domingo, 13 de julio de 2014

Savaranos de Catafractaria. "Encuentros".



Transporte Espacial. Navegando por la disformidad. Rumbo al Sistema Belerin. 

Las paredes de la bodega número cuatro eran de un viejo metal teñido de granate, como gran parte de la nave. Cada diez metros varios dispositivos de luz se esforzaban inútilmente por espantar a las sombras que reinaban entre las cajas de latón y los materiales plastificados. Algunos droides de seguridad paseaban entre sus estrechos pasillos, escudriñándolo todo con sus dispositivos de visión. El olor del polvo depositado se mezclaba con el de cerrado, generando una sensación de aislamiento para cualquiera que entrase. 

Las puertas automáticas se abrieron con un sonido maquinal, los robots se giraron rápidamente, analizando con sus sensores al intruso. No tardaron mucho en volver a sus funciones de patrulla, el recién llegado no era un peligro para nada, es más, como re-descubridor de su diseño, para muchas de aquellas máquinas podría haber sido su padre. Entró rompiendo el tenue sonido ambiental con las asonancias propias de su poderoso cuerpo, los pasos de sus botas de acero y el repiquetear de su bastón de combate.

Era Enoch. Se dirigió directamente hacia la pared que tenía delante, justo al fondo de la bodega. No miró hacia los lados, ni se interesó en ninguno de los montones de materiales perfectamente apilados por los servidores. Una vez allí puso la mano derecha sobre un anónimo aplique con forma de calavera, tras varios segundos una serie de pitidos precedieron a la repentina iluminación de las cuencas oculares del adorno. Cuando estas se apagaron el visioingeniero se apartó dos pasos y esperó.

Toda una sección del muro se deslizó silenciosamente hacia un lateral, metiéndose dentro de la pared. Hacía demasiado tiempo de que Enoch había dejado de sentir nada que no fuera necesario, pero de haber podido apreciar algo más, el orgullo habría recorrido todas y cada una de las fibras de su cuerpo, fuesen naturales o artificiales. La pieza de arcanotecnología que tenía delante se presentaba ante él como uno de los viejos colosos del pasado, pero no de esos que fueron asesinados por los héroes de las leyendas, sino de los que luchaban junto a estos, codo con codo en epopeyas bañadas en alambre de espino.    

Las formas redondeadas del blindado cuerpo del gigante habían sido reparadas con todo el cuidado del mundo, incluso gran parte de su barroca ornamentación había sido restaurada con suficiente calidad como para provocar los celos de todos y cada uno de los artistas de Catafractaria. Sus poderosos brazos, ensamblados en el cuerpo principal, mostraban las armas con las que había rendido mundos enteros en nombre del Emperador. En el brazo izquierdo el imponente puño de combate, de un diseño ya perdido, hacía pareja con los dos cañones automáticos que remataban la otra extremidad.

Enoch se acercó con reverencia, sin apartar la vista de las ranuras de visión que el titán tenía en el casco que hacía de cabeza, pensando que su espíritu de la máquina lo miraba directamente, como si le exigiera que le pusiera en marcha de nuevo. El visioingeniero alargó uno de sus brazos para tirar de una tarjeta que se encontraba incrustada en una centralita de la que surgía una maraña de cables, la cual se extendía por todo el corpachón de aquel semidiós como si de las ramas de una frondosa hiedra se tratara. Al retirar el pequeño dispositivo la cableada maleza comenzó a retirarse lentamente. Sacó de entre sus túnicas un mecanismo cuadrado en el que introdujo la tarjeta con un leve chasquido. 

Dio un par de pasos hacia atrás mientras ordenaba que la compuerta del compartimento secreto se cerrara. Volvió a observar la preciosa estructura que tenía delante, la precaria iluminación de la sala le daba un tono anaranjado a la pintura leonada que en algunas partes presentaba una antigüedad de decenas de miles de años. Era una desgracia para el Omnissiah que aquella tecnología no pudiera replicarse, pero Enoch, como siervo del Dios Máquina, sí que podía hacer una cosa, y esa era hacer que funcionara de nuevo. 

