Sistema Sagkeion Lamba. Grupo de Asalto.
Nave orka.
Humo,
basura, montones de chatarra, calor, y muerte. El plan de ataque con el que su
terca imaginación le había metido allí no estaba mal. No lo estaría si hubiese
contado con el apoyo de otras dos divisiones y equipo especial de asalto. Pero
no los tenía, tan solo contaba con su compañía, la cual no lo estaba haciendo
nada mal para estar en una inferioridad numérica abrumadora. Los corredores de
la nave orka eran tan incoherentes como la propia mentalidad de sus
constructores, en unas partes los pasillos se hacían tan anchos que los
savaranos podían apartarse hacia un lado cuando los orkos más acorazados se
lanzaban contra ellos de cabeza, en otras, se estrechaban lo suficiente como
para que hordas de pequeños gretchins los taponasen lanzándose al combate
formando chillonas cuadrillas armadas con todo lo que pinchaba, rajaba, sajaba
o golpeaba.
Zoroaster
iba al frente, como no, seguido de Luther, que a duras penas hacia de guía en
su alocada carrera hacia las bodegas en las que se almacenaba el combustible
del que se alimentaba la bestia metálica que acababan de abordar. El
visioingeniero interpretaba la maquinaria alienígena lo más deprisa que podía, mientras
consultaba su base de datos sobre la ingeniería orka. El capitán lo cubría disparando con el resto de hombres
a todo lo que era verde y se moviera. Habían pillado desprevenidos a sus
enemigos, pero eso no significaba que fueran a ganar fácilmente. Cada vez
llegaban más patrullas que no paraban de hostigarlos.
-
¿Cuánto falta? ¡No creo que les cueste mucho acabar con nosotros si redirigen
todas sus fuerzas hacia esta zona!
-
Debemos llegar unos ascensores. -Con algo de esfuerzo Luther hizo que su voz se
retransmitiera a todos los savaranos.- Los usaremos para llegar a los depósitos
de combustible. Yo los abriré para sobrecargar los motores.
Siguieron
hacia delante. Un enorme guerrero orko armado con una pica de acero apareció en
el siguiente recodo, no empaló a Zoroaster de milagro, el asta se clavó
profundamente en la pared de metal. El capitán no le dejó tiempo de volver a
atacar, lo decapitó con su espada sierra. Rápidamente tuvo que usar el cuerpo
de su enemigo muerto como cobertura, una potente ráfaga de disparos acribilló
su posición, salpicándole de vísceras repulsivas.
Luther
y varios savaranos abatieron rápidamente a los orkos que habían disparado
aprovechando la distracción causada por su difunto compañero.
-
Ahí delante Capitán. Los ascensores nos esperan en esa sala.
Orkos |
Con
Zoroaster al frente y desde los corredores laterales, cargaron hacia la
habitación desparramando munición. Fueron recibidos de igual modo. Varias
docenas de orkos armados con potentes acribilladores comenzaron a disparar
hacia ellos riendo como locos. Un hombre cayó destrozado al lado del capitán.
Otro dio un grito ahogado cuando varias balas le atravesaron las protecciones
de la garganta. La mala puntería de las imprecisas armas de los pielesverdes se
veía compensada con la cantidad de balas que disparaban. Los savaranos
siguieron avanzando, abatiendo a sus atacantes disparando desde la cadera. El
cruce de laser y munición sólida iluminó la sala al mismo tiempo que la llenaba
de un fuerte olor a pólvora y ozono.
Con
las bayonetas por delante los savaranos no tardaron en acortar distancias,
disparando a quemarropa, despedazando a los supervivientes antes de que
pudieran alcanzar sus brutales armas de cuerpo a cuerpo. Zoroaster mató al
último bruto de varios tiros en la cara que le dejaron la cabeza como un
surtidor de caramelos. Al mirar los mecanismos del ascensor, dio una rabiosa
patada acabó de separarla.
