sábado, 8 de noviembre de 2014

Savaranos de Catafractaria. "Conflagración".



Lanza de Hierro. Hangar de tropas A-2. Órbita del planeta Sagkeion.


El molesto ruido generado por los mecanismos de mantenimiento de las naves de transporte tenía que competir con el que generaban casi ocho mil hombres que se preparaban para la batalla. Y este era un contrincante al que tener en cuenta. El regimiento había movilizado a las dos divisiones que lo formaban para desembarcar en el planeta. Tan solo se quedarían la novena y la décima compañía de cada una como refuerzo en la hipotética defensa interna de las dos naves que poseían. Aunque no parecía que fuese a darse ningún abordaje. Las flotas pielesverdes y herejes se habían lanzado en masa sobre el planeta, consiguiendo los defensores contener a una parte con la que intercambiaban continuas ráfagas de disparos. El resto ya estaba atacando tenazmente desde el momento en el que el primero de aquellos mugrientos seres puso un pie en el planeta imperial. 

Arsacis caminaba apresurado con su rifle echado al hombro, no sabía dónde estaba Volog, supuso que también estaría ultimando los preparativos de su división. Se apartó a un lado para dejar pasar a un pelotón que se movía a paso ligero, respondió el saludo del teniente a su paso, aunque debido a que llevaba puesto el casco no pudo reconocerle. No faltaba mucho para que él mismo embarcase en su nave. Hizo un movimiento rotatorio con uno de sus hombros para intentar regular el peso de todo su equipo, el cañón del Mk Sariss rozó su cantimplora haciendo un fuerte ruido del que pocos se dieron cuenta. 

Ya se podía ver su transporte. Sintió un pequeño toque en el pecho, algo tintineó a sus pies, era una arandela. Cuando alzó la vista para ver su origen, no se sorprendió al ver a Dijnia sentada sobre una pila de cajas, lo saludaba enérgicamente con una mano, a su lado, admirando inocentemente su puntería, estaban varios niños, eran los hijos de algunos soldados. Se acercó sonriendo, aunque fue ella la primera en hablar. 

- Como estés igual de distraído ahí fuera no vas a durar mucho. -Pareció recrearse con su propia frase, la misma a la que acompañó realizando el gesto de apretar un gatillo con el índice. 

- No te preocupes, estaré más atento cuando las balas empiecen a volar. Yo ya soy perro viejo en esto asuntos. 

- Esperemos que así sea. A Khur no le gustaría perder a otro amigo.

- ¿Aún sigue dando vueltas a lo de Jerio?

- Un poco. Ya no tanto como antes. Fue una pena. -Arsacis asintió con la cabeza.- ¿Cómo se ha portado Seleuco? ¿Os ha dado muchos problemas a ti y a Volog?

- No muchos, aunque su humor ha empeorado bastante desde que nos enteramos de la situación de Zoroaster.

- Bueno. Ya sabes que se cree el único con derecho a mataros. 

Ambos compartieron una sonrisa de complicidad. Hablaron unos minutos más antes de que el mayor se despidiera. Conocía a aquella pintoresca mujer desde hacía mucho tiempo, y se alegraba de que fuera la pareja de Khur. Divina juventud. Sintió una punzada de dolor al darse cuenta del esfuerzo que ella, como todas las familias de los hombres del regimiento, hacía cada vez que ellos se iban a la guerra. La angustia sobre el destino de sus seres queridos, las tragedias de los que nunca regresaron, la resignación de los que sí lo hicieron pero nunca volvieron a ser los mismos. Volvió a girar el hombro molestado, recolocó varias correas y apartó la cantimplora unos valiosos centímetros. Tenía que dejar de pensar así. Se estaba haciendo mayor, y en una profesión en la que eso no ayudaba para nada. 

Sistema Sagkeion Lamba. Grupo de Asalto. Destructor abandonado.

Volvió a pasar la lengua por sus labios. Repasó los cortes uno a uno. El desagradable sabor de la sangre mezclada con sudor no le molestó. No mucho. Lo peor era el dolor que experimentaba por toda la parte izquierda de su cara. El puñetazo que casi lo mata solo lo había dado de refilón, aun recordaba la forma de los pinchos que rodeaban la nudillera con la que el orko le había golpeado. Si no fuera por la máscara antigás se palparía las heridas. El aire de aquella nave era respirable en parte, pero se negaba a exponerse. Syrus tenía mayores problemas en esos momentos. Los pielesverdes atacaban sus posiciones con su ferocidad característica. La llegada del capitán les había dado un respiro, pero había durado tan poco como el tiempo en que había acometido la siguiente oleada. 

