martes, 24 de marzo de 2015

Savaranos de Catafractaria. "Tomando delantera".



Sistema Sagkeion Lamba. Grupo de Asalto. Nave orka.

Humo, basura, montones de chatarra, calor, y muerte. El plan de ataque con el que su terca imaginación le había metido allí no estaba mal. No lo estaría si hubiese contado con el apoyo de otras dos divisiones y equipo especial de asalto. Pero no los tenía, tan solo contaba con su compañía, la cual no lo estaba haciendo nada mal para estar en una inferioridad numérica abrumadora. Los corredores de la nave orka eran tan incoherentes como la propia mentalidad de sus constructores, en unas partes los pasillos se hacían tan anchos que los savaranos podían apartarse hacia un lado cuando los orkos más acorazados se lanzaban contra ellos de cabeza, en otras, se estrechaban lo suficiente como para que hordas de pequeños gretchins los taponasen lanzándose al combate formando chillonas cuadrillas armadas con todo lo que pinchaba, rajaba, sajaba o golpeaba. 

Zoroaster iba al frente, como no, seguido de Luther, que a duras penas hacia de guía en su alocada carrera hacia las bodegas en las que se almacenaba el combustible del que se alimentaba la bestia metálica que acababan de abordar. El visioingeniero interpretaba la maquinaria alienígena lo más deprisa que podía, mientras consultaba su base de datos sobre la ingeniería orka. El capitán  lo cubría disparando con el resto de hombres a todo lo que era verde y se moviera. Habían pillado desprevenidos a sus enemigos, pero eso no significaba que fueran a ganar fácilmente. Cada vez llegaban más patrullas que no paraban de hostigarlos. 

- ¿Cuánto falta? ¡No creo que les cueste mucho acabar con nosotros si redirigen todas sus fuerzas hacia esta zona!

- Debemos llegar unos ascensores. -Con algo de esfuerzo Luther hizo que su voz se retransmitiera a todos los savaranos.- Los usaremos para llegar a los depósitos de combustible. Yo los abriré para sobrecargar los motores. 

Siguieron hacia delante. Un enorme guerrero orko armado con una pica de acero apareció en el siguiente recodo, no empaló a Zoroaster de milagro, el asta se clavó profundamente en la pared de metal. El capitán no le dejó tiempo de volver a atacar, lo decapitó con su espada sierra. Rápidamente tuvo que usar el cuerpo de su enemigo muerto como cobertura, una potente ráfaga de disparos acribilló su posición, salpicándole de vísceras repulsivas.

Luther y varios savaranos abatieron rápidamente a los orkos que habían disparado aprovechando la distracción causada por su difunto compañero. 

- Ahí delante Capitán. Los ascensores nos esperan en esa sala. 

Orkos

Con Zoroaster al frente y desde los corredores laterales, cargaron hacia la habitación desparramando munición. Fueron recibidos de igual modo. Varias docenas de orkos armados con potentes acribilladores comenzaron a disparar hacia ellos riendo como locos. Un hombre cayó destrozado al lado del capitán. Otro dio un grito ahogado cuando varias balas le atravesaron las protecciones de la garganta. La mala puntería de las imprecisas armas de los pielesverdes se veía compensada con la cantidad de balas que disparaban. Los savaranos siguieron avanzando, abatiendo a sus atacantes disparando desde la cadera. El cruce de laser y munición sólida iluminó la sala al mismo tiempo que la llenaba de un fuerte olor a pólvora y ozono. 

Con las bayonetas por delante los savaranos no tardaron en acortar distancias, disparando a quemarropa, despedazando a los supervivientes antes de que pudieran alcanzar sus brutales armas de cuerpo a cuerpo. Zoroaster mató al último bruto de varios tiros en la cara que le dejaron la cabeza como un surtidor de caramelos. Al mirar los mecanismos del ascensor, dio una rabiosa patada acabó de separarla. 

- Han fundido los controles. -Se giró hacia sus hombres, que aseguraban la posición y recogían a los heridos.- Syrus, defiende la plaza, usa todo lo que puedas para atrancar las entradas. Luther, abre las puertas y lánzalo hacia el fondo. Critio, prepara unos cables, vamos a bajar ahí y matar a todo lo que no sea humano. 

Bombarderos. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lamba.

Los motores del avión en el que viajaban rugían al consumir el combustible. Toda su estructura temblaba al enfrentarse a la resistencia que los elementos ofrecían en su contra. De vez en cuando todo el aparato se sacudía con una fuerte turbulencia. Atravesaban bancos de nubes provocando que el contraste de temperatura empañase los cristales de los pocos ojos de buey por los que se podía ver el exterior. Volog estaba sentado al lado de uno de ellos. Desde el mismo podía ver al resto de bombarderos que transportaba a nada más y nada menos que a las siete compañías que había bajo su mando. 

