jueves, 1 de octubre de 2015

Savaranos de Catafractaria. "El deber cumplido".



Zona suroccidental. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lambda.

Las explosiones y el polvo abarrotaban los sentidos del mayor Arsacis, tuvo que lanzarse hacia un lado cuando una granada-hacha pasó por encima de su cabeza para clavarse en la columna de un desafortunado soldado. Todos lo imitaron, la explosión consiguiente los machó de vísceras. Rápidamente ocupó su lugar en la pared y comenzó a disparar hacia la masa de barbaros xenos que se lanzaban al asalto contra ellos. Sus descargas láser derribaban a decenas de brutales orkos, estos caían acribillados sobre los cuerpos de los que los habían precedido en anteriores asaltos. 

El vidrio derecho de sus sempiternas gafas se había rajado durante la acción en forma de ípsilon. Era algo muy molesto, al rato se había cansado de levantar la broncínea montura para disparar mejor. Su vista no tardó en ignorar aquella tara, no le faltaban cosas a las que estar atento. 

Había ido a reforzar a Mitrídates en la fachada principal, ya que en ella se estaban dando los peores ataques del enemigo. El traqueteo de las armas pesadas retumbaba desde los pisos superiores, las ametralladoras destrozaban los pesados cuerpos de los xenos, mientras, los cañones automáticos daban cuenta de los destartalados vehículos que sobrevivían a las descargas de fusión o plasma. Los gritos pidiendo munición comenzaban a repetirse con excesiva frecuencia. Hacía ya varias horas que habían repelido el primer ataque, el segundo apenas les había dado respiro, el tercero trajo consigo una miríada de bestias propulsadas con retrorreactores, el cuarto… ¿Qué habían traído los orkos en el cuarto? Daba igual, ya había perdido la cuenta. 

Le dolía el índice de tanto darle al gatillo de su rifle láser, tomó cobertura una vez más cuando varias ráfagas se acercaron peligrosamente a su posición, en el instante en el que las balas dejaron de maltratar el lienzo de pared tras el que se refugiaba, volvió a asomarse, esta vez pudo apreciar cómo sus hombres mantenían a raya a los orkos a base de disciplinadas salvas de láser. Incluso sus temibles nobles eran derribados cuando centraban sobre ellos la suficiente cantidad de fuego. 

Pero seguían llegando y castigando el edificio tras el que se resguardaban. Las paredes se asemejaban a un colosal e informe panal de abejarrones. En varios puntos habían llegado al cuerpo a cuerpo, los savaranos morían descuartizados por las pesadas armas de los pielesverdes, las cuales, unidas a su incapacidad de sentir el dolor, les daban un aspecto aterrador. Las intervenciones de Halls hacían retroceder a los xenos el tiempo suficiente como para retomar el control de la situación. El comisario estaba en constante movimiento, enardecía a los hombres dando ánimos o machacando orkos con su puño de combate. La última vez que el mayor le había visto cojeaba de su pierna derecha, aunque eso no le impidió reventar la cabeza de un noble orko que había tratado de partir en dos al teniente Hulja con una chirriante garra motora. 

No llegaban señales de Warfet. Si no arreglaba las comunicaciones a tiempo nadie vendría a por ellos y serian aplastados. El edificio estaba rodeado completamente por una marea verde que estrellaba olas cada vez más fuertes contra sus fortificaciones. Se apartó para dejar sitio a un soldado armado con un lanzagranadas y se puso de pie rápidamente ignorando el bajón de tensión que le atenazó las entrañas. Dio órdenes a los hombres que le acompañaban de mantener al posición, se dirigió hacia la estancia en la que se suponía que tenía que estar el visioingeniero.  

Arsacis tosió fuertemente mientras buscaba la frecuencia correcta de su voco-proyector para pedir un informe de la situación. Los capitanes comenzaron a dar informes que no le gustaron nada.