Ahora los orkos llegaban con mejores armas, no solo de mayor calibre, sino de plasma y fusión. Cada vez era más difícil hacerlos retroceder, todos los recovecos estaban inmersos en tiroteos perpetuos. El humo comenzaba a acumularse en los techos. Syrus corrió hacia una de las improvisadas barricadas que los savaranos habían montado, tuvo que esquivar a varios soldados que se replegaban siguiendo las órdenes de Zoroaster. Según se acercaba podía ver cómo un pelotón de hombres rechazaba con sus armas de corto alcance una carga de orkos armados con rebanadoras-sierra. Las pistolas disparaban casi a quemarropa y las bayonetas rasgaban músculos el tiempo suficiente para que los lanzallamas y las ametralladoras hicieran su trabajo. 

El último orko en morir atravesó a un soldado con su arma, manchando con el salpicón de sangre a todos. Syrus se agachó para recoger al soldado mientras caía agonizante. El resto de hombres, dirigidos por el teniente Nikkta abrieron fuego con sus rifles y fusiles hacia el final del pasillo para frenar a los pielesverdes. Syrus no sabía quién era el hombre que se moría en sus brazos. Tan solo veía sus ojos a través de las lentes de su máscara, llenos de un dolor espantoso. El moribundo le agarró uno de sus antebrazos, como un último gesto de ímpetu por vivir. El teniente esperó, manteniendo la mirada a aquel desconocido. Sintió como la tenaza de su mano iba perdiendo fuerza poco a poco, al mismo tiempo que su vida se escapaba de su cuerpo. Un charco carmesí los rodeaba lentamente. Al final le soltó. “Ve con el Emperador, está orgulloso de ti”. 

Tomó sus municiones, después depositó con delicadeza el cuerpo, no sin antes dejar sus manos entrelazadas sobre su fusil. Comenzó a disparar junto a los demás soldados. Sus primeros tiros reventaron la cabeza de un enorme bruto que lanzaba descargas de energía hacia ellos con una extraña arma que giraba soltando un ruido infernal; los siguientes hicieron trastabillar a otro que corría despreocupadamente con un enorme arma parecido a un cuchillo de carnicero, aunque de proporciones descomunales, no hizo falta otra ráfaga para rematarle, un disparo de plasma lo atravesó, dejando un burbujeante boquete en uno de sus pectorales.

Asaltante Orko.

El capitán había ordenado que todos los hombres volvieran de nuevo a la nave de asalto con la que habían entrado en el destructor. Se habían extendido algo más de lo normal, y ahora estaban pagando el precio. Cuando ya había acabado con cinco enemigos más, llegaron las órdenes de abandonar la barricada. A su señal, los soldados a su cargo lanzaron una salva de granadas que convirtieron las posiciones orkas en un infierno de lacerante metralla. Una vez explotaron las últimas, comenzaron a retroceder escalonadamente. No tardaron en llegar a su nave, los últimos savaranos arribaban a ella bajo el fuego de cobertura de dos bólteres pesados. Al fondo los pielesverdes eran descuartizados por sus proyectiles explosivos.

Syrus se acercó a un sargento, por la voz debía ser Pronilin. 

- ¿Dónde está el Capitán? -Volvió a dolerle la cara por el esfuerzo que hizo al gritar la pregunta. 

- ¡Está con el Comisario, cubriendo la retirada! -El sargento apenas le dirigió la mirada al contestarle, disparaba continuas ráfagas de láser con la culata de su rifle apoyada en el hombro.- ¡Por ahí!

Al ver el enorme boquete en la pared que le señalaba Pronilin, se sorprendió de no haberlo visto al llegar. Entró en la nave un momento solo para llamar al sargento primero Vardad, que ya salía con su pelotón en ayuda del capitán. Franquearon el agujero en la pared mientras oían de fondo los gritos de Pronilin azuzando a sus hombres para que reforzasen a los equipos de armas pesadas. Atravesaron una sala atestada de hollín, tan solo se cruzaron con un soldado cojeaba mientras llevaba a rastras a un compañero que se sujetaba a duras penas un sanguinolento torniquete en lo que quedaba de su brazo izquierdo. Al pasar a su lado, a una orden de Vardad, uno de los hombres que iba con ellos se salió de la formación para ayudar en el transporte del herido. 

