miércoles, 27 de mayo de 2015

Savaranos de Catafractaria. "En ristre".



Zona suroccidental. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lamba.

El suelo del edificio estaba lleno de papeles amarillentos, las botas del capitán levantaban crujidos secos al aplastarlos en sus constantes paseos en los que examinaba a la tropa. La colosal construcción en la que se habían guarnecido estaba conformada por una monumental estructura central de forma cuadrada repleta de pequeños ventanales en todas sus paredes, la entrada, protegida por  una imponente puerta de acero había sido trancada a cal y canto para impedir el paso del enemigo. Sus esquinas estaban protegidas por cuatro ciclópeas torres salpicadas de pequeños miradores similares a las saeteras de las fortalezas de los mundos feudales. 

Como toda fundación del Munitorum, parecía más un fortín que una instalación de gobierno. Warfet había elegido bien. Sin embargo, sus dimensiones empequeñecían a los edificios de alrededor, las ocho compañías movilizadas se habían dispuesto de modo que la mitad cubrieran los muros y el resto las torres. Cualquier agujero se había convertido en una tronera improvisada, todo recoveco era aprovechado para posicionar a los operarios de las armas pesadas, las pequeñas balconadas que no se habían tapiado fueron convertidas en improvisados casetones en los que emplazar las potentes armas de los camiones, las zonas más vulnerables habían sido sembradas de minas y trampas explosivas. 

Mitrídates se dirigía hacia la fachada principal, su compañía tenía el honor de defenderla. Los hombres realizaron saludos marciales o asistieron con la cabeza al verle llegar. No le importó ese último detalle, se enfrentaban a orkos, no había tiempo para formalismos. Apoyó su rifle láser en el borde de un agujero del muro y esperó. No podía quitarse de la cabeza la imagen de Warfet trasteando con la consola principal de comunicaciones, al retirarse, los empleados la habían boicoteado, lo que les ponía en una situación muy comprometedora. Necesitaban algo que ya desde el principio escaseaba: Tiempo. 

El céfiro comenzó a azotar las calles inmisericordemente, las pequeñas plazas que rodeaban el edificio en el que se encontraban se llenaron de sonidos fríos y extraños. Su silbido no dejaba de resonar, tan solo el eco de alguna explosión de gran potencia lograba hacerse hueco entre su perpetuo bramido. No llegaron a saber si este repentino cambio de clima era obra de los pielesverdes o fue simple casualidad, pero escondió perfectamente la llegada de los primeros cañonazos. 

El edificio fue sometido a un castigo sin parangón, obuses de diversos calibres y numerosos cohetes pintados con alocados ajedrezados se estrellaron contra el rococemento y el plastiacero arrancando sendas porciones de sus muros. Pero la estructura resistió con tanta fiereza como si de un cuartel de los arbitres se tratara. Tras unos minutos de infierno artillero, llegó una calma momentánea, la cual fue rota por un rugido tribal fruto de miles y miles de gargantas alienígenas hambrientas de una batalla más directa. 

Bajo el retumbar de nuevos disparos de artillería y el polvo al deslizarse desde el techo, los savaranos esperaban en su posición, firmes, dispuestos a hacer pagar caro a los xenos por la emboscada anterior. Tan solo los  enardecedores discursos de Halls resonaban de vez en cuando en las comunicaciones.

“El Emperador nos observa a todos desde su Trono Sagrado, que vea en el ardor de nuestros corazones el reflejo de su voluntad consciente”. “¡¡¡Hail Imperator!!!”

Perímetro defensivo norte. Ciudad-colmena Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lamba.

Su cuerpo era vapuleado violentamente por las corrientes de aire generadas por el contraste del frio propio de las capas de la atmosfera que estaban por encima del infierno en el que acababan de saltar. Maldito paracaídas. Aún tenía en su cabeza el repiqueteo de las ametralladoras pesadas de los bombarderos haciendo una barrida sobre las posiciones enemigas. Sin embargo, el tintineo de los casquillos al amontonarse y rodar por el suelo era algo que tenía cierto encanto para Cinnamus, no sabía por qué, era casi hipnótico para él. Apretó fuertemente la Empuñadura de su arma al darse cuenta de que se comenzaba a ver el suelo entre las nubes de humo. 

