Interior del crucero.
La compañía del capitán Cinnamus
fue la primera en entrar en la estructura, apareciendo ante ellos lo que
parecía un gran taller. Las barridas de los escáneres de la Lanza de Hierro no
habían fallado, la sala era enorme, estaba llena de extrañas máquinas fijadas
al suelo, probablemente dedicadas a tareas de autoabastecimiento de piezas para
la nave. El ambiente estaba cargado de suciedad, envolviendo todo en una
oscuridad espesa llena de sombras; el techo no era muy alto, aunque disponía de
varias rejillas de ventilación oxidadas, algunas habían sido reventadas, otras
tenían marcas de haber sido forzadas con anterioridad.
Los soldados entraron
decididamente, la mayoría había enganchado su linterna en uno de sus hombros,
formaron un semicírculo en torno al agujero por el que habían entrado y
esperaron algún contacto. El mayor Volog estaba en el centro de la formación
junto a Seleuco, rápidamente, bajo su atenta mirada, los hombres de Cinnamus
recorrieron la sala, todos estaban en silencio, caminando despacio, apuntando
con sus armas a todas las direcciones. El suelo estaba repleto de desperdicios,
crujiendo muchos de ellos bajo las botas de los soldados, provocando más de una
mirada de disgusto del comisario, aún así el que más sufría con esto era
Warfet, el visioingeniero asignado por Enoch. Debía estudiar todo lo que
pudiera para ir recabando información que entregar a los Magos, cualquier cosa
era valiosa en una nave de semejante antigüedad.
Su cuerpo no estaba tan
mecanizado como el de otros tecnosacerdotes, su pertenencia a la secta Organicista
hacía que mejorase su cuerpo con implantes y órganos sintetizados por él mismo.
Una muestra de esto eran sus brazos, acrecentados con músculos artificiales de
color blanco, o sus sentidos, amplificados con varios órganos extra que él
mismo se había implantado en el cuerpo. De un modo macabro numerosas vendas
sucias colgaban de todas las partes de su cuerpo, entremezclándose con sus
ropas rojas, las cuales al ondear dejaban entrever varios tanques incubadores
pegados a su armadura. Era sabido por todos que detestaba los implantes
mecánicos, sin embargo eso no impedía que se ayudase de dos imponentes
servobrazos. Situado detrás de los soldados, llevaba su pistola infierno
colgando despreocupadamente de una de sus manos, con la otra apoyaba su hacha
dentada en su hombro.
Los hombres llegaron a los
extremos de la sala, Volog pudo ver señales de las tres entradas, “todo
despejado”. Apresuradamente ordenó tomar posiciones defensivas en estas, al
mismo tiempo mandó que se comunicara a otra compañía que fuese entrando para
reforzar su posición. Esta era la del capitán Zoroaster, un hombre alto, pero
demasiado delgado para su tamaño, y pálido, muy pálido, tanto que su piel
parecía cera a punto de romperse, esto era porque pertenecía a Hicorion, era un
nacido en el Vacío. Sus hombres, naturales del resto de planetas y lunas de
Catafractaria, se tomaban su aspecto un poco a huasa, eso sí, el respeto que le
procesaban era descomunal, llegando la mayoría de ellos a las manos con
cualquiera que osase insultarle.
Llevaba su espada sierra
firmemente agarrada, apuntando con ella, daba órdenes a sus soldados para que
se posicionaran en las entradas, las cuales, lo suficientemente anchas como
para que seis hombres desfilasen uno al lado del otro, estaban siendo fortificadas
por sus compañeros a las disposiciones de Cinnamus. Los saludos fueron
cordiales entre ambas compañías, la de Zoroaster se posicionó en los laterales
de la sala, mientras tanto la de Cinnamus se ordenó en el centro, preparada
para entrar en las entrañas de la nave. Seleuco se movía entre las apretadas
formaciones de soldados supervisándolos, llevaba su pistola bólter
desenfundada, lo cual hacía que más de un soldado se tensase al verle pasar.
Los savaranos eran famosos por su disciplina, no querían ser un ejemplo para
los demás.
Warfet se acercó a Volog, este
estaba a la cabeza de la compañía de Cinnamus, hablando con el capitán sobre la
calidad del aire. Rápidamente hizo un análisis de este.