-
Han fundido los controles. -Se giró hacia sus hombres, que aseguraban la
posición y recogían a los heridos.- Syrus, defiende la plaza, usa todo lo que
puedas para atrancar las entradas. Luther, abre las puertas y lánzalo hacia el
fondo. Critio, prepara unos cables, vamos a bajar ahí y matar a todo lo que no
sea humano.
Bombarderos. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion
Lamba.
Los
motores del avión en el que viajaban rugían al consumir el
combustible. Toda su estructura temblaba al enfrentarse a la resistencia que
los elementos ofrecían en su contra. De vez en cuando todo el aparato se
sacudía con una fuerte turbulencia. Atravesaban bancos de nubes provocando que
el contraste de temperatura empañase los cristales de los pocos ojos de buey
por los que se podía ver el exterior. Volog estaba sentado al lado de uno de ellos.
Desde el mismo podía ver al resto de bombarderos que transportaba a nada más y
nada menos que a las siete compañías que había bajo su mando.
Cinnamus, Damiq, Saduqa, Gulkishar, Shamast, Puzur, e
Imsu. Siete de sus capitanes estaban junto a él en tan importante
empresa. Un total de 3500 hombres listos para el combate, preparados para
combatir a los herejes que osaban pisar el sagrado suelo del Imperio del
Hombre. Las interminables líneas de trincheras establecidas por los defensores
de aquél lugar estaban cediendo ante su empuje. Antes de subir a bordo para ir
hacia el frente se había informado de que las autoridades imperiales iban a
lanzar una contraofensiva para frenarlos. Previamente lanzarían varios ataques
quirúrgicos con los que reforzar la línea. Ellos formaban parte de estos. Al
poder contar con transporte aéreo llegarían más rápido que muchos de los
regimientos movilizados.
Por
cortesía del Mechanicus todos ellos habían recibido paracaídas de la mejor
calidad. Los
savaranos no mostraron su desagrado de saltar en medio de una zona en guerra
por respeto hacia el mayor. Pero el nerviosismo era algo latente en las caras
de todos, estaban en silencio e intercambiaban miradas ánimo en el
apretado compartimento bañado por una suave y mortecina luz amarillenta. Volog
los había tranquilizado asegurándose de que los cazas que los escoltaban
hicieran una barrida sobre el terreno con las imponentes ametralladoras que
portaban tanto en el morro como en las alas. Su forma era similar a la de los
bombarderos, aunque eran mucho más pequeños que estos, y eran bimotores.
El
mayor volvió a mirar por la redondeada ventanilla, un destello se coló a través
de los cristales de su máscara de gas. Un par de cazas ligeros aceleraba sus motores para asegurarse de que no había
actividad aérea enemiga delante de ellos.
Tenía ganas de llegar, caerían sobre esos
traidores para aplastarlos en el nombre del Emperador. Se llevó un enguantado
puño al pecho al pensar aquello. Sintió cómo el frío se colaba entre las
junturas de su coraza y se pegaba a todas las placas de su armadura. No se
preocupó, pronto se desvanecería ante los inmisericordes fuegos de los campos
de trincheras.
Bombardero tetramotor imperial. Modelo Thunder. |
Zona suroccidental. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion
Lamba.
El
traqueteo del camión al salir de las abarrotadas calles de la ciudad-colmena
había aumentado según el pavimento se llenaba de escombros fruto de las bombas
con las que los orkos castigaban aquella parte de la ciudad. Eso no le gustaba,
sus maltratados huesos se quejaban con cada golpe, y no eran pocos. Llevaban
horas de insufrible camino en el que momentos como tener que bajarse para
retirar restos de un edificio derrumbado o mientras esperaban a que una columna
de blindados pasase delante de ellos, casi eran recibidos con vítores por los
recios soldados de Catafractaria. De vez en cuando llegaban canciones desde los
vehículos en los que iban el capitán Gotar y sus hombres, las letras,
relacionadas con una especie de blatodeos cojos, hacían sonreír al mayor.