Si hacer marchar a tan reverenciada pieza implicaba tener que cederla a los jóvenes hermanos de su anterior ocupante, así sería. Tan solo hacía falta que un nuevo usuario ocupase el sarcófago desde el que aquella máquina de guerra sería dirigida. Mientras salía de aquella bodega repasó de nuevo el torrente de información de todos los que acudirían a la reunión. Las estadísticas volvieron a señalar a los mismos individuos como los que mayores posibilidades tendrían de darle buen uso a aquel regalo, aunque claro, fuera de cualquier cálculo, sabía de sobra que su generosidad no caería en saco roto. No podía ser de otra manera. 

Sistema Sagkeion Lamba. Nave de abordaje de la Lanza de Hierro. Trayectoria: Destructor abandonado. 

Critio notó de repente una sequedad de garganta de lo más molesta. Maldijo en bajo antes de desear haber colado alguna lata de refresco más, se levantó de su asiento y fue hacia un pequeño depósito de agua que estaba a escasos metros de él. Mientras llenaba un vaso de latón con el que satisfacer su sed se fijó en cómo el teniente Syrus hacía que los soldados de su pelotón revisasen sus rifles láser tipo Kontos. Aunque ya lo habían hecho varias veces, obedecieron sin dudarlo, actuando con una rigidez en sus formas fruto de unos entrenamientos físicos y mentales en los que cualquier negligencia se pagaba con severos escarmientos. Puede que fuera de servicio la camaradería estuviera al orden del día, pero esa inflexibilidad tan natural para ellos era lo que hacía que los regimientos de savaranos se hubieran conformado como una unidad de elite dentro de los estándares de la Guardia Imperial. 

El comisario recordó algunas de las contiendas en las que los hombres del 143 habían participado, sobre todo aquellas antes de que se les ordenase escoltar a la expedición de la Lanza de Hierro. Cinco mil hombres por regimiento eran muy pocos en comparación con la mayoría de los ejércitos que conformaban el Astra Militarum. Sin embargo, lo que parecía ser su gran debilidad era uno de sus puntos fuertes, ya que al formar parte de un grupo tan compacto como el suyo, golpeaban al enemigo con una contundencia que no se esperaba para nada. Aplastándolo allí donde menos se lo esperaba, decantando el enfrentamiento del lado correcto. 

Justo cuando se volvía para dejar el vaso en el montón, los viejos altavoces de la nave de asalto avisaron de que en pocos minutos comenzarían a aproximarse al destructor. Resistió la tentación de tomar un último trago antes de que empezase la entrada. Se dirigió junto a todos hacia las escotillas de abordaje por las que entrarían, se colocó su máscara respiratoria antes de empuñar sus armas. Atravesó rápidamente la masa de soldados que calaban sus bayonetas con decisión, muchos le saludaban de forma marcial. Llegó junto a Zoroaster, que esperaba delante de la principal entrada de asalto, empuñaba con ambas manos su espada sierra, la cual ronroneaba débilmente. Pudo ver las marcadas ojeras del pálido capitán a través de los cristales de su máscara. No pudo evitar pensar en lo que tendría que hacer si la preocupación que este le había confesado hacía mella durante la acción. 

Acorazado Alma de Belerin. 

Khur disimulaba como podía las furtivas miradas que lanzaba hacia todo y todos los presentes en aquella barroca sala de reuniones. Como la mayoría de los savaranos, sus gustos estaban regidos por una austeridad muy marcada, sin embargo aquella decoración no lo molestaba por ofender a sus preferencias personales, sino por el hecho de que era una muestra de ostentación excesiva y totalmente innecesaria por parte del Lord General que los había convocado. La reunión ya había tenido varios encuentros primarios, ahora estaban en un intermedio, en este aprovechó para pulular por la monumental sala, junto a él caminaba una escolta de seis savaranos. Enoch, seguido de un par de sus robots, no andaba muy lejos, parecía buscar a alguien, o por lo menos daba esa impresión. 



