miércoles, 15 de enero de 2014

Sables Rotos: Capitulo IV [Relato]


CAPITULO CUARTO

 
 
 
 
Escuadra Penitent, Pecio no categorizado, sección de carga Delta-6
 
Todo cuanto se oía era el  profundo y harmónico repiqueteo de las servoarmaduras avanzando a paso ligero por los angostos pasillos de la nave. Tal como el propio Ríctor había indicado se trataba de una misión de búsqueda y destrucción así que no había tiempo para contemplaciones. La Penitent se había limitado a avanzar a marchas forzadas desde el punto de incursión, con las armas en ristre dispuestas para solventar expeditivamente cualquier contratiempo. El sargento Perseo abría la formación, con el Auspex anclado en el soporte de la muñeca mientras en la pantalla de dispositivo aparecían incesantemente las lecturas sobre la composición del aire. Habían corrido ininterrumpidamente durante cerca de dos horas, sin hallar más resistencia que la de los escombros acumulados en algunas estancias y algún que otro mamparo semiderruido en los pasillos, cualquier oposición había cedido con estruendo tras someterlo al castigo del bólter.
 

Estaban atravesando otro más de los infinitos y pasillos de aquel laberinto cuando el áuspex emitió un frenético pitido. Casi simultáneamente, el sargento Perseo había alzado su brazo y un segundo más tarde toda la escuadra había tomado una posición defensiva sobre los muros que los reodeaban, sumiendo la estancia en el silencio, roto por el siseante murmullo del quemador del lanzallamas el hermano Meduceo sostenía entre sus brazos desde el centro de la formación.
-Meduceo, Vulcix estableced un perímetro- Los dos Mirmidones retrocedieron unos pasos para custodiar los dos accesos que habían dejado tras de sí unos segundos antes. El sargento se había incorporado y avanzaba sobre lo que parecían ser los restos desmembrados de algún pobre desgraciado, desparramados sobre el frio y sucio suelo de la nave. Con una rápida mirada al áuspex Perseo confirmó sus sospechas. –Tenemos un rastro.- añadió mientras se acuclillaba para observar con más detenimiento los despojos. –Sin duda son de la FDP, aunque hay varios trazos de feromonas no identificados.- La voz del Sargento había recuperado su  habitual deje de curiosidad. –En marcha- Con un rápido gesto el sargento recalibró nuevamente el dispositivo y la Penitent remprendió la ruta ahora guiada por los secuenciales pitidos del áuspex.
 
