Podía haber sido peor. 

- ¿Qué vamos a hacer? Luther está demasiado ocupado como para contarme nada. 

- Reúne a los hombres y prepáralos para el combate. 

Tras decir esto, Zoroaster se giró sobre sus talones para salir de la sala sin dirigirle la mirada a Critio.  Esto no extrañó al comisario, el capitán ya era poco hablador cuando estaban fuera de servicio, dudaba que quisiera hablar con alguien más después de una experiencia tan cercana a la muerte. Se puso la gorra y se dirigió hacia las salas de abordaje. Lo poco que duró su trayecto estuvo lleno de soldados moribundos que recibían la extrema unción, gritos de los heridos al ser atendidos de emergencia, lamentos de los amputados, tropiezos con apurados miembros de la tripulación, y los constantes latigazos de energía residual que eran repelidos por los delgados escudos de la nave. 

No tardó en verse rodeado de los hombres de Zoroaster. Allí estaban, listos para el combate de nuevo, algunos estaban heridos de levedad, otros tenían las armaduras llenas de desperfectos o regadas con sangre seca. Formaban dos bloques a ambos lados de la sala, todos quietos y callados; al fondo del pasillo, junto a las escotillas, estaban el capitán y Luther, tras un gesto del primero Critio atravesó el estrecho pasillo mientras los soldados se giraban noventa grados para constituir dos conjuntos enfrentados que daban una silenciosa bienvenida al comisario. Cuando este llegó al final todos volvieron a moverse al unísono, creando una única formación compacta. Con un asentimiento de cabeza de Critio colocaron sus rifles laser con la culata tocando el suelo en posición de descanso. 

Zoroaster dio un paso hacia delante. Su voz sonó tranquila, con el tono neutro que le caracterizaba y le daba un aspecto tan inquietante como su estilizada apariencia física.

- Savaranos. 

Todos dieron un golpe con las culatas de sus armas al metálico suelo.

- El enemigo trata de robarnos la nave que reclamamos en el nombre de la Sagrada Terra. Y no vamos a permitirlo. 

Un golpe más. 

- Su nave se ha incrustado en nuestro objetivo. Lo han infestado para internar cazarnos. -Mientras decía esto pudo sentir como los motores hacían la suficiente fuerza de repulsión con la que frenar su trayectoria.- Y no se lo vamos a permitir.

Otro golpe. 

- Les vamos a abordar nosotros a ellos. -No giró la cabeza, pero sabía de sobra que Critio le acababa de dirigir una mal disimulada mirada de admiración.- Mataremos a todos los que podamos mientras Luther sobrecarga sus motores para hacer que empujen al destructor lo suficiente como para ponerse al alcance directo de las armas de la Lanza de Hierro. Una vez pase esto nos replegaremos de nuevo para volver y dejar que los artilleros del Mechanicus hagan su trabajo.

Con el parón en seco de nave los mecanismos de abordaje comenzaron a perforar el casco del primitivo armatoste con el que los pielesverdes habían llegado hasta allí. Todos se repararon. Lar armas fueron revisadas por enésima vez, las bayonetas caladas, las ametralladoras amartilladas, los rifles laser puestos a máxima potencia, los quemadores de los lanzallamas encendidos y las células de plasma activadas. La sala se selló a sus espaldas cuando la primera placa de hierro orko se desprendió medio fundida hacia dentro. 

Se pusieron en movimiento, nada más entrar, Zoroaster disparó a bocajarro a un asustado grupo de pequeños gretchins que no sabían lo que se les caía encima. Era el momento de resarcirse. 

Megapolígono industrial. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lamba.

Guerra, estaban en guerra, y esta vez iba en serio. Le dio otro mordisco a su insípido bocadillo. No era un enfrentamiento entre bandas o clanes. Era una maldita guerra. Los noticiarios decían día y noche que todo iba bien, que la invasión estaba siendo controlada desde el primer momento. Alorso era un simple mecánico, pero incluso él se daba cuenta de que las cosas no estaban yendo por el buen camino. Se había movilizado a todos los hombres posibles de sopetón, no solo estaban combatiendo las FDP y el Astra Militarum, todas las compañías mercenarias cercanas han sido puestas en nómina por las familias pudientes. Y aún así, no estaban ganando. Los rumores de las primeras matanzas de soldados se habían extendido como la pólvora por toda la ciudad-colmena, bajando la moral poco a poco, generando un clima de inseguridad que aumentaba por momentos. 

Fuerzas de Defensa Planetaria en combate.
Planeta Sagkeion.

No obstante, aquella situación no solo era culpa de la aplastante invasión que estaban sufriendo. Todos lo sabían, la falta de preparación, las trabas administrativas, las tirantes relaciones con el gobernador… Las principales familias del planeta se enfrentaban en su propia ofensiva interna por acaparar las riquezas que generaba la industria de guerra. 

Él mismo era un testigo directo de ello, aunque su planeta estaba destinado a funciones administrativas, él trabajaba desde que era pequeño en una de las muchas plantas de producción armamentística con las que los Voga aumentaban sus arcas. No eran malos patrones, sobre todo desde que firmaron contratos de venta y abastecimiento con Guillan Ampillo. En su lugar de trabajo producían aviones militares de todo tipo, en esos momentos el ritmo de trabajo era frenético, lo cual no estaría mal dada la necesidad de material bélico con el que ganar la guerra. 

