Transporte Espacial. Navegando por la
disformidad. Rumbo al Sistema Belerin.
Las
paredes de la bodega número cuatro eran de un viejo metal teñido de granate,
como gran parte de la nave. Cada diez metros varios dispositivos de luz se
esforzaban inútilmente por espantar a las sombras que reinaban entre las cajas
de latón y los materiales plastificados. Algunos droides de seguridad paseaban
entre sus estrechos pasillos, escudriñándolo todo con sus dispositivos de
visión. El olor del polvo depositado se mezclaba con el de cerrado, generando
una sensación de aislamiento para cualquiera que entrase.
Las
puertas automáticas se abrieron con un sonido maquinal, los robots se giraron
rápidamente, analizando con sus sensores al intruso. No tardaron mucho en
volver a sus funciones de patrulla, el recién llegado no era un peligro para
nada, es más, como re-descubridor de su diseño, para muchas de aquellas
máquinas podría haber sido su padre. Entró rompiendo el tenue sonido ambiental
con las asonancias propias de su poderoso cuerpo, los pasos de sus botas de acero
y el repiquetear de su bastón de combate.
Era
Enoch. Se dirigió directamente hacia la pared que tenía delante, justo al fondo
de la bodega. No miró hacia los lados, ni se interesó en ninguno de los
montones de materiales perfectamente apilados por los servidores. Una vez allí
puso la mano derecha sobre un anónimo aplique con forma de calavera, tras
varios segundos una serie de pitidos precedieron a la repentina iluminación de
las cuencas oculares del adorno. Cuando estas se apagaron el visioingeniero se
apartó dos pasos y esperó.
Toda
una sección del muro se deslizó silenciosamente hacia un lateral, metiéndose
dentro de la pared. Hacía demasiado tiempo de que Enoch había dejado de sentir
nada que no fuera necesario, pero de haber podido apreciar algo más, el orgullo
habría recorrido todas y cada una de las fibras de su cuerpo, fuesen naturales
o artificiales. La pieza de arcanotecnología que tenía delante se presentaba
ante él como uno de los viejos colosos del pasado, pero no de esos que fueron asesinados
por los héroes de las leyendas, sino de los que luchaban junto a estos, codo
con codo en epopeyas bañadas en alambre de espino.
Las
formas redondeadas del blindado cuerpo del gigante habían sido reparadas con
todo el cuidado del mundo, incluso gran parte de su barroca ornamentación había
sido restaurada con suficiente calidad como para provocar los celos de todos y
cada uno de los artistas de Catafractaria. Sus poderosos brazos, ensamblados en
el cuerpo principal, mostraban las armas con las que había rendido mundos
enteros en nombre del Emperador. En el brazo izquierdo el imponente puño de
combate, de un diseño ya perdido, hacía pareja con los dos cañones automáticos
que remataban la otra extremidad.
Enoch
se acercó con reverencia, sin apartar la vista de las ranuras de visión que el
titán tenía en el casco que hacía de cabeza, pensando que su espíritu de la
máquina lo miraba directamente, como si le exigiera que le pusiera en marcha de
nuevo. El visioingeniero alargó uno de sus brazos para tirar de una tarjeta que
se encontraba incrustada en una centralita de la que surgía una maraña de
cables, la cual se extendía por todo el corpachón de aquel semidiós como si de
las ramas de una frondosa hiedra se tratara. Al retirar el pequeño dispositivo
la cableada maleza comenzó a retirarse lentamente. Sacó de entre sus túnicas un
mecanismo cuadrado en el que introdujo la tarjeta con un leve chasquido.
Dio
un par de pasos hacia atrás mientras ordenaba que la compuerta del
compartimento secreto se cerrara. Volvió a observar la preciosa estructura que
tenía delante, la precaria iluminación de la sala le daba un tono anaranjado a
la pintura leonada que en algunas partes presentaba una antigüedad de decenas
de miles de años. Era una desgracia para el Omnissiah que aquella tecnología no
pudiera replicarse, pero Enoch, como siervo del Dios Máquina, sí que podía
hacer una cosa, y esa era hacer que funcionara de nuevo.