- Mayor, el aire es respirable en
un 81 por ciento, sus hombres pueden quitarse las máscaras, aún así que las
tengan a mano, que se las pongan si se sienten mareados. - Volog hizo que el
encargado de comunicaciones retransmitiera el mensaje, muchos soldados se las
quitaron aliviados, poniendo mala cara al notar el olor a cerrado de la sala,
otros pocos, más precavidos siguieron con ellas.
- Warfet, ya que estas aquí. Esas
rejillas de ventilación no me dan buena espina, deberíamos sellarlas.
- Cierto, haré venir a unos
servidores para que las cierren. -Señaló una máquina situada en una de las
esquinas, esta era algo más alta que las demás, y disponía de una superficie
plana bastante amplia en su parte superior.- Haré que pongan una Tarántula ahí.
- Bien, date prisa, cuando
Seleuco acabe la ronda nos internaremos en la estructura.
Interior del acorazado.
Arsacis avanzaba a paso ligero
hacía el interior de la nave, apoyaba el rifle laser en la cadera mientras se
esforzaba por respirar el aire sofocante de la máscara antigás que llevaba
puesta, puede que le hubiera salvado la vida en numerosas ocasiones, pero la
seguía odiando con la misma fuerza que cuando le tocaba ponérsela en el
servicio militar. A su derecha iba Khur, decidido con la mirada hacia delante,
se podía oír el crepitar de su espada de energía. Como respuesta, era
contestada desde la derecha del mayor por los gruñidos de la espada sierra del
capitán Mitrídates. Detrás y a los lados, la compañía bajo las órdenes del
último les seguía el paso.
Aparecieron en la sala de forma
ordenada, tomando una formación apretada pegada a la pared por la que habían
entrado. El habitáculo era de grandes dimensiones, sus paredes estaban forradas
de placas blancas separadas entre sí por junturas doradas, algunas tenían
inscripciones en el mismo idioma que el que acompañaba al Aquila Imperialis del
exterior, otras, las más grandes tenían pantallas apagadas en su interior. En
el centro, a lo largo de toda la estancia, había una serie de estanterías algo
más altas que un hombre. Colocadas en filas paralelas entre sí, estaban llenas
de artilugios de lo más variado, algunos se habían caído y acumulaban polvo en
el suelo, aún así todos ellos tenían algo en común, algo de lo que todos se
enteraron cuando Enoch se salió de la formación y recogió uno al azar.
Armas. Pero de una factura
desconocida, no parecían imperiales, ni siquiera de las épocas más antiguas. El
visioingeniero sujetaba entre sus manos lo que parecía un fusil de asalto, era
ligero, compacto y tenía un tacto suave. El cuerpo, de color negro, estaba formado
por una sola pieza, no tenía culata, la empuñadura situada atrás, en la parte
baja, y disponía de un pequeño asidero cerca del cañón, el cual estaba dividido
en tres pequeñas salidas. Carecía de rejilla de expulsión, por lo que debía ser
de energía. El cargador parecía estar integrado en el lateral del arma, en este
había un Aquila dorado añadido con posterioridad. Enoch se giró para seguir
estudiando el arma, pero fue sacado de su ensimismamiento por Khur.
- ¡Visioingeniero! ¡Vuelve a la
formación ahora mismo! - Su voz sonó dura y autoritaria. Guardó el fusil
mientras se giraba. - ¡Los auspex detectan algo!
Enoch se dio cuenta de su error,
en su afán de recabar información se había expuesto demasiado, estaban en
territorio enemigo. Volvió rápidamente con los demás, se posicionó al lado de
Halls y sacó su combiarma, un bólter con un rifle de fusión acoplado. El
comisario había encendido su puño de combate, en su otra mano llevaba su
pistola laser.
A una orden de Khur toda la
compañía se pudo en guardia, los rifles laser formaron un erizo alrededor de la
alineación, los lanzallamas encendieron sus quemadores, los rifles de plasma
pitaron al aumentar su potencia, los operarios de los bolters pesados
amartillaron sus armas. Khur volvió a mirar el auspex que le había enseñado el
sargento primero Procass. La sala en la que estaban solo tenía una entrada, la
cual estaba situada en la pared que tenían delante, disponía de unas grandes
planchas blancas que debían hacer de puertas, estas estaban cerradas. Al otro lado, el aparato
reconocedor detectaba de una forma muy tenue una serie de señales individuales
que se agolpaban en el pasillo del exterior. Cada vez eran más.