La compañía de Gotar, que defendía el muro trasero, se mantenía enfrascada en un tiroteo sin fin como el que acababa de dejar atrás, Sumu había perdido los pisos inferiores de la torre en la que estaba emplazado, ahora trataba de expulsar a los pielesverdes para evitar ser encerrado. Iluma resistía a duras penas en el muro oriental el potente fuego de varias baterías de pesada artillería retropropulsada que poco a poco se acercaban a sus posiciones. Samsu había abandonado la torre sur-occidental al ser esta incendiada con bombas de napalm.
Gandash, en el muro occidental, se mantenía enfrascado en un brutal cuerpo a cuerpo en el que se combatía a muerte por cada sala del edificio. Las últimas noticias de Burma eran que se había visto obligado a demoler la torre nororiental porque los pielesverdes la estaban infestando con termix y ántrax. Karaindash, con apoyo de Halls afianzaba la torre suroriental tras repeler un asalto acorazado. 

Armas Orkas.

Nada pintaba bien, los pasillos se estaban llenando de heridos que agonizaban al no recibir el tratamiento necesario, los soldados con instrucción médica no daban a basto. Hacía ya varias horas que corrían por el edificio improvisando vendas con lo primero que pillaban. Arsacis casi se da de bruces con un soldado que estaba sentado en la escalinata esperando la muerte sobre un charco de su propia sangre. Se paró un instante, cruzó su mirada, le puso una mano en el hombro y asintió. El repentino sonido de un generador al encenderse, seguido de un familiar clamor de triunfo le hizo subir los escalones de dos en dos hasta llegar a la sala de comunicaciones. 

En su interior Warfet se encontraba de rodillas con todo su cuerpo envuelto en cables que desprendan humo al entrar en las supurantes tomas de energía que recubrían el saturado cuerpo del visioingeniero. Hilos de sangre le caían de los lacrimales, los oídos, la nariz y las comisuras de la boca. De esta última salía un constante murmullo que se repetía una y otra vez. Era binario. Arsacis entró en la sala apuntando con su arma por delante, la oscuridad, apenas espantada por las luces de emergencia bailaba con las cascadas de chispas que la forzada maquinaria excretaba sin control. 

Cuando ya podía ver los alocados ojos del visioingeniero tratando de salirse de sus orbitas, Arsacis casi le da un vuelco al corazón y lo acribilla a tiros, ya que con una última convulsión, Warfet se giró hacia él sacudiendo todo su cuerpo. Tras unos instantes en los que el mayor se arrepintió varias veces de no haber abierto fuego contra el siervo del Mechanicus, su dilatada voz llenó la sala. 

- Ya están aquí… 

Justo después, y bajo la incrédula contemplación de Arsacis, salió de la sala arrancando la furibunda yedra de cables que le envolvía. Atravesó varias salas de forma automática, su servobrazo chocó con todo lo que se atrevió a interponerse en su camino. El mayor lo seguía con el arma a la altura del pecho, llegaron a una habitación que daba al muro principal, en varios de sus maltratados muros había secciones de savaranos abriendo fuego con rifles de francotirador o sus armas de cerrojo. Los casquillos se entremezclaban con los cargadores láser en igual medida. 

Warfert se apoyo en una ventana, Arsasis casi lo agarra ya que pensó que se iba a caer. Al igual que el visioingeniero, miró hacia el grisáceo cielo, al principio no veía nada, justo cuando se disponía a preguntar qué estaban esperando los vio, una serie de puntos obscuros que brillaban al atravesar la atmósfera a toda velocidad.  Abrió los ojos de par en par al reconocer lo que estaba por llegar. Aunque sus doloridas piernas se quejaron como nunca lo habían hecho, casi se abalanzó sobre el primer operario de comunicaciones al que vio.

- Al habla el Mayor Arsacis. ¡Maniobra evasiva! Repito. ¡Maniobra evasiva! ¡Usad granadas, explosivos o lo que sea! ¡Adentraos todos en el edificio!

- ¡Señor! -La voz de Mitrídates- El cuerpo a cuerpo es generalizado. ¡Si nos retiramos van a entrar en tropel!

- ¡No discutáis maldita sea! ¡Enoch ha enviado a sus juguetes como refuerzo!

Justo cuando el resto de capitanes habían comenzado a protestar una serie de impactos hizo temblar todo, imponiéndose momentáneamente sobre el chaparrón artillero que castigaba el edificio.  

