CAPITULO CUARTO
Escuadra Penitent, Pecio no
categorizado, sección de carga Delta-6
Todo cuanto se oía era el profundo y harmónico repiqueteo de las servoarmaduras
avanzando a paso ligero por los angostos pasillos de la nave. Tal como el
propio Ríctor había indicado se trataba de una misión de búsqueda y destrucción
así que no había tiempo para contemplaciones. La Penitent se había limitado a
avanzar a marchas forzadas desde el punto de incursión, con las armas en ristre
dispuestas para solventar expeditivamente cualquier contratiempo. El sargento
Perseo abría la formación, con el Auspex anclado en el soporte de la muñeca
mientras en la pantalla de dispositivo aparecían incesantemente las lecturas
sobre la composición del aire. Habían corrido ininterrumpidamente durante cerca
de dos horas, sin hallar más resistencia que la de los escombros acumulados en
algunas estancias y algún que otro mamparo semiderruido en los pasillos, cualquier
oposición había cedido con estruendo tras someterlo al castigo del bólter.
Estaban atravesando otro más de los infinitos y pasillos de aquel laberinto cuando el áuspex emitió un frenético pitido. Casi simultáneamente, el sargento Perseo había alzado su brazo y un segundo más tarde toda la escuadra había tomado una posición defensiva sobre los muros que los reodeaban, sumiendo la estancia en el silencio, roto por el siseante murmullo del quemador del lanzallamas el hermano Meduceo sostenía entre sus brazos desde el centro de la formación.
-Meduceo, Vulcix estableced un
perímetro- Los dos Mirmidones retrocedieron unos pasos para custodiar los dos
accesos que habían dejado tras de sí unos segundos antes. El sargento se había
incorporado y avanzaba sobre lo que parecían ser los restos desmembrados de
algún pobre desgraciado, desparramados sobre el frio y sucio suelo de la nave.
Con una rápida mirada al áuspex Perseo confirmó sus sospechas. –Tenemos un
rastro.- añadió mientras se acuclillaba para observar con más detenimiento los
despojos. –Sin duda son de la FDP, aunque hay varios trazos de feromonas no
identificados.- La voz del Sargento había recuperado su habitual deje de curiosidad. –En marcha- Con
un rápido gesto el sargento recalibró nuevamente el dispositivo y la Penitent
remprendió la ruta ahora guiada por los secuenciales pitidos del áuspex.
Orgullo de Kratia, Gran Belerin, en órbita estacionaria junto a la
Fortaleza Jerguen.
La enorme estación espacial
permanecía inmóvil y en suspensión en el frio vacío espacial con la colorida la
silueta de Gran Belerin como telón de fondo. El orgullo de Kratia había
iniciado la aproximación estándar, pero mantenía una distancia prudencial
mientras el trasiego de cargueros espaciales iba y venía desde los puertos de
atraque de la Jerguen en dirección al planeta. El crucero ligero de los
Mirmidones había solicitado una aproximación con motivo de un supuesto avituallamiento
rutinario, pero al parecer el cebo no había surtido el efecto deseado, había
transcurrido casi una hora y seguían sin recibir la autorización para el
atraque.
-Milord, hemos recibido un nuevo
informe desde la estación.- La monótona voz del servidor apenas si se
distinguía de los constantes chirridos y pitidos que inundaban el puente de
mando. –Siguen a la espera de formalizar nuestra petición-.
El Rictor de la VII centuria
permanecía en el puente acomodado sobre la butaca de su puesto de mando con
actitud distraída. -Adoro presentarme en las fiestas a las que no me han
invitado, ¿Qué opinas Klávicus?-
-Sería prudente informar de esto
al Prius, no disponemos de los suficientes efectivos si la cosa se nos va de
las manos- El hermano Klávicus era miembro de la Sacramentia Capitular tal como
indicaba el marmóreo cráneo tallado sobre la hombrera derecha de su
servoarmadura, y a juego con el de su casco, que reposaba sobre uno de los
rincones de la mesa de proyecciones. El mentón era todo lo que sobresalía de la
sombra que una ajada capucha proyectaba sobre su rostro, aunque era suficiente
para aventurar que había servido como capellán y consejero adjunto a la VII
Centuria desde antes de que Furio fuera nombrado su Ríctor. Sus largos años de
servicio le habían otorgado fama de extraordinario estratega. Sin embargo entre
sus hermanos no era tenido por el más dicharachero de los Mirmidones.
