CAPITULO VI
“Veritas vos liberabit”
B-217D Coordenadas omitidas, cuarentena nivel ómnibus decretada
Las detonaciones eran
amortiguadas por los conductos cavernosos y las fibrosas capas de carne
putrefacta que cubrían la superficie de la nave, pero aun así el oído
superdesarrollado del hermano Tracio los había escuchado.
-¿Has oído eso?- inquirió con una
ligera muestra de nerviosismo filtrándose entre sus palabras.
-Me temo que no hermano- Stilikón
iba apoyado sobre el hombro de Tracio y aunque se mantenía en pie, apenas si
podía alzar los pies del suelo al caminar. A pesar de ello de su brazo amputado
ya no brotaba más que un hilo de sangre y podía sentir como lentamente iba
recuperando las fuerzas.
-Son bólters- Ésta vez no había
atisbo de duda en la voz de Tracio, que se había detenido completamente
intentando centrar su atención en la dirección de la que provenían las
detonaciones. No se oía nada.
-Tenemos que llegar al puente, no
hay tiempo que perder.- Stilikón intentaba focalizar toda su energía en el
objetivo, le ayudaba a mantener la consciencia.
-¿Pero y si han venido a por
nosotros? No podemos volar la nave si se ha iniciado un abordaje- Tracio
parecía haber recuperado el optimismo ante tal expectativa.
-Hermano mira a tu alrededor- El
esfuerzo obligaba a Stilikón a hacer pausas para recobrar el aliento. –No hay
nada que abordar aquí, esto ni siquiera es una nave ya…tenemos que llegar al
puente- En ese instante unas nuevas detonaciones interrumpieron las palabras
del bibliotecario, él también pudo oírlas pues esta vez estaban claramente más
próximas su posición. –De todos modos vamos a necesitar ayuda, y un descanso me
vendrá bien- Sentenció el bibliotecario mientras se acomodaba apoyado en un
cofre de servicio que había en mitad del pasillo, en una de las escasas zonas a las que todavía
no había llegado la corrupción.
Era una situación curiosa cuanto
menos, el centro del pasillo por el que avanzaban penosamente era lo único de
lo que habían visto que no estaba contaminado por aquel asqueroso miasma que envolvía
todo antes de que el metal empezara a corromperse, era casi como si los guiaran
a través de un redil. Las detonaciones seguían sonando cada vez más cercanas y
aunque amortiguadas, no debían separarlos más de una treintena de metros.
Aposentum del Injuriador,
orbita alta sobre B-217D
Bizanzio se había recuperado ya
completamente de sus heridas, seguía sintiendo ligeras molestias en el torso
pero nada que le impidiera ya volver a colocarse su servoarmadura. Había
sido reparada en el ferrum del Injuriador, y aunque no recuperaría toda su
calidad original hasta que regresaran al Bastión de Tormentas, su estado era
operativo.
Al coger el cinto de cuero
curtido oyó un ligero repiqueteo metálico, procedía del interior de una de las
bolsas que pendían del arnés. Lo qué fuera que había en el interior había producido
un leve sonido amortiguado al chocar en el interior de cuero de la bolsa contra
el sobrio banco de piedra que recorría la estancia, pero lo suficiente alto
para sus oídos. Introduciendo la mano en la diminuta bolsa notó el frío tacto del
metal en la yema de sus dedos, era de forma circular y no le hizo falta verlo
para recordar lo que era, el mismo lo había metido allí unas horas antes, justo
tras recogerlo de uno de los pasillos de aquella infernal nave, en la
superficie de B-217D.
Tras extraerlo de la bolsa de
cuero el Sargento Bizanzio alzó aquel proyectil a contraluz para observarlo con
más detenimiento, no era un experto en esas labores, pero al instante supo que
aquella no era una vaina de munición normal y corriente. Había disparado con
casi todo el arsenal disponible en el Imperio y el arma que no había utilizado,
le había disparado a él, sin embargo la factura de aquel proyectil le resultaba
desconocida. El calibre era sin duda de bólter, aunque la vaina parecía estar
extrañamente elaborada, demasiado para los estándares Imperiales. Volteando el
diminuto trozo de metal observó lo que parecía un troquelado con el Aquila
Imperial entre todos los delicados motivos que recorrían la superficie
metálica, aunque se había deformado tras el impacto del percutor.
Hacía milenios que no se
fabricaban proyectiles con una factura como aquella, era una pérdida de tiempo
y recursos, fuese lo que fuese era muy antigua, mucho más de lo que se atrevía
a aventurar. “Llegada del Azote prevista en 12 horas estándar” la voz metálica
del contramaestre sonaba distorsionada por el sistema de comunicación interno
del Injuriador, adquiriendo un eco que de daba un cariz aún más siniestro.
Aquello sacó al Sargento de sus ensoñaciones, se colocó el cinto en torno a los
anclajes de la cintura e introdujo nuevamente el proyectil en una de las
bolsitas de cuero. Tras eso se puso en marcha en dirección al puente aunque
inmediatamente se detuvo en mitad del vestíbulo principal, justo delante de una
plataforma de unos 4 metros cuadrados, delimitada por unas parpadeantes luces
azules engastadas en el metálico suelo de la nave.
El Injuriador era una de las
naves más pequeñas asignadas a la flota de la Cohorte, pero a pesar de ello con
su eslora de más de 750 metros requería de cierta paciencia para atravesarlo.