Orgullo de Kratia, Gran Belerin, en órbita estacionaria junto a la Fortaleza Jerguen.
La enorme estación espacial permanecía inmóvil y en suspensión en el frio vacío espacial con la colorida la silueta de Gran Belerin como telón de fondo. El orgullo de Kratia había iniciado la aproximación estándar, pero mantenía una distancia prudencial mientras el trasiego de cargueros espaciales iba y venía desde los puertos de atraque de la Jerguen en dirección al planeta. El crucero ligero de los Mirmidones había solicitado una aproximación con motivo de un supuesto avituallamiento rutinario, pero al parecer el cebo no había surtido el efecto deseado, había transcurrido casi una hora y seguían sin recibir la autorización para el atraque.
 -Milord, hemos recibido un nuevo informe desde la estación.- La monótona voz del servidor apenas si se distinguía de los constantes chirridos y pitidos que inundaban el puente de mando. –Siguen a la espera de formalizar nuestra petición-.
El Rictor de la VII centuria permanecía en el puente acomodado sobre la butaca de su puesto de mando con actitud distraída. -Adoro presentarme en las fiestas a las que no me han invitado, ¿Qué opinas Klávicus?-
-Sería prudente informar de esto al Prius, no disponemos de los suficientes efectivos si la cosa se nos va de las manos- El hermano Klávicus era miembro de la Sacramentia Capitular tal como indicaba el marmóreo cráneo tallado sobre la hombrera derecha de su servoarmadura, y a juego con el de su casco, que reposaba sobre uno de los rincones de la mesa de proyecciones. El mentón era todo lo que sobresalía de la sombra que una ajada capucha proyectaba sobre su rostro, aunque era suficiente para aventurar que había servido como capellán y consejero adjunto a la VII Centuria desde antes de que Furio fuera nombrado su Ríctor. Sus largos años de servicio le habían otorgado fama de extraordinario estratega. Sin embargo entre sus hermanos no era tenido por el más dicharachero de los Mirmidones.
-La cosa se podría poner muy fea para cuando dispongamos de los efectivos suficientes hermano-Furio permanecía con aparente indiferencia sentado en el puesto de mando.
–Y por supuesto queda descartado poner sobre alerta a cualquiera de las fuerzas que operan en Gran Belerin, no hasta que averigüemos cuan podrido está el árbol.- El Sargento Rodius había dado un paso al frente desde su posición en segundo plano – Señor, si me permite desplegar a la Gladius sobre Delta6 y establecer un perímetro junto a la Penitent, le garantizo que ganaremos éste tiempo.-
-No lo dudo Rodius, sin embargo me temo que ya sea demasiado tarde.- El Rictor había centrado su atención sobre el sargento, saliendo de sus ensoñaciones. –El enemigo nos ha tomado una gran ventaja si ha logrado bloquearnos aquí y mantener esta normalidad aparente- Furio lanzó una bucólica mirada en dirección al trasiego de naves que seguía atracando y partiendo en la estación, ante la imponente e estática silueta del orgullo de Kratia.
-Yo no descartaría a todos los candidatos Milord- El Capellán Klávicus seguía clavado sobre la butaca del puesto de proyecciones, con sus inescrutables ojos clavados sobre el mapa holográfico de la fantasmal figura de Gran Belerin levitando en el centro de la estancia.-Al parecer hay un contingente de lo Crótalos de Icnia desplegado sobre el planeta, los registros sugieren que poseen intereses en el sistema, así que pueden servirnos de ayuda.-
-Me temo que nuestra mejor baza sigue siendo nuestro enlace, contacta con la Penitent y ya sabes lo que hay que hacer Rodius. Y recuerda hermano, como siempre la sorpresa es nuestra mejor baza- Sentenció el Rictor, que se había tornado nuevamente hacia la mesa de proyecciones mientras el sargento abandonaba la estancia con diligencia.-Háblame sobre esos Crótalos Klávicus.-.
 
 

Escuadra Penitent, Pecio no categorizado, sección de carga Delta-6
El rastro de cadáveres, por llamarlos de algún modo, parecía confirmar la trayectoria que se dibujaba sobre la inquieta pantalla del áuxpex,  que se agitaba con cada movimiento de la muñeca de Perseo sobre al que iba anclada. Hasta el momento debían haber encontrado una treintena de “cadáveres”, aunque en algunas ocasiones era difícil distinguir qué eran los restos de uno de aquellos pobres desgraciados, y qué era solo parte de ellos. Y seguían sin hallar ningún tipo de resistencia. No era la primera vez que Perseo se veía envuelto en un combate en el interior de una nave, para ninguno de los hermanos de la VII Centuria lo era, aunque debía reconocer que jamás había estado en el interior de una tan grande como aquella. Sin embargo, no importa cuán grande sea la nave, sabía bien que en aquel tipo de enfrentamientos el enemigo nunca tiene dónde huir.
Aquel pensamiento lo hizo apremiar el ritmo, la Penitent respondió como un reloj manteniendo el paso sin romper la formación mientras avanzaban a través de aquel pasillo plagado de despojos humanos. Transcurridos un centenar de metros el camino terminaba abruptamente en un pequeño vestíbulo, frente a un enorme mamparo blindado que bloqueaba el conducto de servicio, al contrario que todos los que habían encontrado aquel estaba bastante más bien conservado.
Los cinco integrantes de la escuadra se habían detenido al llegar frente al mamparo, ocupando posiciones defensivas,  el sargento se detuvo para observar minuciosamente la escena mientras acariciaba con los dedos el grueso blindaje. El rastro de feromonas del ásupex también seguía a través del enorme mamparo, y tampoco había “cadáveres” más allá del vestíbulo, lo que parecía confirmar que el bloqueo debían de haberlo activado los supervivientes en su huida. Dos estrechos pasadizos se abrían paso a cada lado, perdiéndose nuevamente en una maraña de diminutos viales laberínticos.
-Bien, ya tenemos lo que veníamos a buscar.- El sargento no puedo amagar el deje de frustración en sus palabras mientras se acuclillaba frente a un manojo sanguinolento que apenas si recordaba la figura de un ser humano. Descansaba grotescamente reclinado sobre una de las paredes con enormes salpicones de sangre aun frescos esparcidos sobre esta.
-Tengo suficientes fuegos artificiales como para atravesar éste monstruo de popa a proa hermano.- Vulcix se había llevado la mano al cinto con visible entusiasmo.
-No será necesario, hay `poco que buscar aquí.  Tomaremos las muestras y nos largamos- Perseo acababa de cerrar el ultimo frasco, en el que acababa de introducir los tejidos, y se disponía a emprender la marcha nuevamente cuando un súbito estruendo hizo estremecerse toda la anciana estructura de la nave.
-¿Qué demonios ha sido eso?- Inquirió el hermano Regio, con el rifle de plasma crepitando y dispuesto.
- Nada bueno- El sargento no tenía la más remota idea de lo que estaba sucediendo, pero si sabía una cosa, nadie iba a preocuparse por aquellos que se suponía no debían estar allí.- ¡En marcha!-.
 