La marea de pielesverdes que avanzaba hacia ellos fue sacudida por la onda expansiva que varias docenas de impactos orbitales realizaron rodeando la estructura que los savaranos defendían. Los que no fueron aplastados o se habían caído, pararon en seco al ver los extraños cilindros que habían osado interrumpir su diversión. Poco tardaron en comenzar a acribillarlos con sus arcaicas armas, un par de ellos explotaron, formando chirriantes columnas de fuego que abrasaban todo a su alrededor. 

Al unísono, sus planas estructuras se dividieron en cuatro secciones verticales que sisearon al  dejar escapar olas de líquido refrigerador a presión. De nuevo los xenos se frenaron durante un instante, intrigados ante todo aquello. Entonces, lentamente, pero con paso firme, las cohortes de la Legio Cybernética salieron de las oscuras cáscaras que las envolvían y comenzaron la matanza. 

Pudo identificar a algunos de los extraños modelos que sus aliados habían desplegado, casi más por su forma de matar que por el diseño, rápidas partidas de Cruzados aniquilaban con ráfagas láser o cuerpo a cuerpo con estilizadas armas de energía a cualquier pielverde que trataba de flanquear a las formaciones de Castellax que sembraban muerte y destrucción tanto entre la infantería como en los blindados orkos. Las sierras mecánicas chirriaban al salpicar toda la plaza derramando ríos de oscura sangre alienígena, cabezas, torsos u otras partes de la anatomía orkoide eran espachurrados sin piedad por poderosos puños de combate. Escuadrones enteros de xenos eran desintegrados por sus armas de fuego, plasma y fusión. Incluso juraría haber visto un Thanatar desintegrando un Leman Rus saqueado con el extraño cañón que portaba sobre el hombro. 

El resto de cyborgs de combate le eran desconocidos, grandes y pequeños realizaban su trabajo igual que bien sus hermanos. Equipados con bólters, cañones lineales, cortadoras de plasma, balistas fásicas, rayos de gravitones, y otras armas estrafalarias,  sembraron el terror entre los pielesverdes. Esto, unido al fuego de cobertura que lanzaron los savaranos desde sus posiciones, acabó de romper la moral de sus enemigos. 

Con los últimos orkos siendo aplastados por los inmisericordes robots del Mechanicus, el silencio comenzó a llegar a plaza en la que se había desarrollado la batalla. Acompañado de un ensangrentado Halls, Arsacis subió lentamente las últimas escaleras que le llevaban a la azotea. Allí se encontró un centro de mando móvil sobre el que Enoch, junto a una docena de maestros de la Legio Cybernética, hacía balance de su intervención y las bajas sufridas durante el exterminio de los pielesverdes. Se acercó casi realizando una reverencia al Visioingeniero Jefe. 

Pictocaptura del frente.

Nótese el armamento y distintivos arcaicos de las FDP presentes.  
- ¿Cómo nos habéis encontrado? -Se apoyó sobre su rifle láser, aunque estaba a punto de derrumbarse, ayudó al comisario a mantenerse en pie, la sangre seguía corriendo por su pierna. 

- Warfet. Logró poner en marcha el sistema de comunicaciones, pero tuvo que sobrecargarlo para que funcionara, espero que no haya sufrido daños. 

- No… No creo. Mis hombres me han dicho que se ha puesto a tomar muestras de los xenos muertos. -Por un instante pensó que eso le había parecido divertido a Enoch. Se giró un momento para ver llegar a varias formaciones de helicópteros de rotores en tándem aterrizando cerca de ellos, ayuda médica local.- Habéis llegado justo a tiempo. ¿Cómo les ha ido a los demás?

- Sus misiones han sido favorables. Han logrado sus objetivos y se están replegando a la Lanza de Hierro. Khur me ha dado órdenes para ti, una vez aseguremos este sector, también tenemos que volver a la nave.
- ¿Y eso? ¿No nos movemos con los cuerpos de ejército locales? 

- Negativo. Les hemos ayudado suficiente por ahora. Descanse Mayor, no creo que el regimiento tarde en ser movilizado de nuevo, esta guerra no ha acabado. 

Tasca Fuego de los Santos. Lanza de Hierro. Órbita del planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lambda.

