Lanza de Hierro. Nave de exploración del
Adeptus Mechanicus.
Orbitando en las cercanías del planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lambda.
Barracón
1 G.
Era
pronto, Volog paseaba tranquilamente, dejando atrás filas y filas de literas recién
hechas, cerca de algunas estaban sus ocupantes, sentados, hablando entre ellos
o haciendo tareas rutinarias. El soldado Osdip revisaba una a una las pequeñas
placas que conformaban su larga coraza de combate. En uno de los huecos,
agrandado al apartar ligeramente los catres, el soldado Korst practicaba
combate libre con el nervudo Chilc, que trataba inútilmente de librarse de un
movimiento que provocaba una dolorosa luxación en el hombro derecho; a su
alrededor varios savaranos observaban la lucha comentando el pugilato junto a
algunos civiles. Familiares, novias y amistades, normalmente las zonas propias
de los soldados no eran transitadas por estos, pero podían estar junto a ellos
en los días de descanso de los que habían podido disfrutar tras el combate pasado.
Al
igual que en los otros barracones por los que había pasado, no pudo evitar darse
cuenta de que había algunos camastros sin dueño, cada uno con un juego de
sábanas y una manta verde encima, dobladas perfectamente, esperando a que
llegase un nuevo ocupante. Eran de los hombres que se habían perdido en la
batalla por el crucero. Sus cosas habían sido retiradas por sus conocidos o
enviadas a reciclar por algún miembro del servicio interno. Todos y cada uno de
los huecos vacios contaban con su propia historia, no solo la de sus últimos
ocupantes, sino de los cuantiosos que los habían precedido, y casi de los que
les predecerían en su servicio como soldados del Emperador. Risas, penas,
dolores, alegrías… Tragedias para la mayoría, pero no para Volog. Era un honor
morir por la Sagrada Terra; servir en los ejércitos del Imperio era algo
grande, solo superado por la muerte en la batalla, con ella se evocaba a los
grandes Santos del pasado…
-
¡Cuidado Mayor!
Apenas
se sobresaltó, delante de sus botas cayó una pelota de cuero teñido. Botó sin
fuerza hasta que chocó suavemente con uno de sus pies. No se había dado cuenta de que estaba
saliendo de la sala, en frente, junto a la salida, unos cuantos soldados
estaban practicando algo de deporte, utilizando el quicio como parte del juego.
Sonrió brevemente, se agachó para recoger la pelota y lanzársela para que
siguieran divirtiéndose. Sus costillas se quejaron debajo del vendaje que
recubría su pecho, de no ser por los cuidados médicos recibidos, no se habría
recuperado tan rápidamente del rodillazo que recibió en el crucero. El hecho de
que hubiese tenido que reemplazar buena parte de las pequeñas piezas de
ceramita de su armadura lo atestiguaba.
Interrumpió
el juego un instante para pasar al siguiente barracón. Justo al lado había un
nutrido grupo de savaranos sentados en los bordes de las literas o en sillas
improvisadas con trastos de lo más variado. No solo había hombres de su
división, también los había de la de Arsacis, pudo reconocer a algunos, eran de
las compañías de Mitrídates y Samsu. Hablaban sobre sus experiencias
combatiendo a los aliens con los que habían luchado. Saludó con una inclinación
de cabeza, dos soldados le hicieron hueco, se apoyó en la pared para formar
parte de aquel corrillo. Quieye, un soldado vestido con una camisa gris y unos
pantalones militares a juego, tenía un largo corte cosido en uno de sus
antebrazos; mostraba con demasiado orgullo los puntos que cerraban la herida.
Actuaba tratando de monopolizar la conversación, con una prepotencia que
molestaba a la mayoría de los presentes. Vociferaba como si fuera un experto en
xenología, era de los hombres de Mitrídates, claramente estaba avergonzando al
resto de sus compañeros con su palabrería, si el Capitán estuviera presente le
habría reprendido sin dudarlo.