Cinnamus, Damiq, Saduqa, Gulkishar, Shamast, Puzur, e Imsu. Siete de sus capitanes estaban junto a él en tan importante empresa. Un total de 3500 hombres listos para el combate, preparados para combatir a los herejes que osaban pisar el sagrado suelo del Imperio del Hombre. Las interminables líneas de trincheras establecidas por los defensores de aquél lugar estaban cediendo ante su empuje. Antes de subir a bordo para ir hacia el frente se había informado de que las autoridades imperiales iban a lanzar una contraofensiva para frenarlos. Previamente lanzarían varios ataques quirúrgicos con los que reforzar la línea. Ellos formaban parte de estos. Al poder contar con transporte aéreo llegarían más rápido que muchos de los regimientos movilizados. 

Por cortesía del Mechanicus todos ellos habían recibido paracaídas de la mejor calidad. Los savaranos no mostraron su desagrado de saltar en medio de una zona en guerra por respeto hacia el mayor. Pero el nerviosismo era algo latente en las caras de todos, estaban en silencio e intercambiaban miradas ánimo en el apretado compartimento bañado por una suave y mortecina luz amarillenta. Volog los había tranquilizado asegurándose de que los cazas que los escoltaban hicieran una barrida sobre el terreno con las imponentes ametralladoras que portaban tanto en el morro como en las alas. Su forma era similar a la de los bombarderos, aunque eran mucho más pequeños que estos, y eran bimotores. 

El mayor volvió a mirar por la redondeada ventanilla, un destello se coló a través de los cristales de su máscara de gas. Un par de cazas ligeros aceleraba sus motores para asegurarse de que no había actividad aérea enemiga delante de ellos. 

Tenía ganas de llegar, caerían sobre esos traidores para aplastarlos en el nombre del Emperador. Se llevó un enguantado puño al pecho al pensar aquello. Sintió cómo el frío se colaba entre las junturas de su coraza y se pegaba a todas las placas de su armadura. No se preocupó, pronto se desvanecería ante los inmisericordes fuegos de los campos de trincheras. 

Bombardero tetramotor imperial.

Modelo Thunder.


Zona suroccidental. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lamba.

El traqueteo del camión al salir de las abarrotadas calles de la ciudad-colmena había aumentado según el pavimento se llenaba de escombros fruto de las bombas con las que los orkos castigaban aquella parte de la ciudad. Eso no le gustaba, sus maltratados huesos se quejaban con cada golpe, y no eran pocos. Llevaban horas de insufrible camino en el que momentos como tener que bajarse para retirar restos de un edificio derrumbado o mientras esperaban a que una columna de blindados pasase delante de ellos, casi eran recibidos con vítores por los recios soldados de Catafractaria. De vez en cuando llegaban canciones desde los vehículos en los que iban el capitán Gotar y sus hombres, las letras, relacionadas con una especie de blatodeos cojos, hacían sonreír al mayor. 

Se levantó, aunque no pudo estirarse mucho debido al bajo techo del camión. Dio unos pasos hacia la torreta defensiva en la que Ninari montaba guardia con una imponente ametralladora coaxial del calibre veinte. Tenía los pies apoyados en la pequeña escalera metálica que le permitía acceder al puesto de artillero. Le dio unos toques con la mano en la pantorrilla, este se asomó dificultosamente desde su puesto, al ver al mayor bajó y ocupó agradecido su asiento. Arsacis se asomó al exterior con una mano apoyada en el anillo de la torre y la otra sobre la ametralladora. Oteó las calles por las que pasaban, ni uno de sus edificios se había librado de los bombardeos de los pielesverdes. Una calle tras otra de construcciones semiderruidas o llenas de desperfectos, el cielo estaba gris, de lejos pudo escuchar los lejanos ruidos propios de una zona de guerra. 

Muchas fachadas estaban empapeladas con carteles de propaganda animando a los ciudadanos a defender su patria. En unos aparecían soldados derrotando fácilmente a burdas caricaturas de xenos regordetes e indefensos, en otros, aliens de rostro maquiavélico alzaban sus garras sobre mujeres y niños desamparados. 

No faltaba mucho para llegar al frente, se estiró una última vez antes de bajar de la torreta para avisar a Halls de que tenía que poner en movimiento a los hombres. Por un instante se alegró de que Seleuco fuera con Volog. Intentó recordar la situación del punto de llegada en el mapa cuando calló en algo muy importante, hacía mucho que no se cruzaban con nadie, ni con patrullas, ni refuerzos , ni los pocos civiles que se habían negado a ser evacuados de sus hogares. 