Si
hacer marchar a tan reverenciada pieza implicaba tener que cederla a los
jóvenes hermanos de su anterior ocupante, así sería. Tan solo hacía falta que
un nuevo usuario ocupase el sarcófago desde el que aquella máquina de guerra
sería dirigida. Mientras salía de aquella bodega repasó de nuevo el torrente de
información de todos los que acudirían a la reunión. Las estadísticas volvieron
a señalar a los mismos individuos como los que mayores posibilidades tendrían
de darle buen uso a aquel regalo, aunque claro, fuera de cualquier cálculo,
sabía de sobra que su generosidad no caería en saco roto. No podía ser de otra
manera.
Sistema Sagkeion Lamba. Nave de abordaje de
la Lanza de Hierro. Trayectoria: Destructor abandonado.
Critio
notó de repente una sequedad de garganta de lo más molesta. Maldijo en bajo
antes de desear haber colado alguna lata de refresco más, se levantó de su
asiento y fue hacia un pequeño depósito de agua que estaba a escasos metros de
él. Mientras llenaba un vaso de latón con el que satisfacer su sed se fijó en
cómo el teniente Syrus hacía que los soldados de su pelotón revisasen sus
rifles láser tipo Kontos. Aunque ya lo habían hecho varias veces, obedecieron
sin dudarlo, actuando con una rigidez en sus formas fruto de unos
entrenamientos físicos y mentales en los que cualquier negligencia se pagaba
con severos escarmientos. Puede que fuera de servicio la camaradería estuviera
al orden del día, pero esa inflexibilidad tan natural para ellos era lo que
hacía que los regimientos de savaranos se hubieran conformado como una unidad
de elite dentro de los estándares de la Guardia Imperial.
El comisario
recordó algunas de las contiendas en las que los hombres del 143 habían
participado, sobre todo aquellas antes de que se les ordenase escoltar a la
expedición de la Lanza de Hierro. Cinco mil hombres por regimiento eran muy
pocos en comparación con la mayoría de los ejércitos que conformaban el Astra
Militarum. Sin embargo, lo que parecía ser su gran debilidad era uno de sus
puntos fuertes, ya que al formar parte de un grupo tan compacto como el suyo,
golpeaban al enemigo con una contundencia que no se esperaba para nada.
Aplastándolo allí donde menos se lo esperaba, decantando el enfrentamiento del
lado correcto.
Justo
cuando se volvía para dejar el vaso en el montón, los viejos altavoces de la
nave de asalto avisaron de que en pocos minutos comenzarían a aproximarse al
destructor. Resistió la tentación de tomar un último trago antes de que
empezase la entrada. Se dirigió junto a todos hacia las escotillas de abordaje
por las que entrarían, se colocó su máscara respiratoria antes de empuñar sus
armas. Atravesó rápidamente la masa de soldados que calaban sus bayonetas con
decisión, muchos le saludaban de forma marcial. Llegó junto a Zoroaster, que
esperaba delante de la principal entrada de asalto, empuñaba con ambas manos su
espada sierra, la cual ronroneaba débilmente. Pudo ver las marcadas ojeras del
pálido capitán a través de los cristales de su máscara. No pudo evitar pensar
en lo que tendría que hacer si la preocupación que este le había confesado
hacía mella durante la acción.
Acorazado
Alma de Belerin.
Khur disimulaba
como podía las furtivas miradas que lanzaba hacia todo y todos los presentes en
aquella barroca sala de reuniones. Como la mayoría de los savaranos, sus gustos
estaban regidos por una austeridad muy marcada, sin embargo aquella decoración
no lo molestaba por ofender a sus preferencias personales, sino por el hecho de
que era una muestra de ostentación excesiva y totalmente innecesaria por parte
del Lord General que los había convocado. La reunión ya había tenido varios
encuentros primarios, ahora estaban en un intermedio, en este aprovechó para
pulular por la monumental sala, junto a él caminaba una escolta de seis
savaranos. Enoch, seguido de un par de sus robots, no andaba muy lejos, parecía
buscar a alguien, o por lo menos daba esa impresión.
