CAPITULO TERCERO
Falange Penitent, Coordenadas omitidas, fortaleza orbital Jerguen.
A pesar de que la Jerguen había
permanecido operativa ininterrumpidamente desde su construcción, su colosal
tamaño y la complejidad de su diseño habían ido degradando la estructura a lo
largo de extensas zonas. El incesante trabajo de sus ingenieros no había
logrado más que paliar el deterioro así que con el tiempo se habían visto
obligados a concentrarse en las secciones funcionales, por lo que no había
quedado más remedio que abandonar las áreas más afectadas. En la práctica
algunos de los hangares de carga y puertos de embarque más antiguos eran hoy en
día poco más que un cascarón vacío de plastiacero, encorvado por el óxido y las
inclemencias del vacío espacial. Desprovistos del flujo de energía y el soporte
vital que irrigaba el resto de la estación, se hallaban sumidos en la oscuridad
más absoluta.
Entre todos aquellos recovecos de
acero encorvado y arcos semiderruidos los diminutos y parpadeantes destellos de
la baliza de navegación externa de la StormEagle eran prácticamente
imperceptibles. Para cualquier observador lo suficientemente atento sin embargo
aquello no era lo más sorprendente. Con un movimiento parabólico, casi
hipnótico, unas diminutas siluetas parecían desplazarse a lo largo del exterior
de la estructura de la estación espacial. Seguían la misma ruta que el grupo había
recorrido anteriormente, pero esta vez no transportaban ninguna capsula de
soporte vital con ellos, en lugar de dirigirse hacia la nave, volvían tras sus
pasos en dirección a la zona operativa de la estación. Casi levitando,
avanzaban cientos de metros en cada uno de sus saltos sin dificultad aparente,
gracias a la ingravidez y a la propulsión de los retroreactores, sin más rastro
a su paso que la característica estela azul que quedaba tras de sí con cada
ignición de los postquemadores.
El sargento Perseo se limitaba a
seguir el mapeado que la pantalla del áuspex dibujaba ante sus ojos en una de
las retículas del visor de su casco. La secuencia de puntos y vectores que se
interconectaban eran para el sargento como un sendero abriéndose ante sí, tras
lustros sirviendo en la VII Centuria aquel sistema de navegación se había
transformado en algo casi instintivo. Acababa de aterrizar sobre un mamparo
blindado, con los ojos fijos en la oscuridad salpicada de parpadeantes luces
que se extendía ante él, agazapado y con el brazo derecho erguido en un ángulo
de noventa grados. Un segundo más tarde cuatro hermanos con sus armaduras de
profundo azul mirmídeo se habían situado en rombo a su espalda, con la
precisión de quien efectúa una maniobra táctica rutinaria.
Perdidos en aquel mar de
infinitos destellos destacaban las estructuras poligonales y robustas de las armas
automatizadas, tal como había predicho el ingeniero Johanes. Existía además un
patrón secuencial en el barrido de los sensores del sistema de defensa,
descifrar dicho patrón permitiría burlar el sistema mediante una incursión
rápida y precisa. Sobre el visor de Perseo se dibujaban frenéticamente los
algoritmos de trazado uniendo los vectores y dibujando la trayectoria para la
aproximación. Después de todo el
ingeniero iba a resultar un aliado competente., el áuspex había finalizado su
trabajo y con un parpadeo lumínico la trayectoria de salto apareció ante los
ojos del sargento.
-Hora de divertirse.- Anunció Perseo por
el canal de comunicación interno, y tras ello la escuadra Penitent se puso en
marcha.
Como si de una coreografía de
fuegos artificiales se tratara los cinco Mirmidones emprendieron el vuelo
propulsados por la furia de sus retroreactores. Las torretas defensivas
detectaron inmediatamente su presencia y el frio espacio se llenó con los
destellos de sus cañones escupiendo los proyectiles incandescentes a velocidad
de vértigo. Siguiendo el trazado que el áuspex dibujaba en sus visores, la
Penitent avanzaba entrando y saliendo de los arcos de fuego de las torretas
justo antes de que estas pudieran interceptarlos, aprovechando los salientes de
la estructura de la estación, lo que les brindaba la pausa necesaria para
emprender un nuevo salto. Unos minutos más tarde los cinco integrantes de la
escuadra discurrían seguros y a paso ligero entre los cables y tubos de
servicio engastados en un bisel de la estructura de la estación. En el
horizonte se dibujaba la colosal estructura de la extraña y ancestral nave,
atracada sobre un puerto de la estación que las desgastadas inscripciones
identificaban como Delta-6.
Pecio no categorizado, Sección de carga Delta 6, Fortaleza orbital
Jerguen.
Desconocía cuanto rato llevaban
en el interior de aquella nave, desde el primer ataque había perdido la noción
del tiempo y a partir de aquel momento su memoria no era capaz de establecer
una escala temporal paralela a los acontecimientos. “La mente puede engañarte,
el corazón puede engañarte, pero el estómago siempre te dirá la verdad”, no
recordaba donde había leído aquello pero nunca lo había entendido realmente hasta
aquel momento. A juzgar por el terrible hambre que lo azotaba debían haber transcurrido
varias horas. Era una sensación realmente extraña, llevaba varios años de
servicio en la FDP, y nunca jamás en todos sus años de experiencia recordaba
haber sentido hambre durante el combate, aquello lo desconcertaba. Se había
comido las escasas provisiones protocolarias que había cargado antes de salir
pero el hambre voraz seguía ahí. Y para empeorarlo todo seguía sudando como un
cerdo.
-¿Dónde demonios estamos Doctor?-.