Sin embargo, sabía que el considerable número de aeroplanos que habían estado construyendo no serían movilizados directamente hacia el frente. No era porque estuvieran mal construidos o tuvieran defecto alguno, más aún, la última revisión del Mechanicus había sido muy satisfactoria. Era por una simple razón. La ley de la oferta y la demanda. Cuanto más esperasen los Voga para venderlos, más beneficios obtendrían, claro está, que para ello contaban con la bien amortizada protección del señor Ampillo. 

Eran asuntos que estaban muy por encima de él, pero era algo por lo que en ese mismo momento estaba muriendo gente. Y no le gustaba. Bueno, por lo menos pagaban. Justo había acabado de pensar todo aquello cuando sonó la sirena que anunciaba el inicio del siguiente turno, se puso de pies y buscó con la mirada a Cirimo y a Barzo, al ver que ya estaban preparándose para montar la siguiente pieza del fuselaje fue hacia ellos para ayudarles. 

El imponente bombardero tetramotor era enorme. La superficie, pintada en tonos mates, tan solo estaba interrumpida por las ventanas justas para no dejar demasiadas brechas en su duro blindaje, y por las numerosas ametralladoras que asomaban desde aberturas en el casco o estaban armadas en torretas de bola. Su diseño arcaico, fruto de las mentes de ingenieros de épocas pasadas, no podía compararse con otras piezas del arsenal imperial, pero cumplía su función con creces, y era lo suficiente sencillo de producir como para dar rápidos beneficios no solo en su sistema, sino que también vendiéndolo a gran escala en los sistemas aledaños. 

Tras un largo proceso de interminable remache su trabajo había terminado, por lo menos con ese modelo, dejarían paso al resto de técnicos mientras ellos empezaban con el siguiente.  

Se fijó en la entrada donde los portones de chapa estaban abiertos de par en par dejando pasar a uno de los bombarderos que ya estaban terminados. Un tractor lo remolcaba hacia el enorme hangar en el que se almacenaban los modelos listos para ser vendidos. Ambos edificios estaban anexos, así que era un proceso rápido. Un pequeño revuelo se estaba formando alrededor de unos recién llegados. Vitaleo, el encargado, discutía enérgicamente con ellos. 

El más grande de ellos era fácilmente identificable, sus ropones rojos y los servobrazos que asomaban desde su espalda lo denotaban como un visioingeniero del Mechanicus, detrás de este, firme, pero silenciosamente estaban cuatro soldados perfectamente uniformados. No los reconoció, ni por sus armas pesadas ni por las formidables armaduras hechas a partir de numerosas placas entre cosidas. Usaban un modelo de rifle láser que desconocía, aunque rápidamente se dio cuenta de que prácticamente toda su panoplia era de otro mundo. No tardo en darse cuenta de que debían ser los refuerzos de fuera del sistema. 

La cara de Vitaelo fue lo que le preocupó, como muchos, se dirigió para ver qué pasaba. No se molestó en ocultar la hidrollave que sujetaba en una de sus manos. 

- ¿Pero cómo que requisas toda nuestra producción de bombarderos? Lo siento, pero no. ¿Y de qué vamos a comer nosotros?

- Silencio trabajador. -El tecnosacerdote dio un paso hacia delante, las vendas que se entremezclaban son sus ropajes se bambolearon lentamente.- El ejército del Emperador necesita esos aviones. ¿Acaso quieres que considere esto una insubordinación? 

- Si os damos toda la producción no cobraremos… Será la ruina. Los Voga pedirán nuestras cabezas.

- Así que quieres algo a cambio.

- Eh… Si. 

- Espera un momento. -Ignorando a la pequeña muchedumbre que estaba reuniendo a su alrededor se dirigió hacia una terminal que solo era usada cuando los miembros del Adeptus Mechanicus los visitaban. 

Tras un rato comenzó a teclear a una velocidad inhumana. Largas secuencias en binario pasaban delante de él tan rápido que hacía daño mirarlas. Alorso vio como Vitaelo se mantenía al lado de este, pero no paraba de rascarse y de frotarse las manos de puro nerviosismo. Casi da un salto cuando el tencosacerdote se giró repentinamente hacia él. 

- Ponte en contacto con tus patrones y diles que tengo una cosa que enseñarles.

-Pero…

- ¡Ya! Y dile que se conecte a la siguiente frecuencia. -Vitaelo apuntó nerviosamente una serie de números en una gastada libreta de fino papel amarillo.

El pobre encargado fue corriendo hasta el monitor de comunicaciones más cercano, se apoyó en la pared durante toda la discusión que mantuvo con varias personas al otro lado del aparato. No faltaron las disculpas apresuradas y las escusas atropelladas. Después de unos largos minutos le indicó al visioingeniero que ya podía hablar con uno de sus directores. 