-La cosa se podría poner muy fea
para cuando dispongamos de los efectivos suficientes hermano-Furio permanecía
con aparente indiferencia sentado en el puesto de mando.
–Y por supuesto queda descartado
poner sobre alerta a cualquiera de las fuerzas que operan en Gran Belerin, no
hasta que averigüemos cuan podrido está el árbol.- El Sargento Rodius había
dado un paso al frente desde su posición en segundo plano – Señor, si me
permite desplegar a la Gladius sobre Delta6 y establecer un perímetro junto a
la Penitent, le garantizo que ganaremos éste tiempo.-
-No lo dudo Rodius, sin embargo
me temo que ya sea demasiado tarde.- El Rictor había centrado su atención sobre
el sargento, saliendo de sus ensoñaciones. –El enemigo nos ha tomado una gran
ventaja si ha logrado bloquearnos aquí y mantener esta normalidad aparente-
Furio lanzó una bucólica mirada en dirección al trasiego de naves que seguía
atracando y partiendo en la estación, ante la imponente e estática silueta del
orgullo de Kratia.
-Yo no descartaría a todos los
candidatos Milord- El Capellán Klávicus seguía clavado sobre la butaca del
puesto de proyecciones, con sus inescrutables ojos clavados sobre el mapa
holográfico de la fantasmal figura de Gran Belerin levitando en el centro de la
estancia.-Al parecer hay un contingente de lo Crótalos de Icnia desplegado
sobre el planeta, los registros sugieren que poseen intereses en el sistema,
así que pueden servirnos de ayuda.-
-Me temo que nuestra mejor baza
sigue siendo nuestro enlace, contacta con la Penitent y ya sabes lo que hay que
hacer Rodius. Y recuerda hermano, como siempre la sorpresa es nuestra mejor
baza- Sentenció el Rictor, que se había tornado nuevamente hacia la mesa de
proyecciones mientras el sargento abandonaba la estancia con diligencia.-Háblame
sobre esos Crótalos Klávicus.-.
Escuadra Penitent, Pecio no categorizado, sección de carga Delta-6
El rastro de cadáveres, por
llamarlos de algún modo, parecía confirmar la trayectoria que se dibujaba sobre
la inquieta pantalla del áuxpex, que se
agitaba con cada movimiento de la muñeca de Perseo sobre al que iba anclada.
Hasta el momento debían haber encontrado una treintena de “cadáveres”, aunque
en algunas ocasiones era difícil distinguir qué eran los restos de uno de
aquellos pobres desgraciados, y qué era solo parte de ellos. Y seguían sin
hallar ningún tipo de resistencia. No era la primera vez que Perseo se veía
envuelto en un combate en el interior de una nave, para ninguno de los hermanos
de la VII Centuria lo era, aunque debía reconocer que jamás había estado en el
interior de una tan grande como aquella. Sin embargo, no importa cuán grande
sea la nave, sabía bien que en aquel tipo de enfrentamientos el enemigo nunca
tiene dónde huir.
Aquel pensamiento lo hizo
apremiar el ritmo, la Penitent respondió como un reloj manteniendo el paso sin
romper la formación mientras avanzaban a través de aquel pasillo plagado de
despojos humanos. Transcurridos un centenar de metros el camino terminaba
abruptamente en un pequeño vestíbulo, frente a un enorme mamparo blindado que
bloqueaba el conducto de servicio, al contrario que todos los que habían
encontrado aquel estaba bastante más bien conservado.
Los cinco integrantes de la
escuadra se habían detenido al llegar frente al mamparo, ocupando posiciones
defensivas, el sargento se detuvo para
observar minuciosamente la escena mientras acariciaba con los dedos el grueso
blindaje. El rastro de feromonas del ásupex también seguía a través del enorme
mamparo, y tampoco había “cadáveres” más allá del vestíbulo, lo que parecía
confirmar que el bloqueo debían de haberlo activado los supervivientes en su
huida. Dos estrechos pasadizos se abrían paso a cada lado, perdiéndose
nuevamente en una maraña de diminutos viales laberínticos.
-Bien, ya tenemos lo que veníamos
a buscar.- El sargento no puedo amagar el deje de frustración en sus palabras
mientras se acuclillaba frente a un manojo sanguinolento que apenas si
recordaba la figura de un ser humano. Descansaba grotescamente reclinado sobre
una de las paredes con enormes salpicones de sangre aun frescos esparcidos
sobre esta.