Se
fijó en una de las ornamentadas paredes, sobre ella había un cuadro al oleo de
grandes dimensiones en el que aparecían representados un grupo de oficiales sobre
el cadáver de lo que parecía una monstruosidad eldar. El autor había logrado
representar con gran detalle los gallardos rostros de los hombres que
festejaban la victoria, sus caras sonreían alegres, alzaban los brazos poniendo
sus fusiles por encima de la cabeza. Todos ellos enmarcaban a sus líderes. El
pintor no había olvidado dejar un pequeño detalle con el que nadie dejase en el
tintero lo que había pasado allí. Todo estaba salpicado de sangre, y no solo
era de origen alienígena, las armas, las sonrisas, los uniformes, la hierba…
Debajo
de la obra de arte había un par de de comandantes de la Guardia Imperial. Sabía
quiénes eran. El primero, junto a dos soldados con unos uniformes decorados de
manera que cada cual pareciera más dispar que el otro, era Guilan Ampillo,
comandante en jefe de los Coraceros de Sagkeion, su puño de combate tenía el
mecanismo de suspensión disimulado con los caros materiales que confeccionaban
su cara vestimenta, con la mano que le quedaba libre sujetaba una cara copa de
cristal con la que degustaba un licor rojizo. Manifestaba una actitud
desenfadada y altanera. El segundo no tomaba nada, era Zeleo Vin Hurios,
comandante de los Dragones Dorados, estaba con otros dos soldados de escolta,
llevaba una indumentaria que casi se asemejaba en estilo al de los guerreros
que aparecían en el cuadro que enmarcaba su conversación.
Khur
se quedó solo con dos de los soldados que le custodiaban, dejó que el resto se
relajaran. Se acercó para hablar con ambos comandantes, había que mejorar las
relaciones con ellos por obligación, la colaboración con las fuerzas locales
del Sistema Sagkeion les vendría muy bien en el futuro. Al verle llegar ambos
le saludaron, Guilan con una risilla bastante quimérica, Zeleo con una estricta
reverencia militar.
-
Saludos Comandantes. -Tomó con una mano enguantada una copa en la que se sirvió
un espeso brebaje violáceo, se dirigió directamente a Guilan.- Ahora que
estamos un poco más libres quería darle mis condolencias por los soldados que
ha perdido en el acorzado que tomaron mis hombres.
-
Eso le honra Coronel. -La voz de Zeleo estaba muy marcada por sus marcados
modales, Khur le respondió al alago asintiendo con la cabeza.
-
¡Je! Se agradece el gesto Savarano. -El tono de Guilan sonaba tan socarrón como
cuando se presentó.- Pero creo que a vosotros os vino muy bien que mis
muchachos fueran acuchillados como animales. Esa nave era nuestra.
Khur
no se mostró afectado por la provocación.
-
Permítame dudarlo. Las bajas que sufrieron sus grupos de asalto fueron
demasiado altas. No hace falta que le recuerde el estado de los pocos
supervivientes que les enviamos de vuelta a sus bases orbitales.
-
Tus soldados tuvieron suerte, nada más que eso. Si hubiese llegado otra oleada
habríamos erradicado a los xenos.
-
¿Usted estuvo allí? -Khur se sentía irritado por la mala actitud de Guilan.
Habló con todo el temple que pudo, no deseaba ofenderle, pero no se iba a dejar
avasallar por un tipo así. -Porque yo sí que estuve, y por lo que me ha
demostrado jamás ha tenido que enfrentarse a un Genestealer cara a cara.
- No,
no estuve. -La expresión de Guilan se tornó dura en un instante.- ¿Y quién os
daba derecho a intervenir? ¿Eh? Yo creo que nadie.