Desde uno de los bancos de metal que enmarcaban la entrada de su tugurio favorito, Khur se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano, apenas acababa de hacer ese gesto tuvo que saludar a varios oficiales que entraban para tomar algo. Se sintió ligeramente ridículo al hacerlo, chistó a la nada y se estiró sobre el asiento. Aquello no era lo peor que le había pasado, es más, todavía le dolía la clavícula derecha del culatazo que un mechakir le había propinado en las trincheras. Movió el brazo por enésima vez para darse cuenta de que seguía con molestias. 

Pasarse todo el día de reuniones le había dejado exhausto, necesitaba descansar. Volvió la cabeza al sentir cómo se abría la puerta, Dijnia acababa de pedir unos amasecs, de cereal para él, de frutas para ella. Ya no llevaba su espada. Se sentó a su lado, él la rodeó con el brazo que le quedaba libre y  disfrutaron de las bebidas en silencio mientras veían pictoanimaciones en un proyector sonoro que colgaba del techo.  

Los pensamientos sobre los últimos sucesos de la campaña asaltaron la mente del Coronel. Las dos intervenciones en tierra firme habían ayudado a salvar una cuidad-colmena de considerables dimensiones. Aún así el precio en bajas fue demasiado alto. Las reservas de civiles estaban casi agotadas, y aún así no se habían repuesto todas las plazas libres. Más de un tercio del regimiento convalecía herido o esperaba un implante con el que sustituir una o varias extremidades perdidas. 

La discusión con Volog por su imprudente intervención en los campos de trincheras no había sido pequeña, el fervor del mayor rayaba el fanatismo cuando se enfrentaba a las tropas del Archienemigo, solo la defensa que hizo Seleuco a su favor impidió una destitución. No le importaba que sus mandos demostraran su fe en el campo de batalla, incluso con el pensamiento extremista de Volog, pero poner en peligro a toda una división había sido demasiado. Por lo menos la brecha en el frente fue cerrada, dando suficiente tiempo a los locales a lanzar una contraofensiva sobre las tropas del Caos la fuerza necesaria como para volver a la guerra de desgaste que no pueden mantener. 

En enfrentamiento con los mechakirs le preocupaba más que las turbas de herejes, si esas atrocidades andantes estaban en el planeta significaba que sus sobrehumanos amos estaban en el teatro de operaciones, y eso no le daba buena espina. Nada en lo que hubiese Astartes traidores lo hacía. 

El rescate de Arsacis por parte de Enoch también fue duro para todos, los orkos eran un rival muy a tener en cuenta. Aunque su ataque en masa había sido desbaratado hasta el más tonto sabía que volverían a lanzarse en tropel. Mucho más enfervorecidos y furiosos que antes. ¿Qué buscaban en aquel planeta? Seguramente no era solo el placer de la batalla… El mayor, y Halls, que aún descansaba en uno de los hospitales de la nave, habían hablado de un armamento muy  variado en esas etapas de la invasión. Puede que alguien se le estuviese proporcionando, y no tenían por qué ser las tropas del Caos.

El líder de aquellas bestias debía ser suficientemente inteligente como para coordinar un número de tropas tan grande. Los servicios de inteligencia habían informado de que el oportuno alejamiento entre las bases de los herejes o los pielesverdes no evitaban las luchas entre ellos. Tendría que aprovechar eso. 

Le quedaba Zoroaster. El valor demostrado a la hora de conquistar el destructor honraba al taciturno capitán. Los propios magos de la Lanza de Hierro se habían interesado en persona sobre esa operación. Como no. Con la nave pacificada y en proceso de puesta en marcha, aumentarían su fuerza naval considerablemente. 

Dijnia se estaba quedado dormida, acabó su copa de amasec y la ayudó a levantarse, irían a descansar a sus aposentos. 

Suspiró, ya vería cuál sería su próximo movimiento. 

¿Seguirían interviniendo en los combates en tierra; ayudarían a la flota en sus asalto a las naves enemigas; o simplemente recogerían sus cosas, se marcharían de allí con el deber cumplido y un buen botín con el que engrandecer Catafractaria?

Solo el Emperador lo sabía.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Savaranos de Catafractaria. "Justa y fervor".



Sistema Sagkeion Lamba. Grupo de Asalto. Nave orka.