-Tengo suficientes fuegos
artificiales como para atravesar éste monstruo de popa a proa hermano.- Vulcix
se había llevado la mano al cinto con visible entusiasmo.
-No será necesario, hay `poco que
buscar aquí. Tomaremos las muestras y
nos largamos- Perseo acababa de cerrar el ultimo frasco, en el que acababa de
introducir los tejidos, y se disponía a emprender la marcha nuevamente cuando
un súbito estruendo hizo estremecerse toda la anciana estructura de la nave.
-¿Qué demonios ha sido eso?-
Inquirió el hermano Regio, con el rifle de plasma crepitando y dispuesto.
- Nada bueno- El sargento no
tenía la más remota idea de lo que estaba sucediendo, pero si sabía una cosa,
nadie iba a preocuparse por aquellos que se suponía no debían estar allí.- ¡En
marcha!-.
Oficina de Asignaciones, centro de mando temporal del Comisariado a
bordo de la estación Jerguen.
La estancia BZ-022 era
normalmente una habitación inundada por los documentos que se acumulaban sobre
los escritorios sin el menor orden aparente. Ahora sin embargo era un
galimatías aún peor, con una infinidad de hojas desparramadas por doquier. Algo
había sacudido gran parte de la estación provocando que las infinitas columnas
de pergamino cedieran e inundaran toda la estancia como lo haría una riada. La
Comisaria Perséfone no obstante, se hallaba sobre una de las desgastadas sillas
de la oficina, sin que la menor preocupación se hubiera dibujado sobre sus
delicadas facciones, parcialmente cubiertas por el mechón de pelo que juguetonamente
se deslizaba entre sus dedos.
-¡Mi señora!- La voz entrecortada
del teniente Barret surgió a borbotones terminal de comunicación de tosco
diseño que reposaba sobre el escritorio, enterrado bajo aquellos infinitos pergaminos.
-Lo he notado… ¿qué ha sucedido?-
Con suma gracilidad Perséfone había deslizado la mano entre los papeles y ahora
sostenía el intercomunicador entre sus manos. Del intercomunicador brotó
nuevamente la voz de Barret. -Lo desconozco mi señora, pero la detonación
procede de los muelles de Delta6, de eso no hay duda, acaba de activarse el
protocolo de aislamiento en toda la sección de carga.-
-Entonces tenemos poco tiempo, reúne
al equipo.- La comisaria se había incorporado enérgicamente de su escritorio,
derribando otro puñado de documentos al paso del revoloteo de su gabardina,
solo deteniéndose para recoger el cinto con las armas que reposaba en uno de
los escasos estantes auxiliares que no se encontraba completamente cubierto por
un manto de papeles.
Un chasquido de sus dedos bastó para que los
dos guardias de asalto que custodiaban la entrada se unieran a la escolta a través de los pasillos de la estación. Los
aledaños a la central de asignaciones estaban desiertos como era habitual desde
que el comisariado estableciera allí su centro de mando, sin embargo, a medida
que la comitiva avanzaba a través de la sección Beta la actividad era
creciente, aunque nada fuera de lo habitual. Se habían movilizado a la FDP para
asumir el control instrumental de las secciones tal como predisponía el plan de
emergencia. El resto de unidades, la mayoría de paso hacia su destino, permanecían
desmovilizadas.
Aquello era sin duda mala señal,
por lo que la comisaria apremió el paso entre los grupos de jóvenes soldados,
los más distraídos de ellos parecían contemplar la escena con curiosidad, hasta
que fijaban su atención en el cráneo que lucía en sus hombreras, a lo que
seguía un respingo y una perorata de saludos. En cualquier otra ocasión
Perséfone hubiera castigado severamente aquella insolencia pero no había tiempo
que perder ahora. La comitiva siguió avanzando por las entrañas d ela estación,
pero no en dirección a Delta6, su marcha los condujo hasta la sala de
distribución de la sección Beta, sobre la que infinitas puertas de elevadores
poblaban sus paredes semicirculares.
Las delicadas manos de Perséfone teclearon un código
sobre el dispositivo de control y las enormes puertas se abrieron con el
profundo quejido de los oxidados engranajes. Sin perder un segundo la comitiva
desapareció tras el rótulo desgastado que indicaba el camino hacia el puente de
mando de la estación.
Buen relato, consigues dejar al lector con ganas de más.
ResponderEliminarParece que tus Mirmidones se van a enfrentar a algo bastante curioso, jeje.