Cuando empezaron a entrar en la habitación en la que estaban Zoroaster y Critio, la escena que vieron les recordó a una de esas enormes pinturas murales que adornaban las residencias militares, allá, en su querida Catafractaria. 

Sobre una enorme pila de cadáveres orkos, lo que quedaba de dos pelotones de savaranos disparaba a todo lo que se les ponía delante. Los enfervorizados xenos llegaban constantemente, enarbolando toscos instrumentos de combate cuerpo a cuerpo, abriendo fuego con sus primitivas armas sin molestarse en apuntar a los humanos a los que trataban de aplastar. En el centro, el capitán junto al comisario empuñaban sus armas uno junto al otro. Blandían sus espadas sierra, cortando extremidades orkas, rasgando la carne y royendo el duro hueso que esta recubría. Critio disparaba su pistola bólter en la cara o en las zonas desprotegidas de los pielesverdes. Zoroaster ya ni siquiera empuñaba su pistola láser, usaba una enorme placa de metal a modo de escudo, probablemente arrancada del cadáver de uno de aquellos inmundos bárbaros. Inmortalizaba a uno de los venerables templarios de los que tanto les hablaba el mayor. 

Los guardias que los rodeaban abrían fuego sin cesar, ignorando cualquier herida que no los hiciera caer mutilados o muertos. Con las bayonetas caladas y empañadas en sangre, los cañones de sus rifles despedían calor de tanto disparar. Algunos usaban directamente sus Mk Sariss, llenando el suelo de casquillos al ser estos expulsados tras accionar su mecanismo de cerrojo. 

Syrus llegó hasta donde estaba Zoroaster, por un momento se pensó que el capitán le iba a atacar, justo cuando se volvió empuñando su arma y su improvisado escudo. Critio dio un paso lateral para cubrir el hueco que este había dejado libre. 

- ¡Ya están casi todos en la nave! ¡Debemos volver con los demás!

- ¡Aún no! Hay que contenerlos más. 

- ¿Qué?

- ¡Le he pedido a Luther que me envíe algunos servidores con minas de plasma! ¡Si nos retiramos ahora nos masacrarán! ¡Mira! 

Señaló con su rugiente espada hacia la puerta por la que Syrus había entrado, varias máquinas del Mechanicus habían llegado arrastrando cajas de metal llenas de explosivos, los cuales estaban esparciendo por el suelo dejando un estrecho corredor por el que ellos pasarían. Zoroaster se volvió soltando la placa de metal con la que se protegía de los enemigos llevándose una mano hacia el comunicador para avisar a los hombres de la llegada de los servidores. Sin embargo no tuvo tiempo para encenderlo, el muro de metal que tenían delante recibió un potente golpe que lo hizo combarse hacia ellos. Por un momento se hizo el silencio, incluso los orkos dejaron de entrar en la sala. 

Una enorme sierra circular comenzó a realizar un corte vertical en la deformación que le había salido fruto del golpe recibido. Antes de que llegase hasta abajo, Critio dijo en alto lo que le había venido a todos ellos a la cabeza en ese mismo momento. 

- Un Dreadnought. -Se giró hacia Zoroaster esperando una respuesta, no disimuló el hecho de que no había bajado su pistola, este dio un paso hacia delante, dándole la espalda al Comisario. 

- Retirada. -Hizo una pequeña pausa esperando lo inevitable, aunque no llegó.- Volver todos a la nave, yo me quedo. -Al decir esto guardó su espada en la funda y recogió un lanzagranadas de un soldado,- Si en diez minutos no he regresado partid sin mí. Luther sabe lo que hay que hacer. 

La pared comenzaba a ceder del todo cuando los últimos hombres salieron. Zoroaster se quedó detrás del quicio de la entrada. Al otro lado de esta los montones de peligrosas minas explosivas emitían ligeros pitidos confirmando que estaban activadas. La luz añil que emitían le daba un aspecto extraño a los cuerpos que recubrían el suelo. La enorme máquina de guerra orka entró seguida de una formidable masa de vociferantes guerreros. Tanto el dreadnought como su escolta se frenaron cuando habían llenado la mitad de la habitación, mirando hacia todas las direcciones, decepcionados, se habían dado cuenta de que los humanos acababan de marcharse. 