En ese mismo instante un flash azulado brilló en el rabillo de su ojo, no se molestó en girar la cabeza para comprobarlo, se dejó caer al interior del camión justo en el momento en el que un proyectil de plasma atravesaba la luna delantera para matar al conductor. Apenas había tocado el suelo cuando chocaron contra el escaparate de una tienda. La verja de metal absorbió la mayor parte del impacto, pero el estruendo del golpetazo fue acompañado de una lluvia de cristales. La estática de las comunicaciones se llenó de gritos avisando de la emboscada que estaban sufriendo. 

Con la espalda llena de contusiones, Arsacis se quitó de encima a uno de sus hombres  y comenzó a gritar órdenes. Todos los camiones del convoy estaban siendo atacados por fuerzas pielesverdes. No sabía cómo habían llegado tan lejos, pero no iba a dejar que lo mataran, no así. Rápidamente se hizo notar el ensordecedor ruido que hacía Ninari respondiendo al fuego enemigo desde la torreta del maltrecho camión. 

Los orkos habían preparado muy minuciosamente este ataque, mucho más de lo normal, esos bárbaros nunca dejaban de sorprenderle. Todos los defensores de la zona debían haber sido eliminados y el punto en el que atacarles había sido elegido con gran maestría. El alcantarillado estaba sembrado de minas magnéticas, algunos camiones volcaron tras potentes explosiones. Se había desatado un caos total en un abrir y cerrar de ojos. Los soldados salían de sus transportes abriendo fuego al mismo tiempo que trataban de evitar ser acribillados por el chaparrón de disparos que les caía encima. La trampa había sido cerrada, pero los pieslesverdes no habían contado con una cosa, se enfrentaban con ocho divisiones de guardias imperiales pesados. 

Guiados por vociferantes sargentos, los soldados formaban semicírculos alrededor de sus camiones, buscando toda la cobertura posible mientras abrían fuego sobre los imprudentes orkos.

El mayor estaba de pies en medio de su formación, los disparos volaban a sus alrededor, varias placas de ceramita se habían desprendido de su armadura con el correspondiente mordisco de dolor que ello conllevaba. El edificio que tenían delante estaba infestado de enemigos, la mayoría de ellos salían a su encuentro ululando de placer ante la visión de unos humanos que no retrocedían ante semejante ataque. 

La bocacha de su arma apuntaba a un solo lugar y al mismo a tiempo a todos. Reventó la cabeza de un enorme pielverde que se había parado un instante para manipular su lanzallamas. Ayudó a otros dos de sus hombres a derribar a un enorme bruto que corría hacia ellos armado con un chisporroteante machete y una pistola bólter saqueada. 

El soldado que estaba a su lado cayó cuando su coraza no pudo parar un deslumbrante disparo que lo atravesó limpiamente al mismo tiempo que derretía parte de las placas laterales del camión. Desde su maltrecha retaguardia llegó uno de los soldados con formación sanitaria e intentó inútilmente mantener vivo al soldado alcanzado. Arsacis miró hacia arriba, los orkos acababan de desplegar una plataforma de armas pesadas, un nuevo disparo alcanzó al camión. El traqueteo de la Ninari dejó de oírse. El mayor maldijo en alto. Necesitó un cargador casi entero para matar al pielverde más cercano. 

- ¡Compañía! ¡Avanzad! 

Todos los hombres que aún se mantenían en pie corrieron hacia delante con el arma por delante disparando a discreción sobre los ahora sorprendidos enemigos que daban la batalla por ganada. Tras destripar con láser a casi dos docenas de orkos más, llegaron a la cobertura de la fachada del edificio. Pasaron a una formación apretada en la que grupos de soldados asaltaban las posiciones pielesverdes dando pasos cortos combinando el fuego de sus armas, haciendo retroceder a sus enemigos poco a poco. 

Ya habían tomado dos pisos cuando llegaron al lugar en el que estaba emplazada el arma pesada. Entre trozos de mampostería volando y el entrechocar de las armas entraron en la habitación. El suelo estaba lleno de una mezcolanza de piezas sueltas manchadas de aceite, lo cual pilló por sorpresa a Arsacis. Los muy bastardos lo habían montado in situ.  

Después de abrir la caja torácica del último orko de la sala con un acertado disparo de fusión, los savaranos se lanzaron furiosamente sobre la hora de pequeños pielesverdes que luchaban por sus vidas como ratas acorraladas. Su determinación era admirable en unos seres de apariencia tan maltratada, pero no fue suficiente, los guardias imperiales impactaron sobre ellos como una locomotora desbocada. Arsacis reventó de un pisotón el cráneo del primer gretchin que se le puso delante, atravesó a otro de un golpe con su arma, rompió los dientes al siguiente de un acorazado codazo, descuartizó a otros dos con disparos al mismo tiempo que despegaba el cuerpo del anterior de su bayoneta.

