domingo, 13 de octubre de 2013

Savaranos de Catafractaria. "Polvo y silencio".



Interior del crucero. 

La compañía del capitán Cinnamus fue la primera en entrar en la estructura, apareciendo ante ellos lo que parecía un gran taller. Las barridas de los escáneres de la Lanza de Hierro no habían fallado, la sala era enorme, estaba llena de extrañas máquinas fijadas al suelo, probablemente dedicadas a tareas de autoabastecimiento de piezas para la nave. El ambiente estaba cargado de suciedad, envolviendo todo en una oscuridad espesa llena de sombras; el techo no era muy alto, aunque disponía de varias rejillas de ventilación oxidadas, algunas habían sido reventadas, otras tenían marcas de haber sido forzadas con anterioridad. 

Los soldados entraron decididamente, la mayoría había enganchado su linterna en uno de sus hombros, formaron un semicírculo en torno al agujero por el que habían entrado y esperaron algún contacto. El mayor Volog estaba en el centro de la formación junto a Seleuco, rápidamente, bajo su atenta mirada, los hombres de Cinnamus recorrieron la sala, todos estaban en silencio, caminando despacio, apuntando con sus armas a todas las direcciones. El suelo estaba repleto de desperdicios, crujiendo muchos de ellos bajo las botas de los soldados, provocando más de una mirada de disgusto del comisario, aún así el que más sufría con esto era Warfet, el visioingeniero asignado por Enoch. Debía estudiar todo lo que pudiera para ir recabando información que entregar a los Magos, cualquier cosa era valiosa en una nave de semejante antigüedad. 

Su cuerpo no estaba tan mecanizado como el de otros tecnosacerdotes, su pertenencia a la secta Organicista hacía que mejorase su cuerpo con implantes y órganos sintetizados por él mismo. Una muestra de esto eran sus brazos, acrecentados con músculos artificiales de color blanco, o sus sentidos, amplificados con varios órganos extra que él mismo se había implantado en el cuerpo. De un modo macabro numerosas vendas sucias colgaban de todas las partes de su cuerpo, entremezclándose con sus ropas rojas, las cuales al ondear dejaban entrever varios tanques incubadores pegados a su armadura. Era sabido por todos que detestaba los implantes mecánicos, sin embargo eso no impedía que se ayudase de dos imponentes servobrazos. Situado detrás de los soldados, llevaba su pistola infierno colgando despreocupadamente de una de sus manos, con la otra apoyaba su hacha dentada en su hombro. 

Los hombres llegaron a los extremos de la sala, Volog pudo ver señales de las tres entradas, “todo despejado”. Apresuradamente ordenó tomar posiciones defensivas en estas, al mismo tiempo mandó que se comunicara a otra compañía que fuese entrando para reforzar su posición. Esta era la del capitán Zoroaster, un hombre alto, pero demasiado delgado para su tamaño, y pálido, muy pálido, tanto que su piel parecía cera a punto de romperse, esto era porque pertenecía a Hicorion, era un nacido en el Vacío. Sus hombres, naturales del resto de planetas y lunas de Catafractaria, se tomaban su aspecto un poco a huasa, eso sí, el respeto que le procesaban era descomunal, llegando la mayoría de ellos a las manos con cualquiera que osase insultarle. 

Llevaba su espada sierra firmemente agarrada, apuntando con ella, daba órdenes a sus soldados para que se posicionaran en las entradas, las cuales, lo suficientemente anchas como para que seis hombres desfilasen uno al lado del otro, estaban siendo fortificadas por sus compañeros a las disposiciones de Cinnamus. Los saludos fueron cordiales entre ambas compañías, la de Zoroaster se posicionó en los laterales de la sala, mientras tanto la de Cinnamus se ordenó en el centro, preparada para entrar en las entrañas de la nave. Seleuco se movía entre las apretadas formaciones de soldados supervisándolos, llevaba su pistola bólter desenfundada, lo cual hacía que más de un soldado se tensase al verle pasar. Los savaranos eran famosos por su disciplina, no querían ser un ejemplo para los demás. 

Warfet se acercó a Volog, este estaba a la cabeza de la compañía de Cinnamus, hablando con el capitán sobre la calidad del aire. Rápidamente hizo un análisis de este.

