CAPITULO II
"Canis Canem Edit"
Puente de mando del Azote de Herejes, orbita alta sobre Belerin Secundus
Hacía tres meses que la Cohorte Martillo de Mirmídia había abandonado el subsector Terminus en respuesta a la llamada de socorro procedente del Sistema Belerin. Se encontraban en plena patrulla sectorial cuando recibieron el aviso tras lo que se habían puesto marcha sin mayor dilación. Esa era una de las mayores ventajas operativas de las Cohortes, su variada composición les permitía hacer frente a multitud de escenarios operativos sin mayores preparativos. A pesar de ello, el Hermano Hefestes Rictor de la III Centuria y al mando de la Cohorte Martillo de Mirmidia no había imaginado en ningún momento el caos al que tendría que hacer frente.
La autoridad sobre los sistemas Belerin, Dolnúdaca y Sagkeion Lambda literalmente no existía. Cada uno de los centro de mando que aún permanecía operativo emitía ordenes en frecuencias distintas, y no parecían coordinados bajo ningún mando conjunto, era un sálvese quien pueda. Además, por si fuera poco, prácticamente todas las orbitas geoestacionarias se hallaban sumidas en combate, y las que no lo estaban, se hallaban repletas de la basura espacial formada por los restos de las naves destruidas, cayendo lentamente atraídas por la gravedad en una órbita agónica hacia la superficie planetaria.
En primera instancia, Hefestes había ordenado apoyar las operaciones sobre Gran Belerin, en un intento de establecer una cabeza de playa desde al que organizar la defensa. Pero incluso la Guardia Belerintia, la más capaz de las fuerzas que operaban en el sector, se mostraba fragmentada y operando en base a sus propios intereses por lo que rápidamente se habían descartado esos planes.
“Que venga algún capítulo de masones a construir fortalezas” habían sido las palabras exactas del Ríctor. Y tras ello se había ordenado al grueso de la flota entablar batalla con el primer contingente que se habían encontrado, un contingente sin embargo, había salido en una misión de reconocimiento tras una débil señal astropática, emitida desde una de las pocas naves que había aterrizado sin demasiados problemas, teniendo en cuenta sus varios kilómetros de eslora, sobre B-217D el único planeta deshabitado del sistema Belerin. La mitad de la II centuria había partido hacia B-217D hacia 4 horas, y desde entonces no habían vuelto a recibir comunicación alguna.
-Señor, el Orgullo de Kratia informa de daños considerables en sus escudos de vacío de estribor, solicita permiso para maniobra evasiva a coordenadas 234/DF-34.- El puente de mando del Azote de Herejes era un ajetreado vaivén de servidores, sincronizados como si de un mecanismo de relojería se tratara. El enorme crucero de batalla era la nave Insignia de la Cohorte Martillo de Mirmídia, una mole de acero con más de 170 cañones de batalla por cubierta, mucho más de lo que debería albergar para su tamaño.
-Permiso concedido, solicite a nuestras baterías principales que concentren el fuego sobre esa barcaza de batalla para cubrir su retirada, no sé porqué hay que llamarlo evasión cuando claramente se están retirando…- Hefestes era el más longevo de los hermanos de su cohorte, motivo por el que había recibido el mando, Dirigía las operaciones globales, pero el mando efectivo de las Centurias y sus flotillas recaía sobre sus respectivos Ríctor. – Que el resto de la flota acabe con esto.- Añadió, mientras un halo de luz rentraba por todos los visores del puente de mando. Las baterías principales habían abierto fuego y tras los cristales los brillantes chorros de plasma incandescente habían impactado de pleno a la nave enemiga, mientras el Orgullo de Kratia se escabullía por debajo de la colosal figura del Azote de Hereje dejando tras de sí un rastro humeante. Una enorme sección del caso de la nave caótica se desprendió allí donde el plasma había fundido su estructura, inmediatamente después una nueva andanada procedente del destructor Pompeya impactó nuevamente sobre la maltrecha barcaza de batalla, partiendo por la mitad su estructura que empezó a desintegrarse lentamente a través del vacío espacial.