En unos instantes de violencia pura todo había acabado. La sala estaba llena de cadáveres enemigos. Se hizo el silencio, desde la lejanía llegaban exiguos sonidos de disparos. Arsacis buscó rápidamente a un oficial de comunicaciones. Le ardía el pecho y su respiración era de todo menos tranquila. 

- ¿Halls? -Esperó unos instantes.- Soy Arsacis, Halls, informa de la situación.

- Al habla el Oficial Político Halls. -Su voz sonaba entrecortada.- Hemos rechazado el ataque del enemigo, ha habido bajas. El resto de compañías acaban de reportarme su situación, tan solo la de Gotar sigue combatiendo, he enviado a parte de la Karaindash para que los socorra, en unos minutos habrán doblegado al enemigo. 

- Sabes lo que significa esto. ¿No? Armamento pesado y ataques para silenciar a las unidades de refuerzo. 

- Han roto la línea. Se preparan para un ataque en masa. Debemos avisar a los mandos del planeta. 

- Afirmativo. -La voz de Warfet sonó tan insidiosa como siempre.- A varias manzanas de aquí hay un edificio de comunicaciones. Es lo suficiente grande como para poder guarnecernos a todos y poder enviar una comunicación. No hay tiempo de retirarnos, los orkos volverán y en mayor número. 

El silencio de Halls confirmó lo que el visioingeniero había dicho. Tras un largo suspiro el mayor asintió. 

- A todas las unidades. Nos dirigimos hacia las siguientes coordenadas para mantener la posición ante el inminente ataque orko. -Esperó mientras los datos eran trasmitidos en un código seguro.- Transportar a los heridos, recoger todas las municiones y armas posibles, incluso las de los orkos que sean de manufactura imperial. Arrancar todas las armas de las torretas de vuestros transportes y montarlas sobre afustes terrestres, nos las llevamos con nosotros.  

Varias voces de protesta se alzaron desde las comunicaciones, rápidamente fueron acalladas por Mitrídates. No tardaron demasiado en ponerse en marcha. 

Perímetro defensivo norte. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lamba.

Y ahí estaba, con la espalda apoyada en la tierra y los pies en el parapeto de tablas que sujetaba la perjudicada trinchera que le hacía las veces de cobertura. Desagradables olores de todos los tipos llegaban a sus fosas nasales, el de la carne quemada, la sangre derramada, la pólvora, los cadáveres en distintos estados de descomposición, el combustible ardiendo, las letrinas mal cavadas… Alzó la vista, estaba cansado de ver el agua estancada en el que intentaba evitar sumergir las incómodas botas que le habían dado los desagradecidos empleados del Munitorum. 

Su sección estaba destrozada, el fuego de artillería de los herejes no había dejado de alcanzarlos en las últimas dos horas. Montones de tablas astilladas se mezclaban con cúmulos de tierra removida y restos de hombres muertos, ya fuesen herejes o leales. Hacía bastante que se habían cansado de retirar los cuerpos. A su lado descansaban con una actitud no mejor que la suya lo que quedaba de su brigada, Scando contaba por enésima vez los proyectiles que le quedaban de su pesado fusil anticarro, Cassatti oteaba el horizonte con su fusil intentando disimular con ello el tembleque que se había apoderado de sus manos, Riato cabeceaba sobre los cargadores circulares de la ametralladora de la que era a la vez cargador y artillero, su compañero, Grunila, había muerto destripado en el último asalto de las tropas del caos.

Dejó de enumerar al resto, total, los conocía a todos, eran del mismo distrito. Incluso había ido a la escuela con muchos de ellos. Se habían criado juntos, y juntos habían trabajado hasta que llegó aquella horrible invasión. Ya no sabía cuánto llevaban defendiendo ese pedazo de tierra, no importaba, le parecía una eternidad. Casi todos habían sido asesinados por los monstruos con forma humana que los atacaban día y noche. 
Fuerzas de Defensa Planetaria.


¡Mantened la línea!

Las tropas de los herejes atacaban sin misericordia, avanzando sin titubear a pesar de la cantidad de munición que lanzaban contra ellos. Las ofensivas llegaban después de un fuerte ataque artillero o de una pasada de sus aullantes cazas-bombarderos. Hacía un rato que los proyectiles pesados habían dejado de silbar sobre sus cabezas, por lo que hundió sus humedecidos pies en el limo del fondo de la trinchera y se colocó en posición de disparo. Con gesto abatido el resto de hombres se fueron desperezando para imitarle. Revisó el cargador de la carabina semiautomática con la que había estado matando un día sí y otro también. Los proyectiles seguían en su sitio, brillando al ser iluminados por el tenue sol que languidecía sobre sus cabezas. 

Otra marabunta de figuras deformes avanzaba hacia ellos desde el horizonte. Los primeros disparos comenzaron a levantar barro a su alrededor. Apuntó con su arma, suspiró, de esta no salían.