Continuó
con los comentarios perspicaces, interrumpiendo a los demás tratando de
demostrar que era el que más sabía del tema. Volog escuchaba atentamente
aquella sarta de tonterías, sin saber si se había dado cuenta de que él estaba
presente. Su siguiente comentario le demostró que no le había visto. Se puso a
hablar de los Xruxil.
-
Los de Nybde son unos cobardes. Tienen a una especie xeno a tiro y no se
atreven a exterminarlos.
Muchos
si habían visto al Mayor. Intercambiaron miradas nerviosas, por poco
divertidas. Volog se limitó a escuchar tranquilamente. Quieye continuó con su
atrevida verborrea.
- ¿Alguno
os acordáis de la destrucción de la prospección I-551? La gente de Nybde no
ayudó en su defensa. Dejaron que esos xenos se comieran su estructura. Pues sí,
pues sí, pues sí. ¿Y sabéis por qué? -Nadie contestó.- Yo os lo diré. Porque
les interesaba que nadie de fuera de su pedrusco comenzara a explotar unas
minas nuevas. A mí me da que se llevan excesivamente bien con…
Un
cuchillo se clavó en el suelo de metal, justo en el hueco que había debajo de
las piernas del soldado. El silencio se adueñó de la escena. Era un arma larga,
con un mango hecho en hueso laboriosamente tallado y un filo de apariencia
delicada realizado en un material similar al diamante. Era el cuchillo de
combate de Volog. El Mayor avanzó hasta ponerse en frente del soldado, desclavó
el arma del duro suelo y la guardó en su funda. Quieye estaba más callado que
un muerto. No lo vio venir, aunque de todas formas no lo habría esquivado
aunque lo hubiese intentado. Volog lo agarró por los cuellos de la camisa para
levantarlo bruscamente.
-
Lo… Lo siento señor. No sabía que estaba presente.
-
Pues si lo estaba, aquí, y en Nybde también. -El soldado se puso más pálido
aún.- Yo formé parte de las milicias que participaron en el rescate. -Con un
rápido movimiento desenvainó su arma y la puso muy cerca de uno de los ojos del
asustado soldado- ¿Ves este cuchillo? Está
tomado de allí mismo, pertenecía a uno de esos xenos. A uno de los pocos que
pudimos matar antes de huyeran en desbandada.
-
Pero… La base explotó. No sobrevivió nadie. -Su voz sonaba cada vez más aguda.-
¡Se dijo en todos los noticiarios del sistema!
-
Pues no fue así. Eso te lo aseguro yo. Ni era una explotación minera. Fue un
Inquisidor que se pasó de listo, quiso destruir en vez de estudiar, como sus
amigos Radicales. Esos aliens siempre nos evitan, rara vez se acercan a los
humanos. Pero aquel pobre diablo se pasó de la raya. Y los Xruxil se lo
hicieron pagar con creces. Aquel día añadieron algo más a su dieta, no solo se
comieron los metales de de la base.
Especie Xeno indentificada como Xruxil. Nativa del planeta Nybde. Sistema Catafractaria. Segmentum Ultima. |
Quieye
sonrió nerviosamente, como si esperase que todo aquello fuese una broma de mal
gusto. Fue puesto en su asiento de un empujón. Los fríos ojos del Mayor lo
hicieron enmudecer del todo. Se quedó con la mirada fija en el suelo, intentado
asimilarlo.
Volog
continuó su paseo tras enfundar de nuevo su arma, la conversación siguió a sus
espaldas. Al irse se paró un momento para hablar con un sargento de la compañía
de Samsu.
-
Dile a Arsacis que no quería excederme con uno de sus hombres.
- No
se preocupe Mayor. -Hizo un saludo militar.- Estoy seguro de que el mayor
Arsacis no sentirá molestado por lo ocurrido.
-
Bien, continúen descansando, no creo que pase mucho tiempo hasta que se nos
movilice de nuevo.