Volvió a teclear en la terminal, aunque con un ritmo mucho más tranquilo, haciendo pausas, como si estuviera hablando con alguien. A Alorso se le hizo eterno el tiempo que la situación se mantuvo así. Por lo menos estaba alargando el descanso, y eso era algo que se agradecía. Justo cuando Vitaelo estaba a punto de decirle algo al tecnosacerdote, este apagó la terminal y volvió a sobresaltarle al dirigirle la palabra. 

- Ya esta, podéis seguir trabajando. En breves os llegarán órdenes de que tengáis preparados los bombarderos para ser transportados al espaciopuerto más cercano. 

- ¿Y la producción?

- No te preocupes, le he ofrecido a tus altísimos los planos para que podáis fabricar aquí cazas a reacción. Vuestros beneficios se dispararán.

El nerviosismo fue sustituido por la codicia en la cara del encargado. Al ver que el visioingeniero daba por finalizada la conversación y se marchaba seguido de su acorazada escolta se dirigió hacia la misma terminal de comunicaciones de antes para confirmar lo que acababa de pasar. No se olvidó de ordenar a los hombres que volvieran al trabajo a base de insultos y voces. 

Camino de los barracones. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lamba.

- Warfet. -Cinnamus se quitó el casco para poder estar más cómodo, al otro lado Parham y otro de los savaranos lo imitaron.- ¿Qué ha pasado cuando has entrado en la consola?

- Nada importante. Me comuniqué con la Lanza de Hierro para pedirles los planos de varios modelos de aeronaves a supersónicas con los que poder hacer el intercambio. 

- No me gusta. -Dijo Parham.- Deberíamos haber podido tomar los bombarderos sin ningún problema. Están en una situación de guerra total.

- Claro Teniente, pero cuando hay prisa, hay que agilizar las cosas. No creo que te hubiera gustado atravesar andando toda la ciudad-colmena para ir al frente. ¿Verdad, Warfet?

-No pasa nada. El tener que negociar con foráneos no es algo que no nos haya pasado nunca. Además, les he dejado un mensaje a las autoridades del Mechanicus locales. Les he avisado de la clase de planos que van a recibir los directivos con los que me he comunicado.

- ¿Y?

- Pues que a cambio de estar informadas para poder requisar esos diseños tras la entrega de estos, nos darán pilotos para los bombarderos. Ellos devolverán las aeronaves. 

- Muy bien jugado Visioingeniero, se notan los años trabajando con Enoch, ¿eh? -Warfet gesticuló con una de sus manos para quitarle importancia al comentario del Capitán.- A Volog le va a agradar todo esto. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

Savaranos de Catafractaria. "Conflagración".



Lanza de Hierro. Hangar de tropas A-2. Órbita del planeta Sagkeion.


El molesto ruido generado por los mecanismos de mantenimiento de las naves de transporte tenía que competir con el que generaban casi ocho mil hombres que se preparaban para la batalla. Y este era un contrincante al que tener en cuenta. El regimiento había movilizado a las dos divisiones que lo formaban para desembarcar en el planeta. Tan solo se quedarían la novena y la décima compañía de cada una como refuerzo en la hipotética defensa interna de las dos naves que poseían. Aunque no parecía que fuese a darse ningún abordaje. Las flotas pielesverdes y herejes se habían lanzado en masa sobre el planeta, consiguiendo los defensores contener a una parte con la que intercambiaban continuas ráfagas de disparos. El resto ya estaba atacando tenazmente desde el momento en el que el primero de aquellos mugrientos seres puso un pie en el planeta imperial. 

Arsacis caminaba apresurado con su rifle echado al hombro, no sabía dónde estaba Volog, supuso que también estaría ultimando los preparativos de su división. Se apartó a un lado para dejar pasar a un pelotón que se movía a paso ligero, respondió el saludo del teniente a su paso, aunque debido a que llevaba puesto el casco no pudo reconocerle. No faltaba mucho para que él mismo embarcase en su nave. Hizo un movimiento rotatorio con uno de sus hombros para intentar regular el peso de todo su equipo, el cañón del Mk Sariss rozó su cantimplora haciendo un fuerte ruido del que pocos se dieron cuenta. 

Ya se podía ver su transporte. Sintió un pequeño toque en el pecho, algo tintineó a sus pies, era una arandela. Cuando alzó la vista para ver su origen, no se sorprendió al ver a Dijnia sentada sobre una pila de cajas, lo saludaba enérgicamente con una mano, a su lado, admirando inocentemente su puntería, estaban varios niños, eran los hijos de algunos soldados. Se acercó sonriendo, aunque fue ella la primera en hablar. 

- Como estés igual de distraído ahí fuera no vas a durar mucho. -Pareció recrearse con su propia frase, la misma a la que acompañó realizando el gesto de apretar un gatillo con el índice. 

- No te preocupes, estaré más atento cuando las balas empiecen a volar. Yo ya soy perro viejo en esto asuntos. 

- Esperemos que así sea. A Khur no le gustaría perder a otro amigo.

- ¿Aún sigue dando vueltas a lo de Jerio?

- Un poco. Ya no tanto como antes. Fue una pena. -Arsacis asintió con la cabeza.- ¿Cómo se ha portado Seleuco? ¿Os ha dado muchos problemas a ti y a Volog?