Ya podía ver la luz que atravesaba la maltrecha entrada del ascensor, las manos le dolían debajo de los guantes debido al esfuerzo que tenía que hacer para escalar por el fino cable. Lo ignoró, ahora mismo esa era la menor de las preocupaciones que se agolpaban en su cabeza. Encima tenía una jaqueca horrible. Aún recordaba la muerte de Barza. El coronel no lo habría aprobado. Un flash anaranjado hizo que Zoroaster se encogiera instintivamente. Un arma de fusión. Sirus estaba utilizando armamento pesado para repeler a los pielesverdes. 

Llegó al borde y se asomó con su pistola por delante. Mientras hacía fuerza con sus antebrazos para subir del todo pudo ver la situación de la sala. Bajo una mortecina luz rojiza, los orkos entraban en tropel por las diferentes entradas de la sala aullando mientras disparaban a todo lo que se les ponía por delante y agitaban sus toscas hachas de hierro en un vano intento de alcanzar a sus savaranos. Las bestias avanzaban hacia las oprimidas líneas de la guardia imperial sin frenarse, recibiendo daños que reducirían a un montón de carne sanguinolenta a un humano en instantes. Sus cuerpos se amontonaban tiñendo de negro el sucio suelo de la sala. 

Los soldados humanos tampoco estaban saliendo bien parados, guarnecidos tras barriles o cajas de metal, sus filas se apretaban cada vez más debido al uso de lanzallamas y de granadas de palo por parte de los brutales xenos. Los heridos eran movidos hacia las líneas del fondo. Los muertos eran puestos a un lado si había tiempo de hacerlo. Muchos buenos hombres yacían inmóviles. 

Un ataque capitaneado por tres bípodes armados con sierras circulares hizo que la línea retrocediera un poco más, antes de que el capitán pudiera hacer algo al respecto, observó cómo sus hombres hacían buen uso del entrenamiento al que les sometía. Los soldados de vanguardia derribaron a los dos primeros monstruos mecánicos con armamento de plasma, rápidamente los de retaguardia avanzaron hacia los pielesverdes que iban detrás para masacrarlos con sus rifles láser disparando desde la cadera. El último bípode se lanzó contra estos, sin embargo, un cañón automático distrajo lo suficiente al piloto enemigo como para que el soldado Saryu abriera el casco por un lateral con explosivo plástico, y  Nikkta lo abatiera vaciando el tambor de su potente revolver primitivo en la cabina. 

Con un monumental estruendo la máquina de combate se estrelló contra el suelo. Los savaranos se reordenaron rápidamente. Sus movimientos parecían cansados, la presión a la que estaban siendo sometidos amenazaba con superarlos en cualquier momento. Muchos miraron estupefactos hacia la entrada del  ascensor cuando la voz de Zoroaster sonó en sus comunicadores. Ahí estaba, tan lacónico como siempre junto al comisario y el visioingeniero jefe. 

- Soldados de la Segunda. Hemos saboteado la nave. Syrus, gran trabajo, recoger a los heridos. Nosotros iremos al frente. ¡Vamos!

Una pequeña ola de alivio recorrió las filas de los soldados. Todos se prepararon para avanzar. Dando un paso hacia delante, abandonando las improvisadas protecciones tras las que se guarnecían, desplegaron una cortina de fuego de cobertura que hizo retroceder el avance orko durante unos instantes.  Sin dilación alguna, con el Zoroaster y Critio delante, formaron una columna que atravesó la arcada por la que habían entrado en aquella maldita sala. Los xenos, confundidos por la reacción de aquellos insólitos humanos, caían como el trigo al ser segado por una guadaña.  

El comisario reventaba cabezas alienígenas con certeros disparos de su pistola bólter, varias partes de su armadura se habían desprendido debido a los potentes impactos recibidos por las armas orkas, la parte superior de su gorra de plato había sido abrasada por un disparo esquivado gracias a la misericordia del Emperador,  por el agujero asomaba su rubia cabellera. A su alrededor los hombres no vacilaban, corrían buscando constantemente cobertura, aprovechando cualquier recodo de los pasillos de la nave orkoide para superar a sus enemigos en los constantes tiroteos con los que se abrían paso entre la marea de orkos que los atacaban desde todas las direcciones. 