Heldian seguía con los ojos clavados en su consola, abriendo la marcha a escasos
metros por delante.
-En alguna especie de conducto
auxiliar…creo.- contestó tras unos segundos de pausa.- Según las plantillas de
construcción debería guiarnos hasta uno de los anclajes…una vez allí trataremos
de abordar la estación.- A pesar de los intentos por infundir ánimos en el
cabo, la desesperación se filtraba entre sus palabras. Sin trajes de soporte
vital no tendrían la más mínima posibilidad de abandonar aquella nave infernal,
sin embargo ante lo desesperado de la situación aquella parecía la única opción.
Regresar tras sus pasos era un suicidio, el único punto de contacto entre la
estación y la nave eran los anclajes, además del puerto de atraque por el que habían
accedido.
A medida que habían ido
recorriendo las estancias de la nave no habían podido evitar fijarse en lo
familiar que les resultaba aquella nave. A pesar de que su ancestral pasado era
innegable, no era tan distinta en su concepción a las naves que la armada
utilizaba para el trasporte de tropas a gran escala. Sin duda se trataba de una
nave militar, de transporte a juzgar por los innumerables comedores y
barracones que habían dejado a su paso. Sin embargo estaba desprovista de
cualquier signo de actividad, sin más movimiento que el del polvo en suspensión
flotando en los pasillos. Aunque inquietante, aquella calma reconfortaba al
Dr.Heldian, hacía horas que no habían vuelto a ver a ninguna de aquellas
criaturas y en gran medida su mente había recuperado la compostura.
El chirrido de la compuerta abriéndose
sacó al doctor de sus ensoñaciones –Por fin.- añadió, justo antes de atravesar
el marco que daba paso a una estancia repleta de estanterías mugrientas que se extendían a lo largo de la sala, sobre
las estanterías recubiertos por el polvo y la mugre reposaban infinidad de rifles láser. Aquella era la confirmación del
pasado imperial de la nave que había estado buscando, así que no tardó en tomar
una pictografía con su servocónsola, si lograba salir con vida de allí aquella
información le reportaría una buena suma de dinero.
El doctor estaba desempolvando
uno de los rifles cuando se percató de que Karl aún no había entrado en la
armería.- venga cabo, esto le va a gustar.- instintivamente había retrocedido
unos pasos para mirar a través de la puerta y no estaba preparado para
contemplar lo que vió.
A unos metros de la puerta el
cabo Karl permanecía de rodillas, en un primer momento le pareció que se había golpeado
el rostro, del que brotaba una considerable cantidad de sangre, sin embargo
cuando Karl alzó la mirada Heldian pudo ver claramente como la sangre procedía
de la mano. Con los ojos desencajados e inyectados en sangre, el cabo estaba masticando con saña su
propia mano al tiempo de desgarraba como un poseso los tendones de los dedos
con salvajes tirones y un siseo inhumano. Como un bombardeo los pensamientos
asaltaron al doctor Heldian, que pudo notar como se le aceleraba el pulso a
medida que iba atando los cabos sueltos. No habían sido emboscados por aquellas
criaturas, ellos mismos eran las criaturas.
En una fracción de segundo, el
enloquecido Karl emprendió de un salto la carrera con los borbotones de la
sangre que le brotaba la mano salpicando por doquier, la velocidad fue tal que
el doctor apenas si tuvo el tiempo de pulsar el botón de la compuerta de la
armería. El lento movimiento del mamparo blindado no fue suficiente y el cabo
logró abalanzarse sobre él cuando trataba fútilmente de preparar el arma,
que se le escurrió de las manos con el impacto de su espalda contra el suelo. Lo
siguiente que pudo sentir fueron las salvajes dentelladas de Karl y el calor de
la sangre resbalando por su cuello.
Pecio no categorizado, sección de carga Delta-6
El acceso a las cámaras de
presurización no había sido complicado, sin embargo era necesario volver a
soldar las compuertas exteriores antes de poder acceder a la estación. De otro
modo la descompresión producida por el vacío exterior los expulsaría hacia el
frio espacio más allá de cualquier posibilidad de recuperación. El proceso los había
demorado un par de horas pero finalmente el "embotellador" había acabado su
trabajo. Se trataba de un pequeño dispositivo circular con un soldador de
fusión en un extremo, que permitía perforar la estructura al tiempo que una
serie de filtros energéticos controlaban la fluctuación de presión entre las
dos cámaras que conectaba. Con un leve pitido el dispositivo indicó que el
diferencial de presión era óptimo, así que el sargento Perseo procedió a
colocar las cargas implosivas. Con un sonido sordo y una ligera vibración las
gruesas compuertas cedieron derrumbándose con gran estrépito sobre el metálico
suelo de la nave, levantando a su vez una enorme polvareda.
Sin demorarse ni un segundo los cinco integrantes
de la Penitent saltaron al interior de la nave, que recuperaba lentamente la calma
mientras el polvo se posaba levitando pausadamente.
-Parece que no hay nadie en
casa.- Un leve destello en los ojos del hermano Regio delataba el ajuste de los
filtros oculares de su casco, mientras entre sus brazos sostenía refulgiendo un
rifle de plasma.
-En marcha, hay que encontrar a
esos desgraciados antes de lo algo pero lo haga.- Sentenció Perseo.
Mola. Zombies, y de los enfadados.
ResponderEliminarLa cosa se pone interesante para los Mirmidones, esperemos que tengan munición de sobra, eso, o les va a tocar liarse a machetazos, jeje.
Siempre han sido muy de machete los Mirmidones XD
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