Se fijó en una de las ornamentadas paredes, sobre ella había un cuadro al oleo de grandes dimensiones en el que aparecían representados un grupo de oficiales sobre el cadáver de lo que parecía una monstruosidad eldar. El autor había logrado representar con gran detalle los gallardos rostros de los hombres que festejaban la victoria, sus caras sonreían alegres, alzaban los brazos poniendo sus fusiles por encima de la cabeza. Todos ellos enmarcaban a sus líderes. El pintor no había olvidado dejar un pequeño detalle con el que nadie dejase en el tintero lo que había pasado allí. Todo estaba salpicado de sangre, y no solo era de origen alienígena, las armas, las sonrisas, los uniformes, la hierba… 

Debajo de la obra de arte había un par de de comandantes de la Guardia Imperial. Sabía quiénes eran. El primero, junto a dos soldados con unos uniformes decorados de manera que cada cual pareciera más dispar que el otro, era Guilan Ampillo, comandante en jefe de los Coraceros de Sagkeion, su puño de combate tenía el mecanismo de suspensión disimulado con los caros materiales que confeccionaban su cara vestimenta, con la mano que le quedaba libre sujetaba una cara copa de cristal con la que degustaba un licor rojizo. Manifestaba una actitud desenfadada y altanera. El segundo no tomaba nada, era Zeleo Vin Hurios, comandante de los Dragones Dorados, estaba con otros dos soldados de escolta, llevaba una indumentaria que casi se asemejaba en estilo al de los guerreros que aparecían en el cuadro que enmarcaba su conversación. 

Khur se quedó solo con dos de los soldados que le custodiaban, dejó que el resto se relajaran. Se acercó para hablar con ambos comandantes, había que mejorar las relaciones con ellos por obligación, la colaboración con las fuerzas locales del Sistema Sagkeion les vendría muy bien en el futuro. Al verle llegar ambos le saludaron, Guilan con una risilla bastante quimérica, Zeleo con una estricta reverencia militar. 

- Saludos Comandantes. -Tomó con una mano enguantada una copa en la que se sirvió un espeso brebaje violáceo, se dirigió directamente a Guilan.- Ahora que estamos un poco más libres quería darle mis condolencias por los soldados que ha perdido en el acorzado que tomaron mis hombres. 

- Eso le honra Coronel. -La voz de Zeleo estaba muy marcada por sus marcados modales, Khur le respondió al alago asintiendo con la cabeza. 

- ¡Je! Se agradece el gesto Savarano. -El tono de Guilan sonaba tan socarrón como cuando se presentó.- Pero creo que a vosotros os vino muy bien que mis muchachos fueran acuchillados como animales. Esa nave era nuestra. 

Khur no se mostró afectado por la provocación. 

- Permítame dudarlo. Las bajas que sufrieron sus grupos de asalto fueron demasiado altas. No hace falta que le recuerde el estado de los pocos supervivientes que les enviamos de vuelta a sus bases orbitales. 

- Tus soldados tuvieron suerte, nada más que eso. Si hubiese llegado otra oleada habríamos erradicado a los xenos. 

- ¿Usted estuvo allí? -Khur se sentía irritado por la mala actitud de Guilan. Habló con todo el temple que pudo, no deseaba ofenderle, pero no se iba a dejar avasallar por un tipo así. -Porque yo sí que estuve, y por lo que me ha demostrado jamás ha tenido que enfrentarse a un Genestealer cara a cara. 

- No, no estuve. -La expresión de Guilan se tornó dura en un instante.- ¿Y quién os daba derecho a intervenir? ¿Eh? Yo creo que nadie.