Se
levantó, aunque no pudo estirarse mucho debido al bajo techo del camión. Dio
unos pasos hacia la torreta defensiva en la que Ninari montaba guardia con una imponente
ametralladora coaxial del calibre veinte. Tenía los pies apoyados en la pequeña
escalera metálica que le permitía acceder al puesto de artillero. Le dio unos
toques con la mano en la pantorrilla, este se asomó dificultosamente desde su
puesto, al ver al mayor bajó y ocupó agradecido su asiento. Arsacis se asomó al
exterior con una mano apoyada en el anillo de la torre y la otra sobre la
ametralladora. Oteó las calles por las que pasaban, ni uno de sus edificios se
había librado de los bombardeos de los pielesverdes. Una calle tras otra de
construcciones semiderruidas o llenas de desperfectos, el cielo estaba gris, de
lejos pudo escuchar los lejanos ruidos propios de una zona de guerra.
Muchas
fachadas estaban empapeladas con carteles de propaganda animando a los
ciudadanos a defender su patria. En unos aparecían soldados derrotando
fácilmente a burdas caricaturas de xenos regordetes e indefensos, en otros,
aliens de rostro maquiavélico alzaban sus garras sobre mujeres y niños
desamparados.
No
faltaba mucho para llegar al frente, se estiró una última vez antes de bajar de
la torreta para avisar a Halls de que tenía que poner en movimiento a los
hombres. Por un instante se alegró de que Seleuco fuera con Volog. Intentó
recordar la situación del punto de llegada en el mapa cuando calló en algo muy
importante, hacía mucho que no se cruzaban con nadie, ni con patrullas, ni
refuerzos , ni los pocos civiles que se habían negado a ser evacuados de sus
hogares.
En
ese mismo instante un flash azulado brilló en el rabillo de su ojo, no se
molestó en girar la cabeza para comprobarlo, se dejó caer al interior del
camión justo en el momento en el que un proyectil de plasma atravesaba la luna
delantera para matar al conductor. Apenas había tocado el suelo cuando chocaron
contra el escaparate de una tienda. La verja de metal absorbió la mayor parte
del impacto, pero el estruendo del golpetazo fue acompañado de una lluvia de
cristales. La estática de las comunicaciones se llenó de gritos avisando de la
emboscada que estaban sufriendo.
Con
la espalda llena de contusiones, Arsacis se quitó de encima a uno de sus
hombres y comenzó a gritar órdenes.
Todos los camiones del convoy estaban siendo atacados por fuerzas pielesverdes.
No sabía cómo habían llegado tan lejos, pero no iba a dejar que lo mataran, no
así. Rápidamente se hizo notar el ensordecedor ruido que hacía Ninari
respondiendo al fuego enemigo desde la torreta del maltrecho camión.
Los
orkos habían preparado muy minuciosamente este ataque, mucho más de lo normal,
esos bárbaros nunca dejaban de sorprenderle. Todos los defensores de la zona
debían haber sido eliminados y el punto en el que atacarles había sido elegido
con gran maestría. El alcantarillado estaba sembrado de minas magnéticas,
algunos camiones volcaron tras potentes explosiones. Se había desatado un caos
total en un abrir y cerrar de ojos. Los soldados salían de sus transportes
abriendo fuego al mismo tiempo que trataban de evitar ser acribillados por el
chaparrón de disparos que les caía encima. La trampa había sido cerrada, pero
los pieslesverdes no habían contado con una cosa, se enfrentaban con ocho
divisiones de guardias imperiales pesados.
Guiados
por vociferantes sargentos, los soldados formaban semicírculos alrededor de sus
camiones, buscando toda la cobertura posible mientras abrían fuego sobre los
imprudentes orkos.
El
mayor estaba de pies en medio de su formación, los disparos volaban a sus
alrededor, varias placas de ceramita se habían desprendido de su armadura con
el correspondiente mordisco de dolor que ello conllevaba. El edificio que
tenían delante estaba infestado de enemigos, la mayoría de ellos salían a su
encuentro ululando de placer ante la visión de unos humanos que no retrocedían
ante semejante ataque.