Al principio todo era de un color marrón claro, después comenzaron a discernirse vagamente formas, por un instante le dio la sensación de que el paracaídas se había roto, alzó la mirada un instante para comprobar su situación, al volver a echar un vistazo hacia abajo, llegaron las figuras. 

La embarrada tierra de nadie entre las posiciones imperiales y las caóticas estaba repleta de herejes muertos a mitad de asalto de las fortificaciones imperiales. Sus horrendos cuerpos habían sido reventados por los proyectiles que habían llovido literalmente desde el cielo. Brazos arrancados de cuajo, piernas cortadas limpiamente, torsos abiertos aún humeantes, cuerpos en posturas imposibles y ridículamente macabras. Ninguno se movía, los impactos habían sido demasiado potentes como para permitirles agonizar. 

Al igual que centenares de savaranos en ese mismo momento, llegó al suelo y se quitó los enganches del paracaídas. Desenvainó su espada de hoja recta al mismo tiempo que sacaba una de sus pistolas automáticas, pudo distinguir de sobra el chasquido del arma al amartillarse mientras salía de su funda especial.

Hordas del Caos.
Cultista con ametralladora pesada.

No habían llegado a tiempo, las tropas del caos estaban traspasando aquellas trincheras cuando fueron masacradas desde el cielo. Los cadáveres de las FDP estaban esparcidos por el lugar. El fregado debió ser terrible, algunos combatientes seguían enzarzados en un mortal abrazo después de fallecer. Palas de combate, escopetas recortadas, cuchillos, nudilleras, porras, todo había valido. Pudo ver como un soldado imperial había sido acribillado a quemarropa mientras aplastaba el cráneo de un hereje con su carabina semiautomática, otro había atravesado salvajemente el pecho de un enemigo con un fusil anticarro antes de recibir un hachazo fatal, el solitario operario de una ametralladora había sido descuartizado no sin antes desnucar a varios contrincantes con un trozo de parapeto lleno de sanguinolentos clavos. 

Varios hombres del regimiento se acercaron a él, las recias miradas que compartieron, hacían más que latente la repulsión por el horror que tenían delante nada más pisar tierra. Una transmisión de radio casi le hace dar un respingo. 

- Al habla el Mayor Volog, ofensiva inminente del enemigo. Los pilotos han enviado reportes en los que informan de un vacio en sus posiciones después de este ataque, por lo que después de repelerlos nos lanzaremos hacia sus trincheras para hacernos fuertes allí hasta que lleguen los refuerzos. Con el beneplácito del Emperador podremos apoderarnos de parte de su artillería y castigar sus posiciones más atrasadas. Si logramos contenerlos aquí, la situación del frente podrá estabilizarse. Salvaremos decenas de miles de vidas. 

Nadie cuestionó las órdenes, iba a ser duro, pero debían hacerlo, si el enemigo lograba traspasar esta ruptura, embolsaría a los defensores, entraría en tropel en la ciudad, y los muertos se contarían por millones. Cinnamus abrió un canal para hablar solo con los oficiales, aquellas posiciones estaban demasiado destrozadas como para defenderlas si sufrir unas bajas excesivas. 

- Al habla Cinnamus. Señor. Debe reconsiderar la defensa de estas posiciones, las trincheras están en un estado lamentable, los herejes se nos van a colar por todos los sitios. 

No fue Volog el que contestó, la cortante voz de Seleuco fue quien le ofreció una respuesta. 

- Capitán, al igual que el resto de nosotros, está rodeado de cuerpos de herejes. ¿Me equivoco?

- No, comisario. No se equivoca. -Le costó una barbaridad ocultar el tono de disgusto. Por desgracia, sabía lo que iba llegar. 

- Pues usen a esos hijos de puta para hacer parapetos de metro y medio. 

Transporte espacial. Navegando por la disformidad. Llegando al Sistema Sagkeion Lambda.

Desde el puente de mando de la nave, Khur veía como la disformidad se abría y dejaba paso al espacio real. Trató de no imaginarse a las aberraciones que el campo geller contenía, las cuales quedaron atrás una vez más, aullando por las presas que se les escapaban de entre las zarpas. Sin embargo, esos pensamientos se desmoronaron al encontrarse con una realidad mucho más impactante, no sabía qué estaba pasando, pero tal y como se temía, todo había empezado sin ellos.