- Mayor, el aire es respirable en un 81 por ciento, sus hombres pueden quitarse las máscaras, aún así que las tengan a mano, que se las pongan si se sienten mareados. - Volog hizo que el encargado de comunicaciones retransmitiera el mensaje, muchos soldados se las quitaron aliviados, poniendo mala cara al notar el olor a cerrado de la sala, otros pocos, más precavidos siguieron con ellas. 

- Warfet, ya que estas aquí. Esas rejillas de ventilación no me dan buena espina, deberíamos sellarlas. 

- Cierto, haré venir a unos servidores para que las cierren. -Señaló una máquina situada en una de las esquinas, esta era algo más alta que las demás, y disponía de una superficie plana bastante amplia en su parte superior.- Haré que pongan una Tarántula ahí. 

- Bien, date prisa, cuando Seleuco acabe la ronda nos internaremos en la estructura. 

Interior del acorazado. 

Arsacis avanzaba a paso ligero hacía el interior de la nave, apoyaba el rifle laser en la cadera mientras se esforzaba por respirar el aire sofocante de la máscara antigás que llevaba puesta, puede que le hubiera salvado la vida en numerosas ocasiones, pero la seguía odiando con la misma fuerza que cuando le tocaba ponérsela en el servicio militar. A su derecha iba Khur, decidido con la mirada hacia delante, se podía oír el crepitar de su espada de energía. Como respuesta, era contestada desde la derecha del mayor por los gruñidos de la espada sierra del capitán Mitrídates. Detrás y a los lados, la compañía bajo las órdenes del último les seguía el paso.

Aparecieron en la sala de forma ordenada, tomando una formación apretada pegada a la pared por la que habían entrado. El habitáculo era de grandes dimensiones, sus paredes estaban forradas de placas blancas separadas entre sí por junturas doradas, algunas tenían inscripciones en el mismo idioma que el que acompañaba al Aquila Imperialis del exterior, otras, las más grandes tenían pantallas apagadas en su interior. En el centro, a lo largo de toda la estancia, había una serie de estanterías algo más altas que un hombre. Colocadas en filas paralelas entre sí, estaban llenas de artilugios de lo más variado, algunos se habían caído y acumulaban polvo en el suelo, aún así todos ellos tenían algo en común, algo de lo que todos se enteraron cuando Enoch se salió de la formación y recogió uno al azar.

Armas. Pero de una factura desconocida, no parecían imperiales, ni siquiera de las épocas más antiguas. El visioingeniero sujetaba entre sus manos lo que parecía un fusil de asalto, era ligero, compacto y tenía un tacto suave. El cuerpo, de color negro, estaba formado por una sola pieza, no tenía culata, la empuñadura situada atrás, en la parte baja, y disponía de un pequeño asidero cerca del cañón, el cual estaba dividido en tres pequeñas salidas. Carecía de rejilla de expulsión, por lo que debía ser de energía. El cargador parecía estar integrado en el lateral del arma, en este había un Aquila dorado añadido con posterioridad. Enoch se giró para seguir estudiando el arma, pero fue sacado de su ensimismamiento por Khur. 

- ¡Visioingeniero! ¡Vuelve a la formación ahora mismo! - Su voz sonó dura y autoritaria. Guardó el fusil mientras se giraba. - ¡Los auspex detectan algo!

Enoch se dio cuenta de su error, en su afán de recabar información se había expuesto demasiado, estaban en territorio enemigo. Volvió rápidamente con los demás, se posicionó al lado de Halls y sacó su combiarma, un bólter con un rifle de fusión acoplado. El comisario había encendido su puño de combate, en su otra mano llevaba su pistola laser. 

A una orden de Khur toda la compañía se pudo en guardia, los rifles laser formaron un erizo alrededor de la alineación, los lanzallamas encendieron sus quemadores, los rifles de plasma pitaron al aumentar su potencia, los operarios de los bolters pesados amartillaron sus armas. Khur volvió a mirar el auspex que le había enseñado el sargento primero Procass. La sala en la que estaban solo tenía una entrada, la cual estaba situada en la pared que tenían delante, disponía de unas grandes planchas blancas que debían hacer de puertas, estas estaban  cerradas. Al otro lado, el aparato reconocedor detectaba de una forma muy tenue una serie de señales individuales que se agolpaban en el pasillo del exterior. Cada vez eran más.  

