Zona suroccidental. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion
Lamba.
El
suelo del edificio estaba lleno de papeles amarillentos, las botas del capitán
levantaban crujidos secos al aplastarlos en sus constantes paseos en los que examinaba
a la tropa. La colosal construcción en la que se habían guarnecido estaba
conformada por una monumental estructura central de forma cuadrada repleta de
pequeños ventanales en todas sus paredes, la entrada, protegida por una imponente puerta de acero había sido
trancada a cal y canto para impedir el paso del enemigo. Sus esquinas estaban
protegidas por cuatro ciclópeas torres salpicadas de pequeños miradores
similares a las saeteras de las fortalezas de los mundos feudales.
Como
toda fundación del Munitorum, parecía más un fortín que una instalación de
gobierno. Warfet había elegido bien. Sin embargo, sus dimensiones empequeñecían
a los edificios de alrededor, las ocho compañías movilizadas se habían
dispuesto de modo que la mitad cubrieran los muros y el resto las torres. Cualquier
agujero se había convertido en una tronera improvisada, todo recoveco era aprovechado
para posicionar a los operarios de las armas pesadas, las pequeñas balconadas
que no se habían tapiado fueron convertidas en improvisados casetones en los
que emplazar las potentes armas de los camiones, las zonas más vulnerables
habían sido sembradas de minas y trampas explosivas.
Mitrídates
se dirigía hacia la fachada principal, su compañía tenía el honor de defenderla. Los hombres realizaron saludos marciales o asistieron con
la cabeza al verle llegar. No le importó ese último detalle, se enfrentaban a
orkos, no había tiempo para formalismos. Apoyó su rifle láser en el borde de un
agujero del muro y esperó. No podía quitarse de la cabeza la imagen de Warfet
trasteando con la consola principal de comunicaciones, al retirarse, los
empleados la habían boicoteado, lo que les ponía en una situación muy
comprometedora. Necesitaban algo que ya desde el principio escaseaba: Tiempo.
El céfiro
comenzó a azotar las calles inmisericordemente, las pequeñas plazas que
rodeaban el edificio en el que se encontraban se llenaron de sonidos fríos y
extraños. Su silbido no dejaba de resonar, tan solo el eco de alguna explosión
de gran potencia lograba hacerse hueco entre su perpetuo bramido. No llegaron a
saber si este repentino cambio de clima era obra de los pielesverdes o fue
simple casualidad, pero escondió perfectamente la llegada de los primeros
cañonazos.
El
edificio fue sometido a un castigo sin parangón, obuses de diversos calibres y
numerosos cohetes pintados con alocados ajedrezados se estrellaron contra el rococemento y el plastiacero arrancando sendas porciones de sus muros. Pero la
estructura resistió con tanta fiereza como si de un cuartel de los arbitres se
tratara. Tras unos minutos de infierno artillero, llegó una calma momentánea,
la cual fue rota por un rugido tribal fruto de miles y miles de gargantas
alienígenas hambrientas de una batalla más directa.
Bajo
el retumbar de nuevos disparos de artillería y el polvo al deslizarse desde el
techo, los savaranos esperaban en su posición, firmes, dispuestos a hacer pagar
caro a los xenos por la emboscada anterior. Tan solo los enardecedores discursos de Halls resonaban de
vez en cuando en las comunicaciones.
“El
Emperador nos observa a todos desde su Trono Sagrado, que vea en el ardor de nuestros corazones el reflejo de su voluntad consciente”. “¡¡¡Hail
Imperator!!!”
Perímetro defensivo norte. Ciudad-colmena
Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema
Sagkeion Lamba.
Su
cuerpo era vapuleado violentamente por las corrientes de aire generadas por el
contraste del frio propio de las capas de la atmosfera que estaban por encima
del infierno en el que acababan de saltar. Maldito paracaídas. Aún tenía en su
cabeza el repiqueteo de las ametralladoras pesadas de los bombarderos haciendo
una barrida sobre las posiciones enemigas. Sin embargo, el tintineo de los
casquillos al amontonarse y rodar por el suelo era algo que tenía cierto
encanto para Cinnamus, no sabía por qué, era casi hipnótico para él. Apretó
fuertemente la Empuñadura de su arma al darse cuenta de que se comenzaba a ver
el suelo entre las nubes de humo.
Al
principio todo era de un color marrón claro, después comenzaron a discernirse
vagamente formas, por un instante le dio la sensación de que el paracaídas se
había roto, alzó la mirada un instante para comprobar su situación, al volver a
echar un vistazo hacia abajo, llegaron las figuras.