- Formamos parte de una expedición de los siervos del Dios Máquina. -Khur dio un trago de la dulzona bebida antes de continuar.- Puede que no desee mi ayuda, ya que evité que hiciera negocios con la nave, pero arrebatarle un descubrimiento al Mechanicus es algo que no se lo deseo a nadie. Por muy mal que me caiga. 

El directo comentario del coronel hizo que el comandante de los Coraceros enseñara los dientes en una sonrisa más que forzada. Dejó la copa vacía sobre una bandeja de plata y apoyó sin disimulo la mano sobre la empuñadura de su pistola de plasma. Khur hizo lo propio sobre el mango de su espada de energía. Los escoltas de ambos intercambiaron miradas desafiantes. Antes de que dijeran nada, Zeleo intervino con tono apaciguador. 

- Caballeros, no creo que este sea el momento para  entrar en elucubraciones de este calibre. Las flotas del Caos no dejan de fortalecerse en nuestro sistema y los astrópatas están muy intranquilos, eso nunca ha sido buena señal. Debemos cerrar filas, cualquier ayuda es bienvenida. 

Guilan asintió a regañadientes. Khur levantó su copa para agradecer la intervención del Comandante de los Dragoneros. Se despidió y siguió recorriendo la sala. No pudo evitar sentir la resentida mirada del Comandante de los Coraceros en la espalda. 
 



Enoch vio como el Coronel charlaba con otros mandos del Astra Militarum. Él ya sabía que tenía que dejar claro que la Lanza de Hierro ayudaría todo lo que pudiera a las fuerzas locales, siempre y cuando no fuera molestada en sus investigaciones. Ahora, en este pequeño parón diplomático, se dedicaría a otros menesteres, entre ellos la búsqueda ciertos individuos a los que quería enseñar algo. 

Los había encontrado, allí estaban, con sus poderosas servoarmaduras en las que destacaba la iconografía en forma de tridente. Como todos los hijos de Rogal Dorn, mostraban semblantes duros en los que la seriedad era la majestad de las emociones. Se mantenían alerta ante todo, al verle acercarse el que parecía su líder señaló a uno de los miembros de su séquito, el cual salió al encuentro del visioingeniero. Su armadura era similar a la del resto de sus compañeros, aunque mostraba las insignias características de un sargento, se quitó su casco tipo corvus al llegar a la altura de Enoch, colocándolo debajo del brazo que no iba armado con un puño de combate. 

- Sargento veterano Wernoh, de los Custodios del Tridente. ¿Qué deseas Tecnosacerdote?

Enoch se paró en seco delante del marine espacial, dando un pequeño golpe en el suelo con el final del largo mango de su hacha de combate antes de presentarse. Detrás de él sus dos robots se situaron a sus flancos.

- Enoch Zylphia, Visioingeniero Jefe asignado al 143 de los Savaranos de Catafractaria. Quisiera mostrarle algo a su capitán. 

El marine ni se inmutó ante la petición, su poblado bigote y sus cejas grises apenas se movieron cuando habló de nuevo. 

- Mi Capitán está ocupado asistiendo los asuntos del Capítulo, no puede atenderte en estos momentos. 

- Pero…

- Lo siento, no hay excusas. No te ofendas Visioingeniero. Si quieres puedes tratar conmigo los asuntos que desees, tengo los permisos y el respeto necesario de mis hermanos. Aún así te comunico que en estos momentos el capítulo no tiene tiempo para hacer tratos de ningún tipo.

- ¿Seguro? 

Introdujo una de sus manos entre los pliegues de su atuendo carmesí, sabiendo que el formidable astarte seguía con la mirada sus movimientos. Le enseñó un artefacto cuadrangular. De la punta de varios de sus dedos surgieron unos filamentos que activaron los mecanismos de proyección holográfica que escondía en su interior. Entre ambos apareció una imagen verde que giraba lentamente en el aire. El marine ladeó ligeramente la cabeza al ver al vigoroso bípode cibernético que tenía delante. 

Un Dreadnought Contemptor.

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