Ataque inminente.

- Preparados. Parece que vamos a tener contacto. - La voz de Arsacis sonó seria, al parecer los inquilinos de la nave los estaban esperando. 

- ¡Tened cuidado! Lo que tenemos delante es más valioso que nuestras vidas…

- Tranquilo Enoch, intentaremos que no nos estalle nada en la cara. 

Mientras el mayor decía esto, Khur desenfundaba su pistola bólter, preparó el primer proyectil. 

- Armas pesadas, las líneas de fuego en los pasillos. A mi orden, disparad.

Justo después de que el coronel diera la disposición con la que  mal contentar a Enoch, un golpe en la puerta hizo que todos  se templasen. Una de las láminas se abolló hacia dentro. Después de esto, un sinfín de chillidos agudos precedió a toda una tormenta de golpes y zarpazos que destrozaron la puerta. Durante un instante parecía que no había nada detrás de la negrura que dominaba el pasillo de entrada a la sala. Cualquiera que hubiese pensado así no podía estar más equivocado, cómo sombras escapando de la luz hicieron entrada los genestealers. 

En su característica posición de cuclillas se dirigieron hacia los savaranos a toda velocidad, llenando la entrada en un momento, dirigiendo sus maliciosas miradas azules hacia sus nuevas presas. La masa quitinosa que formaban corría desbocadamente entre las estanterías, otros cuantos trepaban por las paredes o daban formidables saltos clavando sus afiladas garras en el pavimento blanco como si este estuviera hecho de mantequilla. En un momento habían llegado al centro de la sala. 

- ¡Enviarlos al infierno!

La orden de Khur fue amplificada por los oficiales de comunicaciones. La respuesta no se hizo esperar, los guardias imperiales desplegaron toda una cortina de muerte. Los rifles laser comenzaron a aullar lanzando ráfagas que atravesaban los cuerpos aliens haciendo que cayeran al suelo entre espasmos sanguinolentos, los proyectiles de bólter atravesaban la carne haciendo explotar los cuerpos desde dentro, salpicándolo todo de sangre. Las descargas de plasma y fusión derretían las protecciones quitinosas hirviendo a los xenos con aberrantes quemaduras que licuaban sus entrañas. 

Entre el ensordecedor fuego de las modernas armas imperiales se podían oír algunos chasquidos de fusiles de cerrojo, estos pertenecían a los soldados equipados con lanzagranadas o lanzacohetes, al no poder desplegar su poder destructor en la sala habían optado por utilizar sus Mk Sariss. Cada repiqueteo expulsaba un casquillo vacio, cada disparo proyectaba una unidad de munición sólida que mataba a un genestealer arrancando de cuajo la parte del cuerpo alcanzada. Todos los soldados eran expertos tiradores con esa arma. Cuando los hijos de los ciudadanos del sistema Catafractaria llegaban a la adolescencia, sus padres encargaban un modelo nuevo de esta arma que les entregaban como regalo, acompañándoles a los largo de sus vidas, incluyendo el duro servicio militar y el servicio en la guardia.

A pesar de las bajas los monstruosos tiránidos no cesaban de avanzar. Los vivos pisoteaban a los moribundos. No había dolor ni miedo. Habían dejado de entrar por la puerta y habían rebasado las estanterías del centro de la sala. Ya casi estaban a punto de chocar con la línea de guardias. Por pocos que llegasen, esas monstruosidades de más de dos metros de alto podían hacer mucho daño cuerpo a cuerpo, lo que tenían en frente eran guardias imperiales, no astartes. 

- ¡Llamas!

Los vocooperadores trasmitieron la orden a todo volumen. Los soldados equipados con los lanzallamas dispararon sus armas contra la masa de xenos que recibió de lleno la descarga de prometium ardiendo. Con un aullido estridente los últimos genestealer se estrellaron contra el muro de fuego que tenían delante, cayendo abrasados y carbonizados, bramando de dolor en una agonía final más que merecida. 

Cabeza de puente Alfa Prima. Crucero. 