Pasillo auxiliar. Puente de Mando.
Apoyado
en la repisa de la ornamentada pared, Khur observaba el espacio exterior a
través del mamparo blindado que tenía delante. Suspendido en la ingravidez, junto a la Lanza
de Hierro estaba el imponente acorzado que habían capturado. La mayoría de sus
ventanales estaban iluminados ahora que centenares de tecnosacerdotes pululaban
por su interior, investigándolo y poniéndolo al día. Había rumores de que
incluso algunos de los Magos habían pasado de la Lanza de Hierro para dirigir
los sondeos en persona. Por cómo se había puesto Enoch al conectarse a sus
terminales pudo ver el valor de la nave. Así esperaba que fuese, habían perdido
a muy buenos hombres en su captura. Los genestealers siempre fueron un enemigo
muy duro. Aún podía recordar la mirada del Líder de Progenie. Era difícil
olvidar el rostro de una máquina de matar biológicamente perfecta.
Alguien
lo abrazó por detrás, no le hizo falta volverse, su almizcle le era
inconfundible. Era Dijnia. Echó la cabeza hacia atrás para darla un beso. El
hombro en el que había sido herido se quejó, pero no le importó, ni siquiera
llevaba puesto el cabestrillo que le aconsejó el doctor. Disfrutó durante un
momento del contacto de sus suaves mejillas en su cara. Siempre que él había
vuelto gravemente herido de una misión ella se ponía más cariñosa de lo normal,
algo raro teniendo en cuenta su fuerte temperamento, fruto de haberse criado en
un planeta en el que el peligro acechaba en cada esquina.
-
¿Qué tal estas?
-
Bien.
- No
te he oído levantarte.
- No
quería despertarte. He estado releyendo los informes que me ha enviado Enoch
sobre el acorazado. Entre sus robots y los refuerzos que enviamos, ha quedado
limpio.
-
¿Lo pasaron muy mal Iluma, Samsu y Sumu?
- No,
lo peor nos lo llevamos nosotros. -Apretó los puños, Dijinia lo estrechó entre
sus brazos al notarlo.
-
Hicisteis lo que pudisteis. Además, tú mataste a su jefe.
-
Ya.
Un
flash azulado los recubrió durante un segundo. Los escudos del acorazado
acababan de repeler un disparo a larga distancia proveniente de la flota del
caos. Ante el empuje de los leales, y la llegada de la Lanza de Hierro, la
flota hereje se había replegado hasta una distancia segura desde la que de
forma esporádica intercambiaban salvas de disparos con la flota imperial, la
cual había retrocedido hasta formar un anillo defensivo alrededor del planeta.
Era una calma momentánea, todos sabían que no tardaría en darse un avance por
uno de los dos bandos.
Las
naves caóticas actuaban con la digresión de siempre. Habían dejado desprotegido
un flanco entero, en el cual habían dejado miles de minas espaciales a la
deriva, como si esperasen que los imperiales fuesen tan estúpidos como para lanzar
su ofensiva desde allí. De vez en cuando un crucero y algunas fragatas se
lanzaban hacia delante, siendo repelidas con la misma contundencia que cuando
lo hacían las leales. Dos días antes casi provocan el ataque total por parte de
la flota imperial. Varios Cruceros clase Styx vomitaron una marabunta de
pequeños cazas auto-tripulados que acosaron duramente a las naves imperiales
antes de que estas y sus propios cazas los destruyeran. Sin embargo, no
avanzaron, se dedicaron a observar, como si estuvieran midiendo las fuerzas defensoras
a la espera de algo.
Khur
y Djinia observaron como el acorazado devolvía el disparo con sus extrañas
armas principales. Al parecer los tecnosacerdotes hacían grandes progresos. Uno
de los raros cañones de la nave lanzó un zigzagueante haz de energía hacia la
flota enemiga, el disparo no acertó a ningún enemigo, pero sí abrasó un
destructor de los que flotaban a la deriva junto al resto de naves abandonadas
que la disformidad había dejado allí. Había que calibrar de nuevo los sistemas
de puntería. Djinia volvió a romper el silencio.