La
bocacha de su arma apuntaba a un solo lugar y al mismo a tiempo a todos.
Reventó la cabeza de un enorme pielverde que se había parado un instante para
manipular su lanzallamas. Ayudó a otros dos de sus hombres a derribar a un
enorme bruto que corría hacia ellos armado con un chisporroteante machete y una
pistola bólter saqueada.
El
soldado que estaba a su lado cayó cuando su coraza no pudo parar un
deslumbrante disparo que lo atravesó limpiamente al mismo tiempo que derretía
parte de las placas laterales del camión. Desde su maltrecha retaguardia llegó
uno de los soldados con formación sanitaria e intentó inútilmente mantener vivo
al soldado alcanzado. Arsacis miró hacia arriba, los orkos acababan de desplegar
una plataforma de armas pesadas, un nuevo disparo alcanzó al camión. El
traqueteo de la Ninari dejó de oírse. El mayor maldijo en alto. Necesitó un
cargador casi entero para matar al pielverde más cercano.
-
¡Compañía! ¡Avanzad!
Todos
los hombres que aún se mantenían en pie corrieron hacia delante con el arma por
delante disparando a discreción sobre los ahora sorprendidos enemigos que daban
la batalla por ganada. Tras destripar con láser a casi dos docenas de orkos
más, llegaron a la cobertura de la fachada del edificio. Pasaron a una
formación apretada en la que grupos de soldados asaltaban las posiciones
pielesverdes dando pasos cortos combinando el fuego de sus armas, haciendo
retroceder a sus enemigos poco a poco.
Ya
habían tomado dos pisos cuando llegaron al lugar en el que estaba emplazada el
arma pesada. Entre trozos de mampostería volando y el entrechocar de las armas
entraron en la habitación. El suelo estaba lleno de una mezcolanza de piezas
sueltas manchadas de aceite, lo cual pilló por sorpresa a Arsacis. Los muy
bastardos lo habían montado in situ.
Después
de abrir la caja torácica del último orko de la sala con un acertado disparo de
fusión, los savaranos se lanzaron furiosamente sobre la hora de pequeños
pielesverdes que luchaban por sus vidas como ratas acorraladas. Su
determinación era admirable en unos seres de apariencia tan maltratada, pero no
fue suficiente, los guardias imperiales impactaron sobre ellos como una
locomotora desbocada. Arsacis reventó de un pisotón el cráneo del primer gretchin
que se le puso delante, atravesó a otro de un golpe con su arma, rompió los
dientes al siguiente de un acorazado codazo, descuartizó a otros dos con
disparos al mismo tiempo que despegaba el cuerpo del anterior de su bayoneta.
En
unos instantes de violencia pura todo había acabado. La sala estaba llena de
cadáveres enemigos. Se hizo el silencio, desde la lejanía llegaban exiguos
sonidos de disparos. Arsacis buscó rápidamente a un oficial de comunicaciones.
Le ardía el pecho y su respiración era de todo menos tranquila.
-
¿Halls? -Esperó unos instantes.- Soy Arsacis, Halls, informa de la situación.
- Al
habla el Oficial Político Halls. -Su voz sonaba entrecortada.- Hemos rechazado
el ataque del enemigo, ha habido bajas. El resto de compañías acaban de
reportarme su situación, tan solo la de Gotar sigue combatiendo, he enviado a
parte de la Karaindash para que los socorra, en unos minutos habrán doblegado
al enemigo.
-
Sabes lo que significa esto. ¿No? Armamento pesado y ataques para silenciar a
las unidades de refuerzo.
-
Han roto la línea. Se preparan para un ataque en masa. Debemos avisar a los
mandos del planeta.