La solitaria actitud del oficial político se complementaba perfectamente con la de Zoroaster, el capitán blandía su espada sierra codo con codo con sus hombres, lazándose hacia los encarnizados asaltos  con los que aplastaban las bolsas de resistencia orka que se encontraban. Cortaba brazos e interceptaba golpes para evitar que los aliens mataran a más de sus hombres, estos , agradecidos por el valor de sus silencioso líder, destripaban a sus enemigos a golpe de bayoneta, abriendo enormes agujeros en sus cuerpos al disparar a quemarropa para desencajar sus armas cuando estas se atascaban en las voluminosas musculaturas orkas. 

Corredor tras corredor, pasillo tras pasillo, los savaranos ganaban terreno en una carrera desesperada por salir de aquella nave. Los bandazos que daba cuando sus motores quemaban el exceso de combustible hacían tambalearse a toda la estructura.  La retaguardia estaba siendo defendida por Syrus y Enoch. Los orkos los perseguían, pero los savaranos, alentados por la dureza de su teniente primero o por la sobrehumana fuerza del visioingeniero jefe no desfallecían. Podían lograrlo, saldrían de allí y capturarían una nave más con la que salvar la falta del mayor. 

Orko.
Llegaron al acoplamiento por el que habían entrado en aquel infernal lugar, los pielesverdes habían intentado abordar su nave. El boquete causado por las bombas de fusión estaba anegado de cadáveres. No todos eran alienígenas. Aunque apenas eran reconocibles, varios eran de la tripulación, armados con arpones hidráulicos y rifles automáticos, habían logrado repeler a duras penas a los bestiales xenos. Zoroaster saludó a los asustados tripulantes cuando sus hombres entraron.

El sargento Vardad junto a dos pelotones cubrió la retirada hasta la llegada de Syrus. Una vez entraron lanzaron varias bombas de termita con la que convertir el pasillo en un torrente de metal fundido que abrasaría a sus perseguidores. 

Zoroaster volvió cojeando hacia la cabina de mando de la nave. Desde allí pudo ver el espectáculo por el que se había jugado la vida. Con un mudo crujido que le dolió hasta a él, la nave orka de la que acababan de separarse se incrustó aún más en el destructor, sus motores se calentaron hasta ponerse al blanco vivo, lo que generó varias explosiones internas que por poco no destrozaron su maltrecha estructura. Tras unos instantes de inmovilidad, ambas naves de movieron lentamente en dirección a la Lanza de Hierro y el acorazado. En ese momento los psíquicos de a bordo enviaron un mensaje a la barcaza del Mechanicus informando de sus intenciones. Al estar a una distancia relativamente segura, varias lanzas de la nave marciana abrieron fuego desintegrando a los acelerados pielverdes. 

El destructor se quedó flotando junto a las naves imperiales. Varias cápsulas de abordaje con robots de la Lego Cibernética  se incrustaron en su blindaje lateral. Después de tanto, Zoroaster cayó sentado en el primer asiento libre que vio. Sintió cómo su pequeña nave se acercaba a la Lanza de Hierro. Se permitió sonreír cuando notó a alguien acercándose por el pasillo. Era Critio, llevaba dos latas de refresco. 

Perímetro defensivo norte. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lamba.

Volog acabó de tres certeros disparos con los dos últimos monstruos que se habían acercado a la porción de trinchera que defendía con sus hombres. Casi era un tiro al ave, con el primer disparo atravesó el cuello del feo mutante que dejó de chillar como un niño pequeño cuando empezó a ahogarse con su propia sangre. Las otras dos ráfagas impactaron el pecho del hereje que corría detrás del anterior, abriendo fuego con dos subfusiles compactos extremadamente ruidosos. El ataque de las tropas caóticas había sido, como poco, decepcionante. No eran nada más que una turba de infantería ligera mal armada y peor entrenada. Apenas habían asaltado realmente una o dos posiciones a lo largo del frente que los savaranos acababan de ocupar. 

No muy lejos de él, habían aterrizado los robots de combate que los habían acompañado cuando llegaron a aquel planeta.  Ni siquiera se acordaba de  verlos embarcar en los bombarderos, no se imaginaba cómo Seleuco había logrado llevárselos allí. Supuso que  los había solicitado como plataformas de apoyo pesado. Los potentes cañones láser y los morteros con los que habían sido equipados confirmaron sus sospechas. Rebasaron la trinchera con su característico bamboleo y se dispusieron a abrir fuego de cobertura. Justo antes de que sus jorobados maestros les ordenaran disparar, la voz del comisario recorrió toda la línea. 