- ¿Quiénes vais a ir a la reunión?
-
Enoch y yo. Dejaré a Arsacis, Volog y
Seleuco al mando del regimiento en nuestra ausencia. Tenemos órdenes de
abordar alguna nave más y de responder contundentemente si la situación lo
necesita.
-
¿No puede ir uno de los Magos? Si tan interesados están en mantener buenas
relaciones mientras saquean todos estos desperdicios, que vayan ellos.
-
Están demasiado ocupados investigando el acorazado y preparándose para defender
la Lanza de Hierro. Además, nosotros nos entenderemos mejor con esa gente que
ellos.
-
Si. Y si la cosa se pone fea siempre podrás contar con el sentido del humor de
Enoch.
Ambos
rieron.
-
Ten cuidado. Que Enoch se encargue de la diplomacia. Tu no solo vas a defender
las vidas de tus hombres, también la tuya.
- Lo
tendré.
Estancias de entrenamiento.
Arsacis
avanzaba a paso ligero a escasos cinco metros de la pared de la estancia en la
que se ejercitaba. A su lado iban manteniendo el paso Gotar y el Teniente Sinu.
Detrás de ellos toda la segunda compañía, siendo esta seguida por la sexta, con
Gandash a su cabeza, y la octava, con Marduk capitaneándola. Todos corrían al
mismo paso, siguiendo el recorrido marcado en el suelo alrededor de la colosal
habitación en la que estaban. Correr. Era uno de los ejercicios marciales que
habían acompañado al hombre a lo largo de toda su existencia, una larga
historia marcada por la guerra.
No
iban a un ritmo muy rápido, el Mayor no quería exigirles mucho, tampoco había
que cansar a los hombres a lo tonto. No se habían puesto las corazas de
combate, todos vestían igual, con camisetas blancas de tirantes, pantalones de
arpillera verde caqui y las botas reglamentarias. Ya llevaban unas cuantas
vueltas. Arsacis sabía que ya no era el joven que había sido antes, la edad
hacía mella a la hora de tolerar el dolor del ejercicio físico. ¡Tampoco era un
viejo! Debía dar ejemplo, unos mil quinientos hombres estaban haciendo el mismo
ejercicio que él. El dolor de las piernas empezaba a ser un poco más que
molesto, la respiración se hacía cada vez más costosa y sus características
gafas de cristales redondos le incordiaban al resbalarse con el sudor que le
corría por la frente.
Trató
de distraerse. En el centro de la sala otras compañías realizaban ejercicios
acompañadas de algunos grupos de heridos que los observaban para entretenerse.
Se acordó de la información que le había pasado el Coronel, a él y a todos los
miembros del estado mayor del regimiento. No había ningún problema en que el
bruto de Seleuco se quedara sin el freno que suponía Khur, siempre y cuando, él
y Volog fuesen capaces de relajar la inflexibilidad de sus criterios.
Esperaba
que el Coronel y Enoch fuesen capaces de dejarlos en una buena posición, no era
bueno que se quedaran solos ante lo que se avecinaba, cuando uno se enfrentaba
a las fuerzas del archienemigo sabía que la situación podía empeorar gravemente
en simples instantes. Las fuerzas de defensa locales no lo hacían mal, pero se
recuperaban a duras penas del impacto causado por las primeras acometidas del
caos o los xenos. Sabía que era difícil, llevaba demasiados años en el Astra
Militarum como para no esperarse lo peor de egoístas comandantes regionales y
de guarniciones que llevaban años sin
confrontar un combate real.
Sacudió
la cabeza. Se dio cuenta de que Sinu estaba a punto de adelantarle. Resopló un
par de veces y aceleró el paso.
-
¡Venga savaranos! ¡No llevamos ni la mitad!
-
¡Señor! ¡Sí! ¡Señor!
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