La
embarrada tierra de nadie entre las posiciones imperiales y las caóticas estaba
repleta de herejes muertos a mitad de asalto de las fortificaciones imperiales.
Sus horrendos cuerpos habían sido reventados por los proyectiles que habían
llovido literalmente desde el cielo. Brazos arrancados de cuajo, piernas
cortadas limpiamente, torsos abiertos aún humeantes, cuerpos en posturas
imposibles y ridículamente macabras. Ninguno se movía, los impactos habían sido
demasiado potentes como para permitirles agonizar.
Al
igual que centenares de savaranos en ese mismo momento, llegó al suelo y se
quitó los enganches del paracaídas. Desenvainó su espada de hoja recta al mismo
tiempo que sacaba una de sus pistolas automáticas, pudo distinguir de sobra el
chasquido del arma al amartillarse mientras salía de su funda especial.
Hordas del Caos. Cultista con ametralladora pesada. |
No
habían llegado a tiempo, las tropas del caos estaban traspasando aquellas
trincheras cuando fueron masacradas desde el cielo. Los cadáveres de las FDP
estaban esparcidos por el lugar. El fregado debió ser terrible, algunos
combatientes seguían enzarzados en un mortal abrazo después de fallecer. Palas
de combate, escopetas recortadas, cuchillos, nudilleras, porras, todo había
valido. Pudo ver como un soldado imperial había sido acribillado a quemarropa
mientras aplastaba el cráneo de un hereje con su carabina semiautomática, otro
había atravesado salvajemente el pecho de un enemigo con un fusil anticarro
antes de recibir un hachazo fatal, el solitario operario de una ametralladora
había sido descuartizado no sin antes desnucar a varios contrincantes con un
trozo de parapeto lleno de sanguinolentos clavos.
Varios
hombres del regimiento se acercaron a él, las recias miradas que compartieron,
hacían más que latente la repulsión por el horror que tenían delante nada más
pisar tierra. Una transmisión de radio casi le hace dar un respingo.
- Al
habla el Mayor Volog, ofensiva inminente del enemigo. Los pilotos han enviado
reportes en los que informan de un vacio en sus posiciones después de este
ataque, por lo que después de repelerlos nos lanzaremos hacia sus trincheras
para hacernos fuertes allí hasta que lleguen los refuerzos. Con el beneplácito
del Emperador podremos apoderarnos de parte de su artillería y castigar sus
posiciones más atrasadas. Si logramos contenerlos aquí, la situación del frente
podrá estabilizarse. Salvaremos decenas de miles de vidas.
Nadie
cuestionó las órdenes, iba a ser duro, pero debían hacerlo, si el enemigo
lograba traspasar esta ruptura, embolsaría a los defensores, entraría en tropel
en la ciudad, y los muertos se contarían por millones. Cinnamus abrió un canal
para hablar solo con los oficiales, aquellas posiciones estaban demasiado
destrozadas como para defenderlas si sufrir unas bajas excesivas.
- Al
habla Cinnamus. Señor. Debe reconsiderar la defensa de estas posiciones, las
trincheras están en un estado lamentable, los herejes se nos van a colar por
todos los sitios.
No
fue Volog el que contestó, la cortante voz de Seleuco fue quien le ofreció una
respuesta.
-
Capitán, al igual que el resto de nosotros, está rodeado de cuerpos de
herejes. ¿Me equivoco?
-
No, comisario. No se equivoca. -Le costó una barbaridad ocultar el tono de
disgusto. Por desgracia, sabía lo que iba llegar.
-
Pues usen a esos hijos de puta para hacer parapetos de metro y medio.
Transporte espacial. Navegando por la
disformidad. Llegando al Sistema Sagkeion
Lambda.
Desde el puente de mando de la nave, Khur
veía como la disformidad se abría y dejaba paso al espacio real. Trató de no
imaginarse a las aberraciones que el campo geller contenía, las cuales quedaron
atrás una vez más, aullando por las presas que se les escapaban de entre las
zarpas. Sin embargo, esos pensamientos se desmoronaron al encontrarse con una
realidad mucho más impactante, no sabía qué estaba pasando, pero tal y como se temía,
todo había empezado sin ellos.