- No muchos, aunque su humor ha empeorado bastante desde que nos enteramos de la situación de Zoroaster.

- Bueno. Ya sabes que se cree el único con derecho a mataros. 

Ambos compartieron una sonrisa de complicidad. Hablaron unos minutos más antes de que el mayor se despidiera. Conocía a aquella pintoresca mujer desde hacía mucho tiempo, y se alegraba de que fuera la pareja de Khur. Divina juventud. Sintió una punzada de dolor al darse cuenta del esfuerzo que ella, como todas las familias de los hombres del regimiento, hacía cada vez que ellos se iban a la guerra. La angustia sobre el destino de sus seres queridos, las tragedias de los que nunca regresaron, la resignación de los que sí lo hicieron pero nunca volvieron a ser los mismos. Volvió a girar el hombro molestado, recolocó varias correas y apartó la cantimplora unos valiosos centímetros. Tenía que dejar de pensar así. Se estaba haciendo mayor, y en una profesión en la que eso no ayudaba para nada. 

Sistema Sagkeion Lamba. Grupo de Asalto. Destructor abandonado.

Volvió a pasar la lengua por sus labios. Repasó los cortes uno a uno. El desagradable sabor de la sangre mezclada con sudor no le molestó. No mucho. Lo peor era el dolor que experimentaba por toda la parte izquierda de su cara. El puñetazo que casi lo mata solo lo había dado de refilón, aun recordaba la forma de los pinchos que rodeaban la nudillera con la que el orko le había golpeado. Si no fuera por la máscara antigás se palparía las heridas. El aire de aquella nave era respirable en parte, pero se negaba a exponerse. Syrus tenía mayores problemas en esos momentos. Los pielesverdes atacaban sus posiciones con su ferocidad característica. La llegada del capitán les había dado un respiro, pero había durado tan poco como el tiempo en que había acometido la siguiente oleada. 

Ahora los orkos llegaban con mejores armas, no solo de mayor calibre, sino de plasma y fusión. Cada vez era más difícil hacerlos retroceder, todos los recovecos estaban inmersos en tiroteos perpetuos. El humo comenzaba a acumularse en los techos. Syrus corrió hacia una de las improvisadas barricadas que los savaranos habían montado, tuvo que esquivar a varios soldados que se replegaban siguiendo las órdenes de Zoroaster. Según se acercaba podía ver cómo un pelotón de hombres rechazaba con sus armas de corto alcance una carga de orkos armados con rebanadoras-sierra. Las pistolas disparaban casi a quemarropa y las bayonetas rasgaban músculos el tiempo suficiente para que los lanzallamas y las ametralladoras hicieran su trabajo. 

El último orko en morir atravesó a un soldado con su arma, manchando con el salpicón de sangre a todos. Syrus se agachó para recoger al soldado mientras caía agonizante. El resto de hombres, dirigidos por el teniente Nikkta abrieron fuego con sus rifles y fusiles hacia el final del pasillo para frenar a los pielesverdes. Syrus no sabía quién era el hombre que se moría en sus brazos. Tan solo veía sus ojos a través de las lentes de su máscara, llenos de un dolor espantoso. El moribundo le agarró uno de sus antebrazos, como un último gesto de ímpetu por vivir. El teniente esperó, manteniendo la mirada a aquel desconocido. Sintió como la tenaza de su mano iba perdiendo fuerza poco a poco, al mismo tiempo que su vida se escapaba de su cuerpo. Un charco carmesí los rodeaba lentamente. Al final le soltó. “Ve con el Emperador, está orgulloso de ti”. 

Tomó sus municiones, después depositó con delicadeza el cuerpo, no sin antes dejar sus manos entrelazadas sobre su fusil. Comenzó a disparar junto a los demás soldados. Sus primeros tiros reventaron la cabeza de un enorme bruto que lanzaba descargas de energía hacia ellos con una extraña arma que giraba soltando un ruido infernal; los siguientes hicieron trastabillar a otro que corría despreocupadamente con un enorme arma parecido a un cuchillo de carnicero, aunque de proporciones descomunales, no hizo falta otra ráfaga para rematarle, un disparo de plasma lo atravesó, dejando un burbujeante boquete en uno de sus pectorales.

Asaltante Orko.

El capitán había ordenado que todos los hombres volvieran de nuevo a la nave de asalto con la que habían entrado en el destructor. Se habían extendido algo más de lo normal, y ahora estaban pagando el precio. Cuando ya había acabado con cinco enemigos más, llegaron las órdenes de abandonar la barricada. A su señal, los soldados a su cargo lanzaron una salva de granadas que convirtieron las posiciones orkas en un infierno de lacerante metralla. Una vez explotaron las últimas, comenzaron a retroceder escalonadamente. No tardaron en llegar a su nave, los últimos savaranos arribaban a ella bajo el fuego de cobertura de dos bólteres pesados. Al fondo los pielesverdes eran descuartizados por sus proyectiles explosivos.

Syrus se acercó a un sargento, por la voz debía ser Pronilin. 