Oficina de Asignaciones, centro de mando temporal del Comisariado a bordo de la estación Jerguen.
 
La estancia BZ-022 era normalmente una habitación inundada por los documentos que se acumulaban sobre los escritorios sin el menor orden aparente. Ahora sin embargo era un galimatías aún peor, con una infinidad de hojas desparramadas por doquier. Algo había sacudido gran parte de la estación provocando que las infinitas columnas de pergamino cedieran e inundaran toda la estancia como lo haría una riada. La Comisaria Perséfone no obstante, se hallaba sobre una de las desgastadas sillas de la oficina, sin que la menor preocupación se hubiera dibujado sobre sus delicadas facciones, parcialmente cubiertas por el mechón de pelo que juguetonamente se deslizaba entre sus dedos.

 
-¡Mi señora!- La voz entrecortada del teniente Barret surgió a borbotones terminal de comunicación de tosco diseño que reposaba sobre el escritorio, enterrado bajo aquellos infinitos pergaminos.
-Lo he notado… ¿qué ha sucedido?- Con suma gracilidad Perséfone había deslizado la mano entre los papeles y ahora sostenía el intercomunicador entre sus manos. Del intercomunicador brotó nuevamente la voz de Barret. -Lo desconozco mi señora, pero la detonación procede de los muelles de Delta6, de eso no hay duda, acaba de activarse el protocolo de aislamiento en toda la sección de carga.-
-Entonces tenemos poco tiempo, reúne al equipo.- La comisaria se había incorporado enérgicamente de su escritorio, derribando otro puñado de documentos al paso del revoloteo de su gabardina, solo deteniéndose para recoger el cinto con las armas que reposaba en uno de los escasos estantes auxiliares que no se encontraba completamente cubierto por un manto de papeles.
 Un chasquido de sus dedos bastó para que los dos guardias de asalto que custodiaban la entrada se unieran a la escolta  a través de los pasillos de la estación. Los aledaños a la central de asignaciones estaban desiertos como era habitual desde que el comisariado estableciera allí su centro de mando, sin embargo, a medida que la comitiva avanzaba a través de la sección Beta la actividad era creciente, aunque nada fuera de lo habitual. Se habían movilizado a la FDP para asumir el control instrumental de las secciones tal como predisponía el plan de emergencia. El resto de unidades, la mayoría de paso hacia su destino, permanecían desmovilizadas.
Aquello era sin duda mala señal, por lo que la comisaria apremió el paso entre los grupos de jóvenes soldados, los más distraídos de ellos parecían contemplar la escena con curiosidad, hasta que fijaban su atención en el cráneo que lucía en sus hombreras, a lo que seguía un respingo y una perorata de saludos. En cualquier otra ocasión Perséfone hubiera castigado severamente aquella insolencia pero no había tiempo que perder ahora. La comitiva siguió avanzando por las entrañas d ela estación, pero no en dirección a Delta6, su marcha los condujo hasta la sala de distribución de la sección Beta, sobre la que infinitas puertas de elevadores poblaban sus paredes semicirculares.
 Las  delicadas manos de Perséfone teclearon un código sobre el dispositivo de control y las enormes puertas se abrieron con el profundo quejido de los oxidados engranajes. Sin perder un segundo la comitiva desapareció tras el rótulo desgastado que indicaba el camino hacia el puente de mando de la estación.


1 comentario:

  1. Buen relato, consigues dejar al lector con ganas de más.

    Parece que tus Mirmidones se van a enfrentar a algo bastante curioso, jeje.

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