Un débil cordón de naves imperiales trataba
de contener a duras penas una invasión a gran escala de naves enemigas. Una
marabunta de naves de factura orkoide se lanzaba al combate abriendo fuego con
todas sus armas causando destrozos a cualquier navío que se les ponía a tiro,
fuese imperial o caótico. Los cruceros imperiales se veían obligados a
retroceder cada vez más para evitar ser destrozados por las andanadas de las
baterías de cañones orkos. No todos tenían la suerte de poder replegarse a
tiempo, algunas naves estaban siendo abordadas con desastrosos resultados, otras ardían en
silencio en el vacío espacial. Los mensajes de auxilio saturaron los canales de
comunicaciones en pocos segundos.
Disparos de todos los colores cruzaban el
espacio rápidamente para perderse en su inmensidad o impactar en sus objetivos.
Terribles explosiones añadían chatarra espacial a la ya de por si saturada
órbita del planeta; las aves muertas comenzaban a tener nuevos acompañantes a
una velocidad espeluznante. Enjambres de naves de asalto esquivaban a los cazas
enemigos para poder perforar los cascos contrarios y realizar brutales
colisiones.
La flota del caos se había aprovechado de
semejante anarquía, lanzándose toda a la vez sobre un punto, se estaba colando
a través de la una brecha en el centro, abierta por los pielesverdes. Ya estaba
desembarcando su letal carga de invasión. Algunas naves herejes aterrizaban
lentamente sobre el planeta, otras, mejor armadas, orbitaban mientras abrían
fuego sobre la superficie del planeta para causar todos los destrozos posibles,
de vez en cuando algún disparo procedente de las pocas baterías de defensa que
seguían activas era repelido por sus escudos.
La contención se había roto, ahora solo
quedaba tratar de causar al enemigo todo el daño posible e intentar hacerse
fuerte las zonas mejor defendibles del espacio circundante a Sagkeion.
En el flanco izquierdo de aquella batalla
espacial se encontraba la Lanza de Hierro, como una isla de civilización entre
la peor de las barbaries, contenía a la chusma de naves enemigas que se le
acercaban peligrosamente. Aún así, su actitud era claramente defensiva, abrían
fuego con sus lanzas sobre las naves orkas que claramente trataban de
abordarla. Lo mismo ocurría con el acorazado del que se habían apoderado, tanto
sus armas de manufactura imperial como las extrañas defensas pre-imperiales
destruían a cualquier crucero xeno que se aproximase demasiado. Estaban
obligados a dejar pasar a muchas naves enemigas, a demasiadas.
A su alrededor, operando como naves de
segunda línea, se habían posicionado algunos navíos supervivientes de aquella
carnicería. La nave en la que iban Khur
y Enoch pasaba totalmente desapercibida entre todo aquel desbarajuste.
No tardaron en aterrizar en uno de los
hangares dorsales de la Lanza de Hierro, apenas les hizo falta identificarse.
El coronel bajó de la nave casi a la carrera, no levantaba sus ojos de la
tablilla electrónica en la que se agolpaban los informes de todo lo que estaba
sucediendo.
La llegada de los pielesverdes, el desembarco
en masa de estos y de los efectivos del caos, las pérdidas navales, la precaria
situación del cordón de defensa espacial… Lo que más le preocupó fueron sus
hombres. Volog se había metido de lleno en la primera línea de un frente de
trincheras con siete compañías. ¿En qué estaba pensando? Si Seleuco se lo había
permitido es que la situación en el planeta estaba peor de lo que se esperaba. Casi
podía dar a la compañía de Zoroaster por perdida. Se había perdido la señal de
Arsacis y ocho compañías enteras. Sagrada Terra...
Mientras caminaba podía oír los pesados pasos
del visioingeniero jefe detrás de él, su silencio no hacía nada más que confirmar
sus peores temores. Probablemente estaría analizando millones de datos
referentes no solo a la situación de la tropa, sino de la nave y la situación
del planeta.
No había salido de la sala cuando los
capitanes de los savaranos que se aún seguían en la nave aparecieron en la
entrada principal seguidos de sus principales tenientes. Marduk y Guimirri,
capitanes pertenecientes a la primera división, Sargón y Teushpa de la segunda.
No tuvo tiempo de intercambiar palabra alguna con ellos, una esbelta figura de
oscura piel turquí se puso entre todos. A su espalda colgaba de un intrincado
sistema de cordajes de cuero negro un espadón curvo. Mujer supersticiosa.
Khur se frenó en seco, la bofetada de la
malhumorada mujer le llegó tan de improviso que casi se cae al suelo. Un hilo
de sangre se deslizó lentamente desde su nariz. Durante unos segundos
permaneció inmóvil, sin saber qué hacer. No hizo falta. Ella lo abrazó
enérgicamente y lo besó con las mismas ganas.