- ¿Dónde está el Capitán? -Volvió a dolerle la cara por el esfuerzo que hizo al gritar la pregunta. 

- ¡Está con el Comisario, cubriendo la retirada! -El sargento apenas le dirigió la mirada al contestarle, disparaba continuas ráfagas de láser con la culata de su rifle apoyada en el hombro.- ¡Por ahí!

Al ver el enorme boquete en la pared que le señalaba Pronilin, se sorprendió de no haberlo visto al llegar. Entró en la nave un momento solo para llamar al sargento primero Vardad, que ya salía con su pelotón en ayuda del capitán. Franquearon el agujero en la pared mientras oían de fondo los gritos de Pronilin azuzando a sus hombres para que reforzasen a los equipos de armas pesadas. Atravesaron una sala atestada de hollín, tan solo se cruzaron con un soldado cojeaba mientras llevaba a rastras a un compañero que se sujetaba a duras penas un sanguinolento torniquete en lo que quedaba de su brazo izquierdo. Al pasar a su lado, a una orden de Vardad, uno de los hombres que iba con ellos se salió de la formación para ayudar en el transporte del herido. 

Cuando empezaron a entrar en la habitación en la que estaban Zoroaster y Critio, la escena que vieron les recordó a una de esas enormes pinturas murales que adornaban las residencias militares, allá, en su querida Catafractaria. 

Sobre una enorme pila de cadáveres orkos, lo que quedaba de dos pelotones de savaranos disparaba a todo lo que se les ponía delante. Los enfervorizados xenos llegaban constantemente, enarbolando toscos instrumentos de combate cuerpo a cuerpo, abriendo fuego con sus primitivas armas sin molestarse en apuntar a los humanos a los que trataban de aplastar. En el centro, el capitán junto al comisario empuñaban sus armas uno junto al otro. Blandían sus espadas sierra, cortando extremidades orkas, rasgando la carne y royendo el duro hueso que esta recubría. Critio disparaba su pistola bólter en la cara o en las zonas desprotegidas de los pielesverdes. Zoroaster ya ni siquiera empuñaba su pistola láser, usaba una enorme placa de metal a modo de escudo, probablemente arrancada del cadáver de uno de aquellos inmundos bárbaros. Inmortalizaba a uno de los venerables templarios de los que tanto les hablaba el mayor. 

Los guardias que los rodeaban abrían fuego sin cesar, ignorando cualquier herida que no los hiciera caer mutilados o muertos. Con las bayonetas caladas y empañadas en sangre, los cañones de sus rifles despedían calor de tanto disparar. Algunos usaban directamente sus Mk Sariss, llenando el suelo de casquillos al ser estos expulsados tras accionar su mecanismo de cerrojo. 

Syrus llegó hasta donde estaba Zoroaster, por un momento se pensó que el capitán le iba a atacar, justo cuando se volvió empuñando su arma y su improvisado escudo. Critio dio un paso lateral para cubrir el hueco que este había dejado libre. 

- ¡Ya están casi todos en la nave! ¡Debemos volver con los demás!

- ¡Aún no! Hay que contenerlos más. 

- ¿Qué?

- ¡Le he pedido a Luther que me envíe algunos servidores con minas de plasma! ¡Si nos retiramos ahora nos masacrarán! ¡Mira! 

Señaló con su rugiente espada hacia la puerta por la que Syrus había entrado, varias máquinas del Mechanicus habían llegado arrastrando cajas de metal llenas de explosivos, los cuales estaban esparciendo por el suelo dejando un estrecho corredor por el que ellos pasarían. Zoroaster se volvió soltando la placa de metal con la que se protegía de los enemigos llevándose una mano hacia el comunicador para avisar a los hombres de la llegada de los servidores. Sin embargo no tuvo tiempo para encenderlo, el muro de metal que tenían delante recibió un potente golpe que lo hizo combarse hacia ellos. Por un momento se hizo el silencio, incluso los orkos dejaron de entrar en la sala. 

Una enorme sierra circular comenzó a realizar un corte vertical en la deformación que le había salido fruto del golpe recibido. Antes de que llegase hasta abajo, Critio dijo en alto lo que le había venido a todos ellos a la cabeza en ese mismo momento. 

- Un Dreadnought. -Se giró hacia Zoroaster esperando una respuesta, no disimuló el hecho de que no había bajado su pistola, este dio un paso hacia delante, dándole la espalda al Comisario. 

- Retirada. -Hizo una pequeña pausa esperando lo inevitable, aunque no llegó.- Volver todos a la nave, yo me quedo. -Al decir esto guardó su espada en la funda y recogió un lanzagranadas de un soldado,- Si en diez minutos no he regresado partid sin mí. Luther sabe lo que hay que hacer. 

La pared comenzaba a ceder del todo cuando los últimos hombres salieron. Zoroaster se quedó detrás del quicio de la entrada. Al otro lado de esta los montones de peligrosas minas explosivas emitían ligeros pitidos confirmando que estaban activadas. La luz añil que emitían le daba un aspecto extraño a los cuerpos que recubrían el suelo. La enorme máquina de guerra orka entró seguida de una formidable masa de vociferantes guerreros. Tanto el dreadnought como su escolta se frenaron cuando habían llenado la mitad de la habitación, mirando hacia todas las direcciones, decepcionados, se habían dado cuenta de que los humanos acababan de marcharse. 