Un débil cordón de naves imperiales trataba de contener a duras penas una invasión a gran escala de naves enemigas. Una marabunta de naves de factura orkoide se lanzaba al combate abriendo fuego con todas sus armas causando destrozos a cualquier navío que se les ponía a tiro, fuese imperial o caótico. Los cruceros imperiales se veían obligados a retroceder cada vez más para evitar ser destrozados por las andanadas de las baterías de cañones orkos. No todos tenían la suerte de poder replegarse a tiempo, algunas naves estaban siendo abordadas con  desastrosos resultados, otras ardían en silencio en el vacío espacial. Los mensajes de auxilio saturaron los canales de comunicaciones en pocos segundos. 

Disparos de todos los colores cruzaban el espacio rápidamente para perderse en su inmensidad o impactar en sus objetivos. Terribles explosiones añadían chatarra espacial a la ya de por si saturada órbita del planeta; las aves muertas comenzaban a tener nuevos acompañantes a una velocidad espeluznante. Enjambres de naves de asalto esquivaban a los cazas enemigos para poder perforar los cascos contrarios y realizar brutales colisiones.  

La flota del caos se había aprovechado de semejante anarquía, lanzándose toda a la vez sobre un punto, se estaba colando a través de la una brecha en el centro, abierta por los pielesverdes. Ya estaba desembarcando su letal carga de invasión. Algunas naves herejes aterrizaban lentamente sobre el planeta, otras, mejor armadas, orbitaban mientras abrían fuego sobre la superficie del planeta para causar todos los destrozos posibles, de vez en cuando algún disparo procedente de las pocas baterías de defensa que seguían activas era repelido por sus escudos. 

La contención se había roto, ahora solo quedaba tratar de causar al enemigo todo el daño posible e intentar hacerse fuerte las zonas mejor defendibles del espacio circundante a Sagkeion.

En el flanco izquierdo de aquella batalla espacial se encontraba la Lanza de Hierro, como una isla de civilización entre la peor de las barbaries, contenía a la chusma de naves enemigas que se le acercaban peligrosamente. Aún así, su actitud era claramente defensiva, abrían fuego con sus lanzas sobre las naves orkas que claramente trataban de abordarla. Lo mismo ocurría con el acorazado del que se habían apoderado, tanto sus armas de manufactura imperial como las extrañas defensas pre-imperiales destruían a cualquier crucero xeno que se aproximase demasiado. Estaban obligados a dejar pasar a muchas naves enemigas, a demasiadas. 

A su alrededor, operando como naves de segunda línea, se habían posicionado algunos navíos supervivientes de aquella carnicería.  La nave en la que iban Khur y Enoch pasaba totalmente desapercibida entre todo aquel desbarajuste. 

No tardaron en aterrizar en uno de los hangares dorsales de la Lanza de Hierro, apenas les hizo falta identificarse. El coronel bajó de la nave casi a la carrera, no levantaba sus ojos de la tablilla electrónica en la que se agolpaban los informes de todo lo que estaba sucediendo. 

La llegada de los pielesverdes, el desembarco en masa de estos y de los efectivos del caos, las pérdidas navales, la precaria situación del cordón de defensa espacial… Lo que más le preocupó fueron sus hombres. Volog se había metido de lleno en la primera línea de un frente de trincheras con siete compañías. ¿En qué estaba pensando? Si Seleuco se lo había permitido es que la situación en el planeta estaba peor de lo que se esperaba. Casi podía dar a la compañía de Zoroaster por perdida. Se había perdido la señal de Arsacis y ocho compañías enteras. Sagrada Terra...

Mientras caminaba podía oír los pesados pasos del visioingeniero jefe detrás de él, su silencio no hacía nada más que confirmar sus peores temores. Probablemente estaría analizando millones de datos referentes no solo a la situación de la tropa, sino de la nave y la situación del planeta. 

No había salido de la sala cuando los capitanes de los savaranos que se aún seguían en la nave aparecieron en la entrada principal seguidos de sus principales tenientes. Marduk y Guimirri, capitanes pertenecientes a la primera división, Sargón y Teushpa de la segunda. No tuvo tiempo de intercambiar palabra alguna con ellos, una esbelta figura de oscura piel turquí se puso entre todos. A su espalda colgaba de un intrincado sistema de cordajes de cuero negro un espadón curvo. Mujer supersticiosa. 