- Dijnia…
- Imbécil. Tus hombres están muriendo allí
abajo y tu de cháchara. Ve a ayudarlos.
- Lo sé. Ansío tanto como tu derramar mi
sangre junto a ellos. -Dolorosamente dejó de mirar sus enormes ojos amarillos
para poder estrecharla mejor contra su pecho, esto provocó un sollozo por su
parte.
Sus capitanes y tenientes se mantenían firmes
intentando disimular por la escena que acaban de contemplar. Enoch había
seguido andando hasta ponerse cerca de ellos, sus implantes de visión estaban
fijos en el suelo, tan solo los alzó cuando oyó la voz del coronel.
- Caballeros, tenemos trabajo que hacer.
Sistema Sagkeion Lamba. Grupo de Asalto.
Nave orka.
El
cable bufó de nuevo al deslizar violentamente medio metro más. Las botas de
Critio dejaron de apoyarse en las sucias paredes del habitáculo del ascensor,
la sensación de inseguridad invadió la mente del comisario al sentir que estaba
colgando sobre la nada, tenía las muñecas apoyadas la una sobre la otra, de
modo de que mientras la mano derecha apuntaba con su pistola bolter, la
izquierda iluminaba en la misma dirección con su linterna reglamentaria.
La
enorme sala a la que acababan de llegar estaba penosamente iluminada, tan solo
unos débiles focos que peleaban sin posibilidad de victoria alguna contra las
enormes cantidades de polvo que los recubrían y la espesa capa de grasa que
manchaba todo. Innumerables tanques de todos los tamaños se repartían por todo
el habitáculo mientras que una barroca maraña de tubos los interconectaban
entre sí, estremeciéndose constantemente al mismo tiempo que dejaban escapar chorretones
de espeso carburante.
Siguió
deslizándose lentamente, esperando que el Emperador tuviese piedad y ningún
pielverde se pusiera a dispararles mientras estaban en el aire. Zoroaster y
Luther le siguieron, poco después, los soldados Simer, Kir, Arash, Baraz y Mirza
aparecieron por encima de ellos. Girando su cuerpo, Critio se volvió hacia
todos desde la precaria situación en la que le dejaba su cable de descenso, con
gestos les señaló a todos el estrecho corredor de metal que serpenteando entre
los colosales depósitos de combustible dividía la sala en dos.
Entre
los estridentes sonidos propios de la inteligible ingeniería orka, uno a uno,
todos fueron llegando al suelo. Desde el agujero por el que habían bajado se
pudieron escuchar algunas detonaciones, ahora lejanas por el estruendo que los
rodeaba. Syrus ya había empezado a contener a los orkos. Debían darse prisa. El
comisario se acercó a Mirza para indicarle que apagara su rifle de plasma, un
disparo mal afortunado y todos volarían por los aires. El soldado accedió de
buena gana, colgó su querida arma en uno de sus costados para sustituirla por
su mk sariss. El sonido del cerrojo al introducir un proyectil en la recámara
pareció tranquilizar a todos un poco.
Luther se puso delante, su voluminoso cuerpo apenas entraba por las estrecheces del
angosto pasillo que formaban las alocadas cañerías que los rodeaban como
serpientes furiosas. Su pistola inferno encabezaba la marcha. No tardaron en llegar
a lo que se suponía era el punto de control de todo aquello. Una pequeña salita
en la que una miríada de llaves circulares y palancas de todo tipo enmarcaban
una enorme válvula industrial de clara manufactura imperial, pero que había
sido modificada de mala manera para que encajase entre doto aquel despropósito
automático. El visioingeniero se acercó a ella directamente, como si supiera ya
de antemano lo que tenía que hacer.
Todo
aquello no le gustaba nada a Critio. Un punto de tanta importancia sin apenas
protección. Tanto él como los soldados que los acompañaban se habían puesto
formando un semicírculo de espaldas a Luther. Los temores del comisario no
tardaron en hacerse ciertos. Los orkos no habían dejado todo aquello
desprotegido, tan solo los estaban dejando pasar. La realidad los golpeó a
todos de repente cuando un enorme cuchillo de hoja serrada salió de la nada y
atravesó a Arash, que con un grito mudo cayó al suelo muerto.
Komando Orko. |
Empezó
el caos. Comenzaron a llegar disparos desde todas las direcciones, Critio saltó
hacia un lateral cuando una ráfaga de metralleta se acercó demasiado a sus
piernas. El resto ya había buscado cobertura y oteaban con sus rifles láser en
busca de enemigos. Un disparo extremadamente preciso voló la cabeza de Kir. El
comisario maldijo en alto. Disparó varias salvas hacia la nada.