Zoroaster contuvo la respiración. Accionó cuidadosamente el mecanismo que ponía un proyectil en la recámara de su lanzagranadas. Inspiró profundamente. Se asomó repentinamente apuntando con él hacia el centro de la sala en la que los orkos comenzaban a moverse. Con una serie rápida de movimientos descargó las seis cargas de munición sobre los pielesverdes. No se aseguró de si había hecho blanco o no, el grito de sorpresa de los xenos, seguido de las explosiones de sus disparos, le confirmó que habían picado el anzuelo. Comenzó a correr hacia la nave como nunca lo había hecho en su vida. No había llegado al agujero por el que habían entrado Syrus y los demás cuando la descomunal detonación de las minas emitió un averno celeste que desintegró a sus perseguidores. 

El golpe de calor casi lo ahogó, teniendo que correr a gatas y a ciegas. Se estaba abrasando las plantas de los pies y las palmas de las manos por el calor que el suelo había tomado tras la detonación. No sabía hacia dónde iba, gruño al notar que se le hacía un nudo en la garganta. Miedo a morir. ¿Ahora? Estaba a punto de darse por perdido cuando unas manos lo lanzaron contra una fría superficie metálica. En un acto reflejo desenvainó su cuchillo de combate, comenzando a dar estocadas al aire violentamente. Esperaba vender cara su vida. 

- ¡Pare señor! ¡Por el Trono! ¡Pare! -Era Syrus.- El Comisario casi me ejecuta por salir a recogerle. Si le dejamos ahí habría matado a todos los orkos usted solito. ¡Pero nos habríamos quedado sin usted!

Los soldados que estaban cerca asintieron al unísono alegrándose por la vuelta del capitán. La nave de asalto comenzó a moverse, pero no fue en dirección a la Lanza de Hierro. 

Espaciopuerto. Ciudad Colmena de Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lamba. 

Los motores de las naves de desembarco  ronroneaban al enfriarse poco a poco, Mitrídates sintió el aire de aquel planeta en la cara, era ardiente, aunque no lo suficiente como para que hiciese mucho calor. Probablemente cuando salieran de aquellas instalaciones la temperatura bajaría unos grados más. Nuevos olores hacían acto de presencia junto a los aromas metálicos a los que tanto se había acostumbrado, por un momento se encontró a sí mismo echando de menos su humilde aldea en Bactris, quién se habría imaginado que un día saldría de allí para enrolarse en los savaranos…

El espaciopuerto era grande, aunque no era nada fuera de lo normal, incluso, quizás era un poco mediocre. Los vehículos del servicio interno estaban algo destartalados, las cuadrillas de obreros brillaban por su escaso número, el piso estaba en mal estado; incluso el recibimiento había sido algo nimio. Tan solo unos funcionarios acompañados de un par de ásperos militares que les habían indicado en un mapa de papel carcomido dónde estaban los barracones en los que se podrían asentar. Eso no era bueno, parecía que su ayuda no era deseada. Seguro que se trataba de algún politiqueo interno, o de propaganda para ensalzar a sus propias tropas. Les iba a hacer falta, por lo que él sabía casi todo el planeta estaba en pie de guerra, una invasión de herejes y orkos al mismo tiempo pondría a prueba a las FDP más de lo necesario. A ver cuánto tardaban en surgir los primeros conatos de revuelta.

Robot de Combate Beta Tai Asediator.
Legio Cybernetica.
Adeptus Mechanicus.

Algo destacó en su visión periférica, se giró desde donde estaba, un grupo de soldados ayudaba a media docena de trabajadores vestidos con monos amarillos a subir cajas de munición a un enorme tráiler situado cerca de la salida del recinto. Presidiendo la escena estaba uno de los robots de la Legio Cibernética. Rápidamente se dio cuenta de que había un par de ellos más escoltando su equipo y suministros. 

No muy lejos de aquella situación estaban Arsacis, Volog y Warfet, hablaban entre ellos señalando el mohoso mapa que les habían dado las autoridades de lugar. De vez en cuando señalaban a los tres robots y a sus respectivos operarios, los cuales permanecían en silencio detrás el visioingeriero. Estaba claro, se los llevarían para establecer un perímetro defensivo en torno a sus alojamientos. Si en aquel planeta no de fiaban de los savaranos, ellos estaban en su derecho de hacer lo mismo. 

Un niño entró en las instalaciones y se pudo a tocar a la máquina del Mechanicus con lo que parecía una delgada caña de metal. Mitrídates sonrió para sí mismo. Una apurada madre apareció poco después para dar un cachete al valiente chaval y llevárselo de una oreja mientras se disculpaba apremiantemente ante los soldados que estaban allí al lado. Volvió a acordarse de su planeta.

sábado, 18 de octubre de 2014

Custodios del Tridente XVII: Dolor y duda 04 [Relato]

DOLOR Y DUDA 04

--Acorazado Imperial Alma de Belerin, Guardia Belerinita--

- No ha sido como esperaba.