Khur se frenó en seco, la bofetada de la malhumorada mujer le llegó tan de improviso que casi se cae al suelo. Un hilo de sangre se deslizó lentamente desde su nariz. Durante unos segundos permaneció inmóvil, sin saber qué hacer. No hizo falta. Ella lo abrazó enérgicamente y lo besó con las mismas ganas. 

- Dijnia…

- Imbécil. Tus hombres están muriendo allí abajo y tu de cháchara. Ve a ayudarlos.

- Lo sé. Ansío tanto como tu derramar mi sangre junto a ellos. -Dolorosamente dejó de mirar sus enormes ojos amarillos para poder estrecharla mejor contra su pecho, esto provocó un sollozo por su parte.

Sus capitanes y tenientes se mantenían firmes intentando disimular por la escena que acaban de contemplar. Enoch había seguido andando hasta ponerse cerca de ellos, sus implantes de visión estaban fijos en el suelo, tan solo los alzó cuando oyó la voz del coronel. 

- Caballeros, tenemos trabajo que hacer. 

Sistema Sagkeion Lamba. Grupo de Asalto. Nave orka.

El cable bufó de nuevo al deslizar violentamente medio metro más. Las botas de Critio dejaron de apoyarse en las sucias paredes del habitáculo del ascensor, la sensación de inseguridad invadió la mente del comisario al sentir que estaba colgando sobre la nada, tenía las muñecas apoyadas la una sobre la otra, de modo de que mientras la mano derecha apuntaba con su pistola bolter, la izquierda iluminaba en la misma dirección con su linterna reglamentaria. 

La enorme sala a la que acababan de llegar estaba penosamente iluminada, tan solo unos débiles focos que peleaban sin posibilidad de victoria alguna contra las enormes cantidades de polvo que los recubrían y la espesa capa de grasa que manchaba todo. Innumerables tanques de todos los tamaños se repartían por todo el habitáculo mientras que una barroca maraña de tubos los interconectaban entre sí, estremeciéndose constantemente al mismo tiempo que dejaban escapar chorretones de espeso carburante. 

Siguió deslizándose lentamente, esperando que el Emperador tuviese piedad y ningún pielverde se pusiera a dispararles mientras estaban en el aire. Zoroaster y Luther le siguieron, poco después, los soldados Simer, Kir, Arash, Baraz y Mirza aparecieron por encima de ellos. Girando su cuerpo, Critio se volvió hacia todos desde la precaria situación en la que le dejaba su cable de descenso, con gestos les señaló a todos el estrecho corredor de metal que serpenteando entre los colosales depósitos de combustible dividía la sala en dos.

Entre los estridentes sonidos propios de la inteligible ingeniería orka, uno a uno, todos fueron llegando al suelo. Desde el agujero por el que habían bajado se pudieron escuchar algunas detonaciones, ahora lejanas por el estruendo que los rodeaba. Syrus ya había empezado a contener a los orkos. Debían darse prisa. El comisario se acercó a Mirza para indicarle que apagara su rifle de plasma, un disparo mal afortunado y todos volarían por los aires. El soldado accedió de buena gana, colgó su querida arma en uno de sus costados para sustituirla por su mk sariss. El sonido del cerrojo al introducir un proyectil en la recámara pareció tranquilizar a todos un poco. 

Luther se puso delante, su voluminoso cuerpo apenas entraba por las estrecheces del angosto pasillo que formaban las alocadas cañerías que los rodeaban como serpientes furiosas. Su pistola inferno encabezaba la marcha. No tardaron en llegar a lo que se suponía era el punto de control de todo aquello. Una pequeña salita en la que una miríada de llaves circulares y palancas de todo tipo enmarcaban una enorme válvula industrial de clara manufactura imperial, pero que había sido modificada de mala manera para que encajase entre doto aquel despropósito automático. El visioingeniero se acercó a ella directamente, como si supiera ya de antemano lo que tenía que hacer.