Zoroaster contuvo la respiración. Accionó cuidadosamente el mecanismo que ponía un proyectil en la recámara de su lanzagranadas. Inspiró profundamente. Se asomó repentinamente apuntando con él hacia el centro de la sala en la que los orkos comenzaban a moverse. Con una serie rápida de movimientos descargó las seis cargas de munición sobre los pielesverdes. No se aseguró de si había hecho blanco o no, el grito de sorpresa de los xenos, seguido de las explosiones de sus disparos, le confirmó que habían picado el anzuelo. Comenzó a correr hacia la nave como nunca lo había hecho en su vida. No había llegado al agujero por el que habían entrado Syrus y los demás cuando la descomunal detonación de las minas emitió un averno celeste que desintegró a sus perseguidores. 

El golpe de calor casi lo ahogó, teniendo que correr a gatas y a ciegas. Se estaba abrasando las plantas de los pies y las palmas de las manos por el calor que el suelo había tomado tras la detonación. No sabía hacia dónde iba, gruño al notar que se le hacía un nudo en la garganta. Miedo a morir. ¿Ahora? Estaba a punto de darse por perdido cuando unas manos lo lanzaron contra una fría superficie metálica. En un acto reflejo desenvainó su cuchillo de combate, comenzando a dar estocadas al aire violentamente. Esperaba vender cara su vida. 

- ¡Pare señor! ¡Por el Trono! ¡Pare! -Era Syrus.- El Comisario casi me ejecuta por salir a recogerle. Si le dejamos ahí habría matado a todos los orkos usted solito. ¡Pero nos habríamos quedado sin usted!

Los soldados que estaban cerca asintieron al unísono alegrándose por la vuelta del capitán. La nave de asalto comenzó a moverse, pero no fue en dirección a la Lanza de Hierro. 

Espaciopuerto. Ciudad Colmena de Alkia. Planeta Sagkeion. Sistema Sagkeion Lamba. 

Los motores de las naves de desembarco  ronroneaban al enfriarse poco a poco, Mitrídates sintió el aire de aquel planeta en la cara, era ardiente, aunque no lo suficiente como para que hiciese mucho calor. Probablemente cuando salieran de aquellas instalaciones la temperatura bajaría unos grados más. Nuevos olores hacían acto de presencia junto a los aromas metálicos a los que tanto se había acostumbrado, por un momento se encontró a sí mismo echando de menos su humilde aldea en Bactris, quién se habría imaginado que un día saldría de allí para enrolarse en los savaranos…

El espaciopuerto era grande, aunque no era nada fuera de lo normal, incluso, quizás era un poco mediocre. Los vehículos del servicio interno estaban algo destartalados, las cuadrillas de obreros brillaban por su escaso número, el piso estaba en mal estado; incluso el recibimiento había sido algo nimio. Tan solo unos funcionarios acompañados de un par de ásperos militares que les habían indicado en un mapa de papel carcomido dónde estaban los barracones en los que se podrían asentar. Eso no era bueno, parecía que su ayuda no era deseada. Seguro que se trataba de algún politiqueo interno, o de propaganda para ensalzar a sus propias tropas. Les iba a hacer falta, por lo que él sabía casi todo el planeta estaba en pie de guerra, una invasión de herejes y orkos al mismo tiempo pondría a prueba a las FDP más de lo necesario. A ver cuánto tardaban en surgir los primeros conatos de revuelta.

Robot de Combate Beta Tai Asediator.
Legio Cybernetica.
Adeptus Mechanicus.

Algo destacó en su visión periférica, se giró desde donde estaba, un grupo de soldados ayudaba a media docena de trabajadores vestidos con monos amarillos a subir cajas de munición a un enorme tráiler situado cerca de la salida del recinto. Presidiendo la escena estaba uno de los robots de la Legio Cibernética. Rápidamente se dio cuenta de que había un par de ellos más escoltando su equipo y suministros. 

No muy lejos de aquella situación estaban Arsacis, Volog y Warfet, hablaban entre ellos señalando el mohoso mapa que les habían dado las autoridades de lugar. De vez en cuando señalaban a los tres robots y a sus respectivos operarios, los cuales permanecían en silencio detrás el visioingeriero. Estaba claro, se los llevarían para establecer un perímetro defensivo en torno a sus alojamientos. Si en aquel planeta no de fiaban de los savaranos, ellos estaban en su derecho de hacer lo mismo. 

Un niño entró en las instalaciones y se pudo a tocar a la máquina del Mechanicus con lo que parecía una delgada caña de metal. Mitrídates sonrió para sí mismo. Una apurada madre apareció poco después para dar un cachete al valiente chaval y llevárselo de una oreja mientras se disculpaba apremiantemente ante los soldados que estaban allí al lado. Volvió a acordarse de su planeta.

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