- Nunca lo es, Wernoh. Pero al menos no ha sido una reunión tediosa, ¿no crees?

- No, pero me hubiera gustado más que todos tuviéramos los mismos objetivos, ¿acaso no debemos todos luchar por el Imperio?

- Oh vamos, tienes varios siglos a las espaldas, ¿esperabas otra cosa?

- No, pero estaría bien ser sorprendido alguna vez.

- Eso es muy difícil.

Asirus, al que seguían Wernoh y Furnsa, había decidido abandonar cuanto antes el Alma de Belerin, no sin antes enterarse de que habría reuniones menos públicas por parte de algunos comandantes y el Lord General Jarwe. Pero él no pensaba demorarse más, así que se estaban dirigiendo con presteza a la Cañonera que los llevaría de regreso a la Nudus Pugio.

- Em... Capitán.

- ¿Sí Furnsa?

- ¿Es buena idea haber realizado tantas promesas?

- ¿Tantas?, hermano esto no ha sido nada. Y recuerda, no son promesas, son acuerdos u ofrecimientos.

- Ya, pero a parte de lo del Contemptor, ¿qué obtenemos a cambio?

- ¡Furnsa!, no hables de eso aquí. - intermedió Wernoh con gravedad.

- Venga ya, viejo.

- Silencio. Wernoh tiene razón, hay cosas que no son para oídos ajenos. Seamos cautelosos hasta estar en la Nudus Pugio.

- De acuerdo, pero...

- Obtenemos aliados Furnsa, aliados.

- ¿Y eso es necesario?

- Puede serlo. No te gusta, lo sé, pero no podemos estar solos en esto.

         *              *               *
 
--Fragata Tinea Polaris, Custodios del Tridente--

- Ayúdame a ponerme la servoarmadura.

Su escudera, Mishka, dudó un momento pero en seguida se puso manos a la obra. Dos servidores se afanaban en colocar cada pieza en su sitio, como se les había implantado en su mente semilobotomizada, pero su falta de gracilidad los hacía algo torpes, con movimientos mecánicos y sin apenas percatarse de la tensión que Ghuno sentía, que lo hacía cambiar de postura una y otra vez. Tampoco ayudaba el hecho de que el cubículo pareciera atestado con tan sólo cuatro seres en él, incluso si uno de ellos era un astartes.

- Señor, ¿puedo preguntarle algo? - le dijo Mishka sin levantar la vista de lo que estaba haciendo.

- Sí, adelante.

- ¿Siempre es así?, quiero decir... los acuerdos con la Guardia Imperial.

- ¿Qué quieres decir?

- El Capellán, el sargento de la espada y usted estaban muy enfadados.

- El sargento de la espada es el sargento Bilko de la escuadra de asalto Espadas Negras. Y no, no estábamos enfadados.

El silencio de la muchacha hizo que Ghuno la mirara interrogativamente. La chica levantó la vista y lo miró a los ojos.

- No me lo ha parecido, más bien ha sido muy intenso.

- Supongo que desde tu perspectiva ha sido así, pero solo estábamos un poco molestos. Ten en cuenta que somos astartes, nuestras emociones son algo distintas.

- Sí, debe ser así, aún debo acostumbrarme. Aunque, en mi opinión, se lo merecían. - Ahora había un intenso brillo en el iris de la muchacha.

- Ya te he dicho que no estábamos enfadados.

- Pero han sido irrespetuosos.

Ghuno permaneció en silencio mientras se ajustaba el casco, la última pieza del equipo. Ella se alejó unos pasos para coger las armas de su señor de los soportes.

- Mishka.

- ¿Mi señor?

- La mayoría del Imperio se comporta de modo similar.

- ¿Irrespetuosos con los Marines Espaciales?, eso no es posible, un astartes es...

- Sí que es posible, tú aún no lo entiendes porque en Nusci somos tratados con respeto, como héroes, pero allá abajo - dijo señalando vagamente hacia el suelo - no somos humanos.

- Pero eso es evidente, sois astartes.

- Sí, pero no me refiero a eso, digamos que somos algo tan diferente, tan extraño, tan...

Ghuno se irguió en toda su estatura y las lentes oculares del casco de color rojo sangre se centraron en ella. Notó como se le aceleraba el pulso mientras se rascaba nerviosa la cara.

- ...tan monstruosos. - aseveró con voz neutra.

- Mi señor, no sois monstruos.

- No importa Mishka. Para casi todo el Imperio somos simples guerreros que solo deberían vivir en el combate. El resto del tiempo somos unos gigantes incómodos que estorban su vista.

Mishka frunció el entrecejo y soltó un exabrupto sin apenas controlarse. Antes de que pudiera decir nada alargó la mano hacia ella, lo que la hizo callarse.

- Pásame la espada.

Se la dio agarrándola respetuosamente con ambas manos. A pesar del peso del arma sabía que no la dejaría caer. Ghuno la agarró por la empuñadura con la hoja hacia abajo y echó una ojeada al pomo.

- Has hecho un buen trabajo. Ahora será mejor que prepares tu equipo, en una hora nos acompañarás ahí abajo.