- No os confiéis de lo que acabáis de ver, la resistencia que hay delante es muy superior a esta basura traidora.- A lo lejos todos pudieron ver como el comisario salía de su trinchera y dejaba caer la punta de su espada hacia delante.- ¡Aplastadlos! ¡Por el Emperador!

El peso de su armadura le dificultó de forma muy molesta sobrepasar las protecciones de sacos, junto al resto de soldados corrió hacia las posiciones enemigas con su rifle en las manos. No tardó en agradecer el peso extra de las placas de ceramita que recubrían sus protecciones. Casi a mitad de camino comenzaron a llegar los disparos desde las fortificaciones contrarias. 

Como si de uno solo se tratara, aparecieron sus verdaderos contrincantes, antes de que el correspondiente aviso les llegase, las siete compañías los vieron con sus propios ojos. Mechakirs. 

Los hombres comenzaron a caer como moscas, el avance del ataque, hasta entonces rápido y limpio se convirtió en un agónico camino en el que cualquier desperfecto del terreno daba la cobertura suficiente con la que evitar una muerte segura. La aberrante infantería de los marines traidores logró abatir uno de los robots de Mechanicus con un acertado cohete. 

La situación se recrudecía por momentos. Volog se mantenía con la cabeza agachada en un cráter recién creado por un obús que había levantado una enorme lengua de tierra. Las balas silbaban a su alrededor, apretó los dientes, varios hombres aparecieron a su lado de un salto y se pusieron a disparar desde el borde de su improvisada protección para cubrir el avance de los que iban detrás suyo. Pequeñas cárcavas llenaban lentamente de agua sucia el fondo del agujero en el que se resguardaban. 

Rápidamente montó su Mk Sariss, introdujo la munición y accionó el cerrojo para colocar la bala en la recámara. No podía escuchar otra cosa que no fueran explosiones o disparos, pero en su mente se reprodujo exactamente el sonido de la maniobra que acababa de hacer. Al igual que sus hombres, lo había hecho tantas veces que ya era algo inseparable de su mente. 

Se puso en el hueco de un savarano que murió de un tiro en la cara. El primer disparo erró por poco la testa del autómata caótico que tenía en su punto de mira. El monstruoso ser ni se inmutó, tan solo identificó el origen del proyectil y se dispuso a abrir fuego hacia ellos, Volog no le dio tiempo, con la siguiente bala le arrancó la cabeza. Para su consternación, su hueco no tardó en ser ocupado por otro ser mecánico. 

Siguió disparando. Aquello no podía seguir así, avanzaban poco a poco, las comunicaciones informaron de que varias compañías de ya habían comenzado a asaltar las trincheras enemigas. La vergüenza le invadió, él era el mayor de la segunda división, no podía ser el último en llegar hasta el enemigo. Caló la bayoneta de su fusil de cerrojo. Avisó con su comunicador de que se disponía a lanzar un asalto directo, solo los capitanes Shamast y Puzur contestaron, iban a seguirle, estaban en sus mismas condiciones. 

Dio la orden a voz viva, los robots que quedaban esparcieron granadas de humo por todo el frente. Salió de su escondrijo, sus hombres le imitaron abriendo fuego desde la cadera, un disparo pasó muy cerca de su cintura, otro rebotó en su muslo izquierdo abollando varias placas de ceramita. Corrió, corrió como nunca lo había hecho. 

Las docenas de metros que le faltaban para llegar a las trincheras enemigas se le hicieron eternos. El cruce fe fuego se hizo mucho más intenso según los guardias imperiales se acercaban más a los mechakirs. Otra bala se incrustó en las protecciones de su hombro derecho, una punzada de dolor le recorrió todo el brazo, casi suelta el fusil. Podía ver los ojos muertos de los monstruos que le esperaban. Junto a sus hombres, con un grito saltó hacia el combate. 

Decapitó a un enemigo que intentaba recolocar una ametralladora pesada empujando con sus frías manos las ruedas de su cureña metálica. Abatió a otro de un tiro antes de que le disparase con su metralleta. Los mechakirs no reaccionaron de la forma errática y lenta como lo hubiesen hecho otros constructos similares, estos eran obra de auténticos genios de la mecánica. Rápidamente, todos calaron bayonetas con la misma mímica. 