-
Formamos parte de una expedición de los siervos del Dios Máquina. -Khur dio un
trago de la dulzona bebida antes de continuar.- Puede que no desee mi ayuda, ya
que evité que hiciera negocios con la nave, pero arrebatarle un descubrimiento
al Mechanicus es algo que no se lo deseo a nadie. Por muy mal que me caiga.
El
directo comentario del coronel hizo que el comandante de los Coraceros enseñara
los dientes en una sonrisa más que forzada. Dejó la copa vacía sobre una
bandeja de plata y apoyó sin disimulo la mano sobre la empuñadura de su pistola
de plasma. Khur hizo lo propio sobre el mango de su espada de energía. Los
escoltas de ambos intercambiaron miradas desafiantes. Antes de que dijeran
nada, Zeleo intervino con tono apaciguador.
-
Caballeros, no creo que este sea el momento para entrar en elucubraciones de este calibre. Las
flotas del Caos no dejan de fortalecerse en nuestro sistema y los astrópatas
están muy intranquilos, eso nunca ha sido buena señal. Debemos cerrar filas,
cualquier ayuda es bienvenida.
Guilan
asintió a regañadientes. Khur levantó su copa para agradecer la intervención
del Comandante de los Dragoneros. Se despidió y siguió recorriendo la sala. No
pudo evitar sentir la resentida mirada del Comandante de los Coraceros en la
espalda.
Enoch
vio como el Coronel charlaba con otros mandos del Astra Militarum. Él ya sabía
que tenía que dejar claro que la Lanza de Hierro ayudaría todo lo que pudiera a
las fuerzas locales, siempre y cuando no fuera molestada en sus
investigaciones. Ahora, en este pequeño parón diplomático, se dedicaría a otros
menesteres, entre ellos la búsqueda ciertos individuos a los que quería enseñar
algo.
Los
había encontrado, allí estaban, con sus poderosas servoarmaduras en las que
destacaba la iconografía en forma de tridente. Como todos los hijos de Rogal
Dorn, mostraban semblantes duros en los que la seriedad era la majestad de las
emociones. Se mantenían alerta ante todo, al verle acercarse el que parecía su
líder señaló a uno de los miembros de su séquito, el cual salió al encuentro
del visioingeniero. Su armadura era similar a la del resto de sus compañeros,
aunque mostraba las insignias características de un sargento, se quitó su casco
tipo corvus al llegar a la altura de Enoch, colocándolo debajo del brazo que no
iba armado con un puño de combate.
-
Sargento veterano Wernoh, de los Custodios del Tridente. ¿Qué deseas
Tecnosacerdote?
Enoch
se paró en seco delante del marine espacial, dando un pequeño golpe en el suelo
con el final del largo mango de su hacha de combate antes de presentarse. Detrás
de él sus dos robots se situaron a sus flancos.
-
Enoch Zylphia, Visioingeniero Jefe asignado al 143 de los Savaranos de
Catafractaria. Quisiera mostrarle algo a su capitán.
El
marine ni se inmutó ante la petición, su poblado bigote y sus cejas grises
apenas se movieron cuando habló de nuevo.
- Mi
Capitán está ocupado asistiendo los asuntos del Capítulo, no puede atenderte en
estos momentos.
-
Pero…
- Lo
siento, no hay excusas. No te ofendas Visioingeniero. Si quieres puedes tratar
conmigo los asuntos que desees, tengo los permisos y el respeto necesario de
mis hermanos. Aún así te comunico que en estos momentos el capítulo no tiene
tiempo para hacer tratos de ningún tipo.
- ¿Seguro?
Introdujo
una de sus manos entre los pliegues de su atuendo carmesí, sabiendo que el formidable
astarte seguía con la mirada sus movimientos. Le enseñó un artefacto
cuadrangular. De la punta de varios de sus dedos surgieron unos filamentos que
activaron los mecanismos de proyección holográfica que escondía en su interior.
Entre ambos apareció una imagen verde que giraba lentamente en el aire. El
marine ladeó ligeramente la cabeza al ver al vigoroso bípode cibernético que
tenía delante.
Un
Dreadnought Contemptor.
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