         *              *               *


--En algún punto de la superficie del planeta Gurbin, Sistema Dolnúdaca--


Mishka se ajustó mejor la cartuchera al muslo mientras hacía lo posible por parecer invisible. Si ya había sido raro viajar en una Thunderhawk amarrada ridículamente a uno de aquellos asientos enormes junto a tres servidores pseudolobotomizados y un buen número de material, ahora estaba pasando uno de los momentos más vergonzosos de su vida.

Toda la escuadra Nubes de Humo, de la que su señor era sargento, estaba desplegada alrededor del conjunto que formaban ella, los tres servidores, el material que los había acompañado y una enorme caja pesada que no tenía ni idea de qué contenía. Todo eso ya era algo raro para ella, pero lo que la tenía de los nervios era que a solo unos pasos había una veintena de soldados en posición de firmes dándoles una bienvenida militar y, más allá, un delgado cordón de la FDP del planeta manteniendo a raya a un numeroso grupo de civiles que no paraban de vitorear y festejar la llegada de los Marines Espaciales a su población. Y aquella situación ya llevaba una media hora dilatándose.

Aquello era ridículo, y estaba segura que su señor opinaba lo mismo pues no hacía más que darse suaves toques en el casco. Ese gesto, y los leves chasquidos que salían de los cascos de los astartes, sabía que significaba que los Tridentes se estaban comunicando entre sí en un circuito cerrado.

Volvió a erguirse y lanzó una inquieta mirada a la muchedumbre. Con un resoplido se rascó el mentón justo sobre la leve cicatriz que le había dejado el cuchillo de Jurdo. Al menos había tenido suerte con el castigo por aquel combate. Como ahora formaba parte del servicio de los Custodios del Tridente había sido su propio señor, Ghuno, quien la había reprendido e impuesto un castigo. Aunque podría haber dejado que fuera uno de los otros siervos veteranos de la expedición el que la castigara, su señor se había reservado aquel derecho y, para su sorpresa, lo que quería era que le contara todo lo referente a ella, sin que omitiera nada para, después, pedirle que esculpiera una serie de relieves en el pomo de su espada de energía. Puede que contarle su vida le hubiera costado mucho, pero no podía considerarse un castigo a su modo de ver, y lo de cincelar el relieve en aquella enorme espada menos aún. No era armera exactamente, más bien tenía cierta destreza para manipular, arreglar y decorar un arma, no podía compararse a un armero como Huggins, pero le gustaba mantener cierta conexión con el metal y este había sido muy amable al permitirle aprender junto a él en su tiempo de ocio. Era lo más cercano a sentirse como en casa que había tenido todos los meses que ya llevaba con la Quinta, sobretodo las interminables semanas que habían tenido que estar parados en Nusci. Su padre era un mecánico muy reconocido por sus vecinos, y ella, hasta alistarse en la Guardia Naval Tritón, le había ayudado en multitud de trabajos, así que distraerse tratando de aprender algo sobre la profesión de armero había sido una elección de la que no se arrepentía en absoluto, sobre todo tras la mala experiencia antes de pertenecer a la Quinta cuando había intentado ayudar a los mecánicos y tecnoadeptos de la pequeña nave de vigilancia que había sido su primer destino.

Fijó su mirada disimuladamente en el pomo de
la espada de energía de su señor. Era un arma magnífica, y era una lástima que no estuviera recargada de decoración aquí y allá, aunque ella esperaba fervientemente que eso cambiara con el tiempo y fueran sus manos las que lo hicieran posible. Sus ojos siguieron las delgadas líneas que había cincelado en el metal con reverencial esmero y se sintió orgullosa de sí misma. Su señor había sido muy específico en lo que quería representar. Enumeró mentalmente sus palabras: el pomo, con la forma de un prisma romboidal, debía presentar cuatro líneas horizontales y ocho verticales, distribuidas de la siguiente manera: dos de las horizontales debían situarse de manera paralela a la unión del pomo con la empuñadura, las otras dos líneas horizontales estarían paralelas al acabado en punta del propio pomo, las otras ocho líneas, las verticales, paralelas entre sí, debían ser onduladas y quedar encerradas entre las líneas horizontales que daban al cuerpo de la empuñadura. No sabía el por qué de su distribución, pues su señor Ghuno no se lo había dicho, pero eso ahora no le importaba, pues le había felicitado por el trabajo y eso le había hecho sentirse eufórica.

Un destello y un chasquido sordo la sacaron de su ensimismamiento. Aunque le parecía irreal se dio cuenta de que aquello había sido un disparo láser que había chocado contra la hombrera izquierda de su señor, parpadeó sorprendida cuando dos impactos más le siguieron al primero. De súbito los Custodios del Tridente tomaron posiciones de combate y el atronador sonido de los bólteres ahogó la granizada láser que se había iniciado. Ella imitó su ejemplo y se lanzó a tierra mientras descolgaba del hombro su carabina láser y buscaba objetivos. La muchedumbre se dispersaba desordenadamente, a veces pasando por encima de la FDP, mientras los soldados Fusileros Dolnudacitas respondían también al fuego de manera sincronizada.