En unos instantes el cuerpo a cuerpo se tornó brutal, el mayor y sus savaranos pasaron de liderar un asalto rabioso a luchar por sus vidas. Sus enemigos no sentían dolor ni duda, actuaban con una eficacia propia de soldados que llevaban el más duro de los entrenamientos. Lo peor de todo, lo hacían en silencio, no articulaban ni una palabra, sus bocas, escondidas tras las máscaras planas solo dejaban ver una marca, la sonriente calavera de los Guerreros de Hierro. 

Hombres y máquinas se destrozaban los unos a los otros a golpe de cuchillo o en terribles tiroteos a quemarropa. El mejor armamento de los savaranos era contrarrestado con el mayor número de los mechakirs. Por muchos que matasen no paraban de llegar. Volog podía ver no muy lejos de ellos los emplazamientos de artillería que aquellas monstruosidades habían traído con ellas. Rezó al Emperador para que ninguno de sus siniestros amos estuviera allí. 

Un potente culatazo lo derribó, sintió cómo se le rompían dos costillas, el mechakir que le había golpeado levantó su arma por encima de la cabeza, se disponía a aplastarle a base de golpes. Otros dos se acercaron imitando el patrón de su compañero. El mayor levantó su brazo en un torpe intento de frenar la tormenta de golpes que se avecinaba. No llegó a darse, en el último momento una ráfaga de láser destrozó a sus tres atacantes. Era la sargento Zuleika. Rápidamente se puso a disparar a otros engendros que se les acercaban bayoneta por delante.  

Volog sabía que aquello era algo temporal, si seguían así iban a ser aplastados por la marea de abominaciones mecánicas que se les echaban encima. Bajo la cobertura de la sargento, el voluminoso Korst le ayudó a ponerse en pié. No tardó en apartarse de él, con una poderosa patada empotró a un enemigo contra la pared de la trinchera, no le dejó moverse, aplastó su cráneo con su fusil usándolo como su fuese un bate. Junto a ellos, el soldado Amay no tuvo tanta suerte, fue destripado por los oscuros cuchillos de las armas mechakirs. Comenzaron a desbordar sus posiciones. El suelo empezó a embarrarse con la sangre podrida de aquellos monstruos.

Unas fuertes zarpas mecánicas sujetaron a Volog, de nuevo sus enemigos trataban de reducirle para matarle, pudo ver a Zuleika forcejear con dos de aquellos monstruos a la vez, a Korst destrozando a uno de ellos con sus propias manos. Los habían superado, la misma situación se reproducía por todo el frente. Una oleada de odio se extendió por todo su cuerpo, antes de ser ejecutado a bayonetazos derribó a otro mechakir de un fuerte cabezazo en el pecho. Ya no era capaz de hacer más. 

Un haz de luz impactó varias veces cerca de él, pudo sentir el calor que emanaba incluso a través de su armadura. Tuvo que cerrar los ojos. Cuando los abrió, algo había limpiado su sección, los mechakirs que los rodeaban habían sido eliminados con potentes rayos láser. Humeantes agujeros habían aparecido en sus torsos de la nada. Se volteó de forma dolorida para confirmar sus sospechas, solo los pilotos del Mechanicus tenían esa puntería. 

Aunque la boca le sabía a hierro no pudo evitar tragar saliva. Toda una legión de valquirias recorría el frente destrozando a las fuerzas del caos, llevaban pintado el escudo de Catafractaria en el morro. Las hurras de sus hombres empezaron a resonar por todo el lugar. Una paró a su lado, varias secciones de savaranos desembarcaron y se pusieron a combatir ipso facto. Reconoció a la figura que las dirigía al instante. Era Khur. Le tendió una mano y le dio un fuerte apretón. 

- Bien hecho Mayor. –Mientras decía esto abría fuego con su pistola bólter.- Han dado el tiempo necesario a nuestros aliados para comenzar una contraofensiva. Acabemos de limpiar esto y volvamos a la Lanza de Hierro.

- Correcto. -Se apartó un momento para escupir sobre el cadáver de un hereje.- ¿Y la primera división?

- Ya veremos… Están en las manos de Enoch.