La situación en todo el sistema planetario era crítica, las defensas planetarias lograban repeler la mayor parte de las incursiones a la órbita geoestacionaria del planeta, pero no había defensas en la órbita alta, las fuerzas de defensa orbitales se habían visto superadas en número y potencia de fuego y alguien había hecho muy mal su trabajo, diseminando las fuerzas a lo largo de todo el sistema, lo que dificultaba su reorganización, la mayoría de convoyes estaban siendo aislados y aniquilados sistemáticamente lejos de la protección de las baterías planetarias. Al menos se había logrado repeler el grueso del ataque sobre Belerin Primus, aunque no había reportes sobre la situación en el resto del sistema, tan solo una miríada de comunicaciones fragmentarias, solicitando ayuda en tal coordenada o una evacuación en tal otra
-Que la flota se repliegue sobre Belerin Secundus, y conseguidme un maldito canal con el Injuriador.- El hermano Hefestes se acomodó nuevamente sobre su puesto de mando mientras ojeaba un las cartas de navegación que le acababa de dar uno de los servidores. –Estoy demasiado viejo para la diplomacia-.
Escuadra Repent, en algún lugar sobre la superficie de B217-D
El Sargento Bizanzio, el Bibliotecario Stilikón y el Hermano Claudio se hallaban en plena carrera a través de lo que parecía la antigua pasarela de control, que comunicaba las estancias de mando con el puente. Aunque la estructura parecía poco afectada por la colisión las paredes y el suelo habían sufrido un terrible desgaste, pero no por el impacto, era más bien el resultado de una lucha que debía de haber tenido lugar en aquellos estrechos pasillos. Podían identificarse claramente las detonaciones del bólter en las paredes metálicas lo que indudablemente confirmaba el pasado imperial de la nave, Bizanzio se detuvo un instante para recoger lo que parecía un casquillo de munición, tras examinarlo un momento se lo guardó y se pusieron nuevamente en marcha.
A medida que avanzaban por los pasillos los signos de la lucha se hacían más evidentes, algunas placas de blindaje de las paredes se habían desprendido fruto de explosiones mayores por lo que se vieron obligados a ralentizar el paso. Mientras seguía al avanzando los ojos del sargento se detuvieron en las extraños bultos que se esparcían ante ellos, examinando uno con mayor detenimiento advirtió lo que parecían ser los restos de un cadáver, el primero que encontraban en toda la nave.
Se hallaba en un estado irreconocible, hasta tal punto que era difícil asegurar que se tratar de un humano, los tejidos y órganos estaban expuestos y en avanzado estado de descomposición, aunque había algo peculiar en aquella podredumbre, parecía “viva”. Fijándose un poco más el sargento recorrió con los ojos el charco de fluidos que se había formado bajo el cuerpo y que fluía por el pasadizo de la estancia casi de forma antinatural, todo el suelo que se extendía ante él estaba empapado de aquella viscosidad que desprendía un hedor insoportable.
-¿A qué coño huele aquí?- Casi podía verse la mueca de asco de hermano Claudio a través del casco.
- Nurgle.- La voz del bibliotecario se había tornado sombría, pero sus palabras se vieron ahogadas por las detonaciones de bólter que llegaban desde el final de la pasarela de mando, donde la otra mitad de la escuadra Repent se había atrincherado.
“¡Contacto!” exclamó la voz del Hermano Tracio a través de audio interno. –Tenemos que recuperar la centralita y salir de aquí.- sentenció el sargento.
Sin perder un segundo los tres Mirmidones emprendieron nuevamente la carrera hacia el puente de mando, aunque algo había cambiado en el pasillo, el fluido que encharcaba el suelo empezaba a subir por las paredes y a introducirse a través de cualquier orificio o ranura en el blindaje que encontraba, los propios restos de los cadáveres parecían licuarse a mayor velocidad, todo ello acompañado de aquel hedor infernal. Con un golpe de su hacha de energía el sargento Bizanzio desprendió el último portón, del que seguía chorreando aquel fluido infernal, y ante ellos apareció lo que en algún momento había sido el puente de mando. Ahora sin embargo era una visión demencial de jirones de carne sanguinolenta donde deberían de estar las paredes y pústulas supurantes y masas tumorales donde en algún momento se habían encontrado los mandos, del techo se desprendían tendones y jirones de carne y una especie de tentáculos de los que brotaba incesantemente aquel asqueroso fluido sobre un único punto en el centro de la estancia, en el que una masa informe de ese líquido parecía sostenerse ingrávida en el aire mientras incrementaba su tamaño, alimentada por todos aquellos tentáculos.