-
Afirmativo. -La voz de Warfet sonó tan insidiosa como siempre.- A varias
manzanas de aquí hay un edificio de comunicaciones. Es lo suficiente grande
como para poder guarnecernos a todos y poder enviar una comunicación. No hay
tiempo de retirarnos, los orkos volverán y en mayor número.
El
silencio de Halls confirmó lo que el visioingeniero había dicho. Tras un largo
suspiro el mayor asintió.
- A
todas las unidades. Nos dirigimos hacia las siguientes coordenadas para
mantener la posición ante el inminente ataque orko. -Esperó mientras los datos
eran trasmitidos en un código seguro.- Transportar a los heridos, recoger todas
las municiones y armas posibles, incluso las de los orkos que sean de
manufactura imperial. Arrancar todas las armas de las torretas de vuestros
transportes y montarlas sobre afustes terrestres, nos las llevamos con
nosotros.
Varias
voces de protesta se alzaron desde las comunicaciones, rápidamente fueron
acalladas por Mitrídates. No tardaron demasiado en ponerse en marcha.
Perímetro defensivo norte. Ciudad-colmena
Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema
Sagkeion Lamba.
Y
ahí estaba, con la espalda apoyada en la tierra y los pies en el parapeto de
tablas que sujetaba la perjudicada trinchera que le hacía las veces de
cobertura. Desagradables olores de todos los tipos llegaban a sus fosas
nasales, el de la carne quemada, la sangre derramada, la pólvora, los cadáveres
en distintos estados de descomposición, el combustible ardiendo, las letrinas
mal cavadas… Alzó la vista, estaba cansado de ver el agua estancada en el que
intentaba evitar sumergir las incómodas botas que le habían dado los
desagradecidos empleados del Munitorum.
Su
sección estaba destrozada, el fuego de artillería de los herejes no había
dejado de alcanzarlos en las últimas dos horas. Montones de tablas astilladas
se mezclaban con cúmulos de tierra removida y restos de hombres muertos, ya
fuesen herejes o leales. Hacía bastante que se habían cansado de retirar los
cuerpos. A su lado descansaban con una actitud no mejor que la suya lo que
quedaba de su brigada, Scando contaba por enésima vez los proyectiles que le
quedaban de su pesado fusil anticarro, Cassatti oteaba el horizonte con su
fusil intentando disimular con ello el tembleque que se había apoderado de sus
manos, Riato cabeceaba sobre los cargadores circulares de la ametralladora de
la que era a la vez cargador y artillero, su compañero, Grunila, había muerto
destripado en el último asalto de las tropas del caos.
Dejó
de enumerar al resto, total, los conocía a todos, eran del mismo distrito.
Incluso había ido a la escuela con muchos de ellos. Se habían criado juntos, y
juntos habían trabajado hasta que llegó aquella horrible invasión. Ya no sabía
cuánto llevaban defendiendo ese pedazo de tierra, no importaba, le parecía una
eternidad. Casi todos habían sido asesinados por los monstruos con forma humana
que los atacaban día y noche.
Fuerzas de Defensa Planetaria.
¡Mantened la línea!
|
Las
tropas de los herejes atacaban sin misericordia, avanzando sin titubear a pesar
de la cantidad de munición que lanzaban contra ellos. Las ofensivas llegaban
después de un fuerte ataque artillero o de una pasada de sus aullantes cazas-bombarderos.
Hacía un rato que los proyectiles pesados habían dejado de silbar sobre sus
cabezas, por lo que hundió sus humedecidos pies en el limo del fondo de la trinchera
y se colocó en posición de disparo. Con gesto abatido el resto de hombres se
fueron desperezando para imitarle. Revisó el cargador de la carabina
semiautomática con la que había estado matando un día sí y otro también. Los
proyectiles seguían en su sitio, brillando al ser iluminados por el tenue sol
que languidecía sobre sus cabezas.
Otra
marabunta de figuras deformes avanzaba hacia ellos desde el horizonte. Los
primeros disparos comenzaron a levantar barro a su alrededor. Apuntó con su
arma, suspiró, de esta no salían.
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