Todo aquello no le gustaba nada a Critio. Un punto de tanta importancia sin apenas protección. Tanto él como los soldados que los acompañaban se habían puesto formando un semicírculo de espaldas a Luther. Los temores del comisario no tardaron en hacerse ciertos. Los orkos no habían dejado todo aquello desprotegido, tan solo los estaban dejando pasar. La realidad los golpeó a todos de repente cuando un enorme cuchillo de hoja serrada salió de la nada y atravesó a Arash, que con un grito mudo cayó al suelo muerto.

Komando Orko.

Empezó el caos. Comenzaron a llegar disparos desde todas las direcciones, Critio saltó hacia un lateral cuando una ráfaga de metralleta se acercó demasiado a sus piernas. El resto ya había buscado cobertura y oteaban con sus rifles láser en busca de enemigos. Un disparo extremadamente preciso voló la cabeza de Kir. El comisario maldijo en alto. Disparó varias salvas hacia la nada. Esperaba que los tanques de prometium que los rodeaban tuvieran la resistencia que aparentaban. Al hacerlo se dio cuenta de que Luther se había vuelto apuntando con su arma hacia el techo, antes de que pudiera decirle nada, este lanzó una ráfaga corta. Un enorme orko con todo su cuerpo pintado de negro se estrelló contra el suelo, su arma llevaba un silenciador puesto. Komandoz. 

Una vez hecho esto, el visioingeniero se giró para manipular rápidamente la gigantesca válvula que tenía junto a él. Critio apenas tuvo tiempo de admirar su trabajo, un ruido a su derecha lo hizo girar sobre sí mismo para esquivar el enorme corpachón que se le echaba encima. Otro orko, pintado con los mismos tonos cobrizos que los tanques que los rodeaban acaban de hundir un enorme machete en el oxidado suelo donde Critio había estado hacía un momento. Con una mirada de disgusto el xeno le apuntó directamente con su bolter, el comisario desvió el arma en el último momento con una fuerte patada, no dio tiempo de reaccionar a su enemigo, partió su cabeza en dos con su rugiente espada sierra. 

Volvió a tomar cobertura para poder observa cómo Simer derribaba a un bruto que acribillaba su posición desde el fondo del pasillo con un arma pesada. El soldado había gastado casi un cargador entero en el intercambio de disparos, cuando trataba de cambiarlo, apreció de un salto un orko armado con una garra de combate que casi lo parte en dos de un potente golpe. Critio corrió para socorrer al soldado, que esquivaba los golpes del alien a duras penas manteniendo la distancia gracias a su rifle. El orko sangraba ya por cinco sitios distintos en los que la bayoneta había hecho su trabajo. 

Al ver llegar al comisario le propinó un fuerte revés con el dorso de su arma en el pecho. Critio cayó derrumbado sin aire en los pulmones. Sus armas casi se le escapan de las manos por la fuerza del impacto. El orko se volvió hacia Simer, este no había perdido el tiempo, de un enérgico brinco se había replegado hasta donde estaba Mirza, entre ambos taladraron el cuerpo del xeno a base de disparos. Su torso sufrió fuertes espasmos al recibir de lleno el láser y las balas de ambos hombres, aún así, la bestia avanzó varios pasos hacia ellos blandiendo su chisporroteante arma. La pérdida de sangre y trozos de carne no aminoraba la implacable marcha de aquel salvaje. Critio se levantó con un fuerte dolor en las costillas, disparó a quemarropa a aquel monstruo en la base de la columna vertebral. 

Con medio cuerpo en carne viva y la baja espalda abierta en canal, el okco se desplomó muerto. 

El comisario se posicionó con los soldados restantes, Barza agonizaba en el suelo con un monstruoso corte en el pecho, delante de él, dos formidables orkos armados con toscos sables finos de hoja larga yacían muertos con el cuerpo acribillado de disparos. Al ver acercarse a Critio le pidió entre dolorosas palabras la absolución, este no dudó en dársela, con un rezo al Dios Emperador acabó con su sufrimiento de un tiro en la frente. 

Habían dejado de atacarles, los habían matado a todos, los daban por muertos, o simplemente se habían retirado. No había tiempo. Los pesados pasos de Luther hicieron que todos se giraran apuntando hacia este con sus armas. 

- Trabajo realizado. Volvamos. Los motores de la nave van a sobrecargarse en unos minutos. Debemos salir de aquí ya.