Cinnamus esperaba pacientemente a que Volog diera de orden de avanzar, toda su compañía formaba lista para internarse en la estructura. El mayor hablaba con Seleuco y Warfet al frente de la formación, discutían de algo, lo ignoraba. Pudo ver a los  hombres de Zoroaster divididos en tres grandes grupos de defensa, uno por cada puerta, las cuales habían sido abiertas manualmente y fortificadas con barricadas artificiales hechas con planchas de metal con troneras y ametralladoras fijas. Los que no atisbaban con sus armas la negrura de los pasillos de la nave, esperaban de pie o sentados hablando en bajo entre ellos. Varios servidores habían traído estas defensas, después de entregárselas a los guardias para que las colocaran, habían sellado las rejillas de ventilación y habían colocado una tarántula armada con dos bólters pesados. 

No le gustaban ese tipo de armas automáticas, de hecho pensaba que en el fondo ningún soldado las apreciaba. Eran útiles para ayudar en las tareas de poliorcética, pero no eran de fiar, era muy raro que ocurriese un accidente, pero no le confiaría su vida a una máquina por muy bien que estuviera montado su motor lógico. Se contentó con que por lo menos daría una buena sorpresa a cualquiera que tratase de atacarlos por la retaguardia. Mientras observaba el panorama sus ojos se cruzaron con los de Zoroaster, señaló con un dedo enguantado hacia dónde estaba situada la plataforma de defensa, con un asentimiento el otro capitán confirmó que estaba pensando lo mismo. Se giró y ordenó a sus hombres que se apartaran de las zonas inferiores a las rejillas. 

Volog se giró hacia sus hombres, a sus lados se situaron Seleuco y Warfet. No estaba de humor, el visioingeniero había sido muy molesto con sus peticiones de explorar aquella nave, él había sido diligente, asegurando que tomarían todas las muestras que pudieran mientras tomaban aquel crucero. Ardía por dentro de ganas de entablar combate con el enemigo, irían directos hacia el grueso de las tropas del caos para neutralizarlas, después acabarían con los mayores focos de resistencia xeno. Tenía que mantenerse tranquilo, no podía mostrar su excitación ante el comisario. Seleuco se había mantenido callado durante toda la discusión, su mirada inquisitiva solo se desviaba de ellos para mirar a los soldados o para encender un cigarrillo nuevo. 

Sabía que el comisario aprobaba a los soldados que mostraban su fe por el Emperador, pero también castigaba la incompetencia severamente. Había que mantener la disciplina, no eran una chusma de salvajes inútiles que caían ante la primera provocación del enemigo.

Había llegado tan alto en el escalafón gracias a su paciencia en estas situaciones, no podía estropearlo ahora. Malditas composturas, esos herejes iban a sufrir su ira…

El mayor hizo una señal a Seleuco, este se adelantó junto a Cinnamus que acababa de ponerse al frente de sus hombres. Se hizo el silencio. 

-  ¡Savaranos! - Todos se cuadraron -. Debemos acabar con las tropas del archienemigo antes de hacernos con la posesión de esta gloriosa nave. Vuestra compañía será la encargada de esta tarea, el enemigo se abre paso hacia los habitáculos interiores para poner en marcha los sistemas de la nave, iremos a por ellos y se lo impediremos. Avanzaremos divididos en pelotones, el Mayor y yo iremos en el inicial guiando la marcha, el resto tendrá a su respectivo teniente a la cabeza en constante comunicación con el nuestro. El Teniente Primero Parham irá en el de retaguardia. ¿Entendido?

- ¡Señor! ¡Sí! ¡Señor!

La compañía se puso en marcha. 

4 comentarios:

  1. Hmmmmm... carne de genestealer para cenar. XD

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    1. Sip, y me da que van a tener mucha más por delante, jeje.

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  2. Me gustan los Savaranos! Creo que se van a llevar bien con los Mirmidones! XD La gloriosa repartiendo la luz del emperador en calzoncillos de kevlar si señor me ha transmitido muy bien ese tono de soberbia y desesperación con el que yo me imagino a los GI!

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    1. ¡Muchas gracias! Pues claro que se van a llevar bien, no podemos dejar que los herejes nos manguen esas naves tan bonitas, jejeje.

      Eso si, lo de los calzoncillos me ha hecho reir un montón. XD

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