domingo, 3 de noviembre de 2013

Sables Rotos: Capitulo III [Relato]

 

CAPITULO TERCERO

 


Falange Penitent, Coordenadas omitidas, fortaleza orbital Jerguen.

A pesar de que la Jerguen había permanecido operativa ininterrumpidamente desde su construcción, su colosal tamaño y la complejidad de su diseño habían ido degradando la estructura a lo largo de extensas zonas. El incesante trabajo de sus ingenieros no había logrado más que paliar el deterioro así que con el tiempo se habían visto obligados a concentrarse en las secciones funcionales, por lo que no había quedado más remedio que abandonar las áreas más afectadas. En la práctica algunos de los hangares de carga y puertos de embarque más antiguos eran hoy en día poco más que un cascarón vacío de plastiacero, encorvado por el óxido y las inclemencias del vacío espacial. Desprovistos del flujo de energía y el soporte vital que irrigaba el resto de la estación, se hallaban sumidos en la oscuridad más absoluta.
Entre todos aquellos recovecos de acero encorvado y arcos semiderruidos los diminutos y parpadeantes destellos de la baliza de navegación externa de la StormEagle eran prácticamente imperceptibles. Para cualquier observador lo suficientemente atento sin embargo aquello no era lo más sorprendente. Con un movimiento parabólico, casi hipnótico, unas diminutas siluetas parecían desplazarse a lo largo del exterior de la estructura de la estación espacial. Seguían la misma ruta que el grupo había recorrido anteriormente, pero esta vez no transportaban ninguna capsula de soporte vital con ellos, en lugar de dirigirse hacia la nave, volvían tras sus pasos en dirección a la zona operativa de la estación. Casi levitando, avanzaban cientos de metros en cada uno de sus saltos sin dificultad aparente, gracias a la ingravidez y a la propulsión de los retroreactores, sin más rastro a su paso que la característica estela azul que quedaba tras de sí con cada ignición de los postquemadores.
El sargento Perseo se limitaba a seguir el mapeado que la pantalla del áuspex dibujaba ante sus ojos en una de las retículas del visor de su casco. La secuencia de puntos y vectores que se interconectaban eran para el sargento como un sendero abriéndose ante sí, tras lustros sirviendo en la VII Centuria aquel sistema de navegación se había transformado en algo casi instintivo. Acababa de aterrizar sobre un mamparo blindado, con los ojos fijos en la oscuridad salpicada de parpadeantes luces que se extendía ante él, agazapado y con el brazo derecho erguido en un ángulo de noventa grados. Un segundo más tarde cuatro hermanos con sus armaduras de profundo azul mirmídeo se habían situado en rombo a su espalda, con la precisión de quien efectúa una maniobra táctica rutinaria.
Perdidos en aquel mar de infinitos destellos destacaban las estructuras poligonales y robustas de las armas automatizadas, tal como había predicho el ingeniero Johanes. Existía además un patrón secuencial en el barrido de los sensores del sistema de defensa, descifrar dicho patrón permitiría burlar el sistema mediante una incursión rápida y precisa. Sobre el visor de Perseo se dibujaban frenéticamente los algoritmos de trazado uniendo los vectores y dibujando la trayectoria para la aproximación.  Después de todo el ingeniero iba a resultar un aliado competente., el áuspex había finalizado su trabajo y con un parpadeo lumínico la trayectoria de salto apareció ante los ojos del sargento.
-Hora de divertirse.- Anunció Perseo por el canal de comunicación interno, y tras ello la escuadra Penitent se puso en marcha.
Como si de una coreografía de fuegos artificiales se tratara los cinco Mirmidones emprendieron el vuelo propulsados por la furia de sus retroreactores. Las torretas defensivas detectaron inmediatamente su presencia y el frio espacio se llenó con los destellos de sus cañones escupiendo los proyectiles incandescentes a velocidad de vértigo. Siguiendo el trazado que el áuspex dibujaba en sus visores, la Penitent avanzaba entrando y saliendo de los arcos de fuego de las torretas justo antes de que estas pudieran interceptarlos, aprovechando los salientes de la estructura de la estación, lo que les brindaba la pausa necesaria para emprender un nuevo salto. Unos minutos más tarde los cinco integrantes de la escuadra discurrían seguros y a paso ligero entre los cables y tubos de servicio engastados en un bisel de la estructura de la estación. En el horizonte se dibujaba la colosal estructura de la extraña y ancestral nave, atracada sobre un puerto de la estación que las desgastadas inscripciones identificaban como Delta-6.
 
Pecio no categorizado, Sección de carga Delta 6, Fortaleza orbital Jerguen.
 