Esperaba que los tanques de prometium que los rodeaban tuvieran la resistencia
que aparentaban. Al hacerlo se dio cuenta de que Luther se había vuelto
apuntando con su arma hacia el techo, antes de que pudiera decirle nada, este lanzó
una ráfaga corta. Un enorme orko con todo su cuerpo pintado de negro se estrelló
contra el suelo, su arma llevaba un silenciador puesto. Komandoz.
Una
vez hecho esto, el visioingeniero se giró para manipular rápidamente la
gigantesca válvula que tenía junto a él. Critio apenas tuvo tiempo de admirar
su trabajo, un ruido a su derecha lo hizo girar sobre sí mismo para esquivar el
enorme corpachón que se le echaba encima. Otro orko, pintado con los mismos
tonos cobrizos que los tanques que los rodeaban acaban de hundir un enorme
machete en el oxidado suelo donde Critio había estado hacía un momento. Con una
mirada de disgusto el xeno le apuntó directamente con su bolter, el comisario
desvió el arma en el último momento con una fuerte patada, no dio tiempo de
reaccionar a su enemigo, partió su cabeza en dos con su rugiente espada sierra.
Volvió
a tomar cobertura para poder observa cómo Simer derribaba a un bruto que
acribillaba su posición desde el fondo del pasillo con un arma pesada. El
soldado había gastado casi un cargador entero en el intercambio de disparos,
cuando trataba de cambiarlo, apreció de un salto un orko armado con una garra
de combate que casi lo parte en dos de un potente golpe. Critio corrió para
socorrer al soldado, que esquivaba los golpes del alien a duras penas
manteniendo la distancia gracias a su rifle. El orko sangraba ya por cinco
sitios distintos en los que la bayoneta había hecho su trabajo.
Al
ver llegar al comisario le propinó un fuerte revés con el dorso de su arma en
el pecho. Critio cayó derrumbado sin aire en los pulmones. Sus armas casi se le
escapan de las manos por la fuerza del impacto. El orko se volvió hacia Simer,
este no había perdido el tiempo, de un enérgico brinco se había replegado hasta
donde estaba Mirza, entre ambos taladraron el cuerpo del xeno a base de
disparos. Su torso sufrió fuertes espasmos al recibir de lleno el láser y las
balas de ambos hombres, aún así, la bestia avanzó varios pasos hacia ellos
blandiendo su chisporroteante arma. La pérdida de sangre y trozos de carne no
aminoraba la implacable marcha de aquel salvaje. Critio se levantó con un
fuerte dolor en las costillas, disparó a quemarropa a aquel monstruo en la base
de la columna vertebral.
Con
medio cuerpo en carne viva y la baja espalda abierta en canal, el okco se
desplomó muerto.
El
comisario se posicionó con los soldados restantes, Barza agonizaba en el suelo
con un monstruoso corte en el pecho, delante de él, dos formidables orkos
armados con toscos sables finos de hoja larga yacían muertos con el cuerpo
acribillado de disparos. Al ver acercarse a Critio le pidió entre dolorosas
palabras la absolución, este no dudó en dársela, con un rezo al Dios Emperador
acabó con su sufrimiento de un tiro en la frente.
Habían
dejado de atacarles, los habían matado a todos, los daban por muertos, o
simplemente se habían retirado. No había tiempo. Los pesados pasos de Luther hicieron que todos se giraran apuntando hacia este con sus armas.
- Trabajo
realizado. Volvamos. Los motores de la nave van a sobrecargarse en unos
minutos. Debemos salir de aquí ya.
Ey!!
ResponderEliminarMadre mía tío, yo estoy de un atascado que para qué, cada vez que veo que metes relato nuevo me como las uñas hasta los muñones, a ver si me visitan las musas o algo, jod*r!!.
Por cierto, que tengo algunas dudas sobre la GI que quizá te pregunte un día de estos.
¡Buenas!
EliminarNada hombre, poco a poco. Ya llegarán esas musas, no hay prisa.
Llevaba yo también un tiempo bastante parado, pero me puse y saqué otro relato hacia delante. La cosa es ponerse cuando uno puede, porque por desgracia ya sabes que no es cuando uno quiere, jeje.
Y sobre la Guardia, pregunta lo que quieras, si puedo ayudarte no dudaré en hacerlo.
Saludos.