Ataque inminente. |
- Preparados. Parece que vamos a
tener contacto. - La voz de Arsacis sonó seria, al parecer los inquilinos de la
nave los estaban esperando.
- ¡Tened cuidado! Lo que tenemos
delante es más valioso que nuestras vidas…
- Tranquilo Enoch, intentaremos
que no nos estalle nada en la cara.
Mientras el mayor decía esto,
Khur desenfundaba su pistola bólter, preparó el primer proyectil.
- Armas pesadas, las líneas de
fuego en los pasillos. A mi orden, disparad.
Justo después de que el coronel
diera la disposición con la que mal contentar
a Enoch, un golpe en la puerta hizo que todos
se templasen. Una de las láminas se abolló hacia dentro. Después de
esto, un sinfín de chillidos agudos precedió a toda una tormenta de golpes y
zarpazos que destrozaron la puerta. Durante un instante parecía que no había
nada detrás de la negrura que dominaba el pasillo de entrada a la sala.
Cualquiera que hubiese pensado así no podía estar más equivocado, cómo sombras
escapando de la luz hicieron entrada los genestealers.
En su característica posición de
cuclillas se dirigieron hacia los savaranos a toda velocidad, llenando la
entrada en un momento, dirigiendo sus maliciosas miradas azules hacia sus
nuevas presas. La masa quitinosa que formaban corría desbocadamente entre las
estanterías, otros cuantos trepaban por las paredes o daban formidables saltos
clavando sus afiladas garras en el pavimento blanco como si este estuviera
hecho de mantequilla. En un momento habían llegado al centro de la sala.
- ¡Enviarlos al infierno!
La orden de Khur fue amplificada
por los oficiales de comunicaciones. La respuesta no se hizo esperar, los
guardias imperiales desplegaron toda una cortina de muerte. Los rifles laser
comenzaron a aullar lanzando ráfagas que atravesaban los cuerpos aliens
haciendo que cayeran al suelo entre espasmos sanguinolentos, los proyectiles de
bólter atravesaban la carne haciendo explotar los cuerpos desde dentro,
salpicándolo todo de sangre. Las descargas de plasma y fusión derretían las
protecciones quitinosas hirviendo a los xenos con aberrantes quemaduras que licuaban
sus entrañas.
Entre el ensordecedor fuego de
las modernas armas imperiales se podían oír algunos chasquidos de fusiles de
cerrojo, estos pertenecían a los soldados equipados con lanzagranadas o
lanzacohetes, al no poder desplegar su poder destructor en la sala habían optado
por utilizar sus Mk Sariss. Cada repiqueteo expulsaba un casquillo vacio, cada
disparo proyectaba una unidad de munición sólida que mataba a un genestealer
arrancando de cuajo la parte del cuerpo alcanzada. Todos los soldados eran
expertos tiradores con esa arma. Cuando los hijos de los ciudadanos del sistema
Catafractaria llegaban a la adolescencia, sus padres encargaban un modelo nuevo
de esta arma que les entregaban como regalo, acompañándoles a los largo de sus
vidas, incluyendo el duro servicio militar y el servicio en la guardia.
A pesar de las bajas los
monstruosos tiránidos no cesaban de avanzar. Los vivos pisoteaban a los
moribundos. No había dolor ni miedo. Habían dejado de entrar por la puerta y
habían rebasado las estanterías del centro de la sala. Ya casi estaban a punto
de chocar con la línea de guardias. Por pocos que llegasen, esas
monstruosidades de más de dos metros de alto podían hacer mucho daño cuerpo a
cuerpo, lo que tenían en frente eran guardias imperiales, no astartes.
- ¡Llamas!
Los vocooperadores trasmitieron
la orden a todo volumen. Los soldados equipados con los lanzallamas dispararon
sus armas contra la masa de xenos que recibió de lleno la descarga de prometium
ardiendo. Con un aullido estridente los últimos genestealer se estrellaron
contra el muro de fuego que tenían delante, cayendo abrasados y carbonizados, bramando
de dolor en una agonía final más que merecida.
Cabeza de puente Alfa Prima. Crucero.