Desconocía cuanto rato llevaban en el interior de aquella nave, desde el primer ataque había perdido la noción del tiempo y a partir de aquel momento su memoria no era capaz de establecer una escala temporal paralela a los acontecimientos. “La mente puede engañarte, el corazón puede engañarte, pero el estómago siempre te dirá la verdad”, no recordaba donde había leído aquello pero nunca lo había entendido realmente hasta aquel momento. A juzgar por el terrible hambre que lo azotaba debían haber transcurrido varias horas. Era una sensación realmente extraña, llevaba varios años de servicio en la FDP, y nunca jamás en todos sus años de experiencia recordaba haber sentido hambre durante el combate, aquello lo desconcertaba. Se había comido las escasas provisiones protocolarias que había cargado antes de salir pero el hambre voraz seguía ahí. Y para empeorarlo todo seguía sudando como un cerdo.
-¿Dónde demonios estamos Doctor?-. Heldian seguía con los ojos clavados en su consola, abriendo la marcha a escasos metros por delante.
-En alguna especie de conducto auxiliar…creo.- contestó tras unos segundos de pausa.- Según las plantillas de construcción debería guiarnos hasta uno de los anclajes…una vez allí trataremos de abordar la estación.- A pesar de los intentos por infundir ánimos en el cabo, la desesperación se filtraba entre sus palabras. Sin trajes de soporte vital no tendrían la más mínima posibilidad de abandonar aquella nave infernal, sin embargo ante lo desesperado de la situación aquella parecía la única opción. Regresar tras sus pasos era un suicidio, el único punto de contacto entre la estación y la nave eran los anclajes, además del puerto de atraque por el que habían accedido.
A medida que habían ido recorriendo las estancias de la nave no habían podido evitar fijarse en lo familiar que les resultaba aquella nave. A pesar de que su ancestral pasado era innegable, no era tan distinta en su concepción a las naves que la armada utilizaba para el trasporte de tropas a gran escala. Sin duda se trataba de una nave militar, de transporte a juzgar por los innumerables comedores y barracones que habían dejado a su paso. Sin embargo estaba desprovista de cualquier signo de actividad, sin más movimiento que el del polvo en suspensión flotando en los pasillos. Aunque inquietante, aquella calma reconfortaba al Dr.Heldian, hacía horas que no habían vuelto a ver a ninguna de aquellas criaturas y en gran medida su mente había recuperado la compostura.
El chirrido de la compuerta abriéndose sacó al doctor de sus ensoñaciones –Por fin.- añadió, justo antes de atravesar el marco que daba paso a una estancia repleta de estanterías mugrientas que se extendían a lo largo de la sala, sobre las estanterías recubiertos por el polvo y la mugre reposaban infinidad de rifles láser. Aquella era la confirmación del pasado imperial de la nave que había estado buscando, así que no tardó en tomar una pictografía con su servocónsola, si lograba salir con vida de allí aquella información le reportaría una buena suma de dinero.
El doctor estaba desempolvando uno de los rifles cuando se percató de que Karl aún no había entrado en la armería.- venga cabo, esto le va a gustar.- instintivamente había retrocedido unos pasos para mirar a través de la puerta y no estaba preparado para contemplar lo que vió.
A unos metros de la puerta el cabo Karl permanecía de rodillas, en un primer momento le pareció que se había golpeado el rostro, del que brotaba una considerable cantidad de sangre, sin embargo cuando Karl alzó la mirada Heldian pudo ver claramente como la sangre procedía de la mano. Con los ojos desencajados e inyectados en sangre, el cabo estaba masticando con saña su propia mano al tiempo de desgarraba como un poseso los tendones de los dedos con salvajes tirones y un siseo inhumano. Como un bombardeo los pensamientos asaltaron al doctor Heldian, que pudo notar como se le aceleraba el pulso a medida que iba atando los cabos sueltos. No habían sido emboscados por aquellas criaturas, ellos mismos eran las criaturas.
 
En una fracción de segundo, el enloquecido Karl emprendió de un salto la carrera con los borbotones de la sangre que le brotaba la mano salpicando por doquier, la velocidad fue tal que el doctor apenas si tuvo el tiempo de pulsar el botón de la compuerta de la armería. El lento movimiento del mamparo blindado no fue suficiente y el cabo logró abalanzarse sobre él cuando trataba fútilmente de preparar el arma, que se le escurrió de las manos con el impacto de su espalda contra el suelo. Lo siguiente que pudo sentir fueron las salvajes dentelladas de Karl y el calor de la sangre resbalando por su cuello.
Pecio no categorizado, sección de carga Delta-6
 Los abordajes en el espacio son operaciones complicadas, prácticamente imposibles de realizar sin capsulas de abordaje o algún otro sistema que evite el efecto de la despresurización. La mayoría del equipo disponible requiere de una operativa a gran escala, así que  a lo largo de sus innumerables campañas de abordaje a lo largo del Terminus los Mirmidones habían desarrollado un método más acorde a sus necesidades, al que denominaban “embotellamiento”.
El acceso a las cámaras de presurización no había sido complicado, sin embargo era necesario volver a soldar las compuertas exteriores antes de poder acceder a la estación. De otro modo la descompresión producida por el vacío exterior los expulsaría hacia el frio espacio más allá de cualquier posibilidad de recuperación. El proceso los había demorado un par de horas pero finalmente el "embotellador" había acabado su trabajo. Se trataba de un pequeño dispositivo circular con un soldador de fusión en un extremo, que permitía perforar la estructura al tiempo que una serie de filtros energéticos controlaban la fluctuación de presión entre las dos cámaras que conectaba. Con un leve pitido el dispositivo indicó que el diferencial de presión era óptimo, así que el sargento Perseo procedió a colocar las cargas implosivas. Con un sonido sordo y una ligera vibración las gruesas compuertas cedieron derrumbándose con gran estrépito sobre el metálico suelo de la nave, levantando a su vez una enorme polvareda.
Sin demorarse ni un segundo los cinco integrantes de la Penitent saltaron al interior de la nave, que recuperaba lentamente la calma mientras el polvo se posaba levitando pausadamente.
-Parece que no hay nadie en casa.- Un leve destello en los ojos del hermano Regio delataba el ajuste de los filtros oculares de su casco, mientras entre sus brazos sostenía refulgiendo un rifle de plasma.
-En marcha, hay que encontrar a esos desgraciados antes de lo algo pero lo haga.- Sentenció Perseo.