-Por el Trono Dorado….- masculló el hermano Claudio.
-Tenemos que encontrar la maldita centralita, ¡rápido!- añadió el Sargento. Y tras esto se abalanzó sobre uno de los montones de carne con su hacha de energía en ristre y empezó a cercioran enormes trozos de tejido putrefacto mientras este se retorcía y escupía borbotones de pus, el resto de la escuadra hizo lo propio mientras las masa informe que se sostenía en mitad del puente seguía aumentando su tamaño al ritmo de un palpitante sonido que parecía provenir de las mismas entrañas de la nave. La propia masa parecía ir ganando consistencia por minutos y ahora ya no era completamente líquida, se empezaba a asemejar al tejido que cubría las paredes de aquel demencial puente de mando.
-¡Aquí está señor!- el hermano Claudio sostenía un módulo metálico ensangrentado y sanguinolento en una de sus manos.
- Bien, ¡en marcha!- El Sargento Bizanzio apenas había empezado a correr cuando puedo sentir como algo rozaba fugazmente su caso, solo pudo girarse para ver como uno de los tentáculos se había desprendido del techo. Con una velocidad antinatural se dirigió hacia el hermano Claudio, que apenas si pudo alzar el brazo para detener el impacto, el tentáculos había enrollado en torno a su cuerpo, que fútilmente luchaba por librarse de él, pero no tenía suficiente movilidad para poder utilizar su espada, así que intentó aferrarse a él con sus manos desnudas y empezó a arrancar la carne si éxito aparente, de repente, su servoarmadura cedió con un crujido aterrador y su cuerpo inerte cejo en el empeño por liberarse de la presa. Otro tentáculo se desprendió del techo con un vaivén zigzagueante y en una fracción de segundo había cruzado la estancia directo hacia el sargento, pero un halo de luz incandescente brotó de la nada cercenando el tenáculo por la mitad.
- Es a mí a quien quieres, Demonio.- La voz del bibliotecario Stilikon poseía absoluta firmeza, se había quitado el casco y sus ojos brillaban en un tono carmesí que reflejaba el fulgor psíquico de su mente.
Aprovechando los segundos de pausa, el sargento se escabulló hasta el cadáver del hermano Claudio, que permanecía en el suelo envuelto por aquel asqueroso tentáculo cuyo extremo intentaba encontrar una ranura en su servoarmadura por el que acceder al cuerpo y aquella era una ofensa que el Sargento Bizanzio no estaba dispuesto a permitir. Sobrecargando su hacha de energía descargó toda su ira sobre el tentáculo, partiéndolo y haciendo que ese retrocediera sobre sí mismo. Justo en aquel momento lo vio.
La masa que se había formado en el centro del puente de mando había alcanzado un tamaño colosal, llegaba casi hasta el techo, y de ella parecían brotar unas extremidades grotescas incluso parecía estar formándose una especie de diminuta cabeza.
Sin perder un instante, el sargento recuperó la centralita y se la lanzó al bibliotecario, -¡Salid de aquí!-. Sin poder acabar de hablar, el sargento Bizancio notó como su cuerpo se alzaba en el aire mientras algo ejercía una enorme presión sobre su torso, con la mano que sostenía el hacha intento lanzar un tajo hacia el tentáculo, pero en ese momento otro tentáculo lo agarró por la muñeca con tal presión que el hacha se le desprendió de la mano.
-¡Largo!- Alcanzo a gritar por última vez justo antes de que un tremendo estruendo inundara la habitación, el techo se desprendió y el suelo cedió varios metros bajo el peso de la cápsula de desembarco desgarrando la carne de las paredes de la que empezaron a brotar infinidad de fluidos. El Sargento no podía ver nada, había caído al suelo y aunque seguía notando la presión de del tentáculo sobre su servoarmadura un sonido familiar reavivó su espíritu, era la inconfundible turbina de unos espolones sangrientos acelerando su rotación.
- He venido a destruiros- La voz ultraterrenal del hermano Caesar en su sarcófago eterno de adamantino lo sacó de toda duda.
Vaya! Nurgle entra en escena, interesante. :)
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