Cinnamus esperaba pacientemente a
que Volog diera de orden de avanzar, toda su compañía formaba lista para
internarse en la estructura. El mayor hablaba con Seleuco y Warfet al frente de
la formación, discutían de algo, lo ignoraba. Pudo ver a los hombres de Zoroaster divididos en tres
grandes grupos de defensa, uno por cada puerta, las cuales habían sido abiertas
manualmente y fortificadas con barricadas artificiales hechas con planchas de
metal con troneras y ametralladoras fijas. Los que no atisbaban con sus armas
la negrura de los pasillos de la nave, esperaban de pie o sentados hablando en
bajo entre ellos. Varios servidores habían traído estas defensas, después de
entregárselas a los guardias para que las colocaran, habían sellado las
rejillas de ventilación y habían colocado una tarántula armada con dos bólters
pesados.
No le gustaban ese tipo de armas
automáticas, de hecho pensaba que en el fondo ningún soldado las apreciaba.
Eran útiles para ayudar en las tareas de poliorcética, pero no eran de fiar,
era muy raro que ocurriese un accidente, pero no le confiaría su vida a una
máquina por muy bien que estuviera montado su motor lógico. Se contentó con que
por lo menos daría una buena sorpresa a cualquiera que tratase de atacarlos por
la retaguardia. Mientras observaba el panorama sus ojos se cruzaron con los de
Zoroaster, señaló con un dedo enguantado hacia dónde estaba situada la
plataforma de defensa, con un asentimiento el otro capitán confirmó que estaba
pensando lo mismo. Se giró y ordenó a sus hombres que se apartaran de las zonas
inferiores a las rejillas.
Volog se giró hacia sus hombres,
a sus lados se situaron Seleuco y Warfet. No estaba de humor, el visioingeniero
había sido muy molesto con sus peticiones de explorar aquella nave, él había
sido diligente, asegurando que tomarían todas las muestras que pudieran mientras
tomaban aquel crucero. Ardía por dentro de ganas de entablar combate con el
enemigo, irían directos hacia el grueso de las tropas del caos para
neutralizarlas, después acabarían con los mayores focos de resistencia xeno.
Tenía que mantenerse tranquilo, no podía mostrar su excitación ante el
comisario. Seleuco se había mantenido callado durante toda la discusión, su
mirada inquisitiva solo se desviaba de ellos para mirar a los soldados o para
encender un cigarrillo nuevo.
Sabía que el comisario aprobaba a
los soldados que mostraban su fe por el Emperador, pero también castigaba la
incompetencia severamente. Había que mantener la disciplina, no eran una chusma
de salvajes inútiles que caían ante la primera provocación del enemigo.
Había llegado tan alto en el
escalafón gracias a su paciencia en estas situaciones, no podía estropearlo
ahora. Malditas composturas, esos herejes iban a sufrir su ira…
El mayor hizo una señal a
Seleuco, este se adelantó junto a Cinnamus que acababa de ponerse al frente de
sus hombres. Se hizo el silencio.
-
¡Savaranos! - Todos se cuadraron -. Debemos acabar con las tropas del
archienemigo antes de hacernos con la posesión de esta gloriosa nave. Vuestra
compañía será la encargada de esta tarea, el enemigo se abre paso hacia los
habitáculos interiores para poner en marcha los sistemas de la nave, iremos a
por ellos y se lo impediremos. Avanzaremos divididos en pelotones, el Mayor y
yo iremos en el inicial guiando la marcha, el resto tendrá a su respectivo
teniente a la cabeza en constante comunicación con el nuestro. El Teniente
Primero Parham irá en el de retaguardia. ¿Entendido?
- ¡Señor! ¡Sí! ¡Señor!
La compañía se puso en
marcha.
Hmmmmm... carne de genestealer para cenar. XD
ResponderEliminarSip, y me da que van a tener mucha más por delante, jeje.
EliminarMe gustan los Savaranos! Creo que se van a llevar bien con los Mirmidones! XD La gloriosa repartiendo la luz del emperador en calzoncillos de kevlar si señor me ha transmitido muy bien ese tono de soberbia y desesperación con el que yo me imagino a los GI!
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Pues claro que se van a llevar bien, no podemos dejar que los herejes nos manguen esas naves tan bonitas, jejeje.
EliminarEso si, lo de los calzoncillos me ha hecho reir un montón. XD