Solo había tres teleportarium en toda la nave, uno en el puente y el otro en
los barracones, ambos conectaban con un tercero situado los hangares. Su uso se
restringía a unos protocolos determinados aunque en más de una ocasión el
Sargento los había utilizado a su antojo. Sin duda esta vez tenía una excusa
convincente para hacerlo.
Escuadra Mortis, B-217D coordenadas omitidas, cuarentena nivel ómnibus
decretada.
El punto color azul que mostraba
el áuspex se había detenido, permanecía inmóvil a escasos veinte metros de su
posición, parpadeando con las coordenadas que correspondían a la posición del
bibliotecario, oculto tras de aquellas infinitas capas de mierda putrefacta y
supurante.
Habían avanzado en línea recta
desde el último vestíbulo con el que se habían topado, seccionando pared tras
pared y acabando con cuanto se movía en su camino. Sin embargo aquella nave
infernal había ido regenerando los destrozos casi tan rápido como se los habían
infringido, tras de sí apenas había
rastro alguno del camino que habían recorrido. En alguna ocasión el sargento
Hajax había tenido la sensación de que la nave jugaba con ellos, facilitándoles
el camino en algunos puntos, como intentando desviarlos de la dirección que
según el áuspex había emprendido Stilikón. Sin embargo la escuadra Mortis no
había cejado en su empeño, nada iba a interponerse ante la voluntad del
Emperador.
Con gesto rutinario el sargento
de los exterminadores hundió a su Mutiladora en la grasienta capa de carne que
se hallaba ante él. La espada de energía penetro sin oposición el tejido blando
seccionándolo verticalmente como si de mantequilla se tratara. El resto de la
pared de carne se acabó de desgarrar cediendo bajo su propio peso, mientras el
miasma que había impregnado la hoja de
Mutiladora crepitaba al evaporarse.
Ante ellos se abría una nueva
estancia, era un nombre funcional, pues aquello se parecía más al interior de
un ganglio. Como había sucedido con la estancias ultimas estancias que habían encontrado
no había rastro de aquellas asquerosas criaturas, extrañamente habían sido
menos frecuentes cuanto más se acercaban a la posición del bibliotecario.
Después de todo quizás el propio Stilikón hubiera limpiado la zona de esas
inmundicias y la propia nave había borrado su rastro.
Saliendo de sus ensoñaciones el
sargento Hajax se dispuso a hendir una vez más su mutiladora, pero entonces el característico
sonido del motor de una espada sierra lo hizo detenerse, el pedazo de carne que
había ante él se agitó gelatinosamente hasta desgarrarse completamente y
desgajarse por la mitad, dejando en las paredes poco más que los habituales
flejes de miasma chorreante.
Al otro lado de aquella masa
informe apareció la maltrecha figura del hermano Tracio, con una espada sierra
ronroneando en una de sus manos. Junto a él y aún en peores condiciones el
bibliotecario permanecía apoyado sobre un saliente.
-Loado sea el Emperador- Tracio
dio un paso hacia delante, pero se detuvo al momento ante la escasa efusividad
de sus interlocutores. -¡Ya pensábamos que os habíais olvidado de nosotros!-
añadió.
-Objetivo localizado, informad
a de nuestra posición, y estableced
contacto con nuestro transporte- El Sargento Hajax clavó su ojos sobre la
figura del hermano Tracio a través de los visores de su casco de exterminador.-
Informad también de que tenemos un invitado de última hora.-
-No podemos irnos de aquí- La voz
de Stilikón trataba de mostrar toda la determinación que fue capaz de reunir.
-No estás en condiciones de
exigir nada bibliotecario, no hasta que te llevemos de nuevo al Injuriador y
contestes a unas cuantas preguntas.- Una sibilina amenaza podía leerse entre las
palabras del Sargento Hajax.
-¿Pero de que está hablando?- Tracio
parecía desconcertado. – ¡¿estáis aquí únicamente para comprobar que otra bruja
no se una la lista negra del capítulo?!- había avanzado hasta interceder entre
el sargento Hajax, que permanecía impasible, y el bibliotecario que seguía
reclinado a su espalda. -¡¿Es que no lo veis?! ¡Ésta puta nave está calada
hasta los huesos por el caos!, ¡Por el Emperador si hasta juraría que me ha
hablado!-
-Por eso mismo- sentenció el
Sargento Hajax. -Hannibal cree que la propia nave ha sido corrompida por un
Demonio…-
-¿Planean destruir un planeta
como carta de presentación ante todo el sistema? Stilikón no había dejado de
pensar, tratando de buscar la forma de convencerlo. Hajax no era un hermano
contemplativo, pero hasta el último de sus hermanos estaba al corriente de la
controversia que en algunos sectores levantaba su situación, muy especialmente
entre la Inquisición. Además sabía que era necesaria la aprobación previa por
parte del Rictoratum para proceder con el bombardeo orbital, y si conocía como
creía conocer a Hefestes, aunque en público rehuía las intrigas políticas y la
burocracia en el fondo era sensible a tales consideraciones. Solo había una
cosa que el viejo odiara más que la política, los herejes.
Tenía que lograr tiempo, tiempo y
una excusa. En el peor de los casos el Rictor Prius siempre estaría a tiempo de
asegurarse que ningún Mirmidón abandonaba la luz del Emperador en aquel
infierno helado, aunque para ello tuviera que vérselas después con la
inquisición.
-Eso es justo lo que le hace
falta a la Inquisición para echarnos la soga al cuello, Hefestes nunca lo
consentirá, no hasta haber establecido un mando conjunto en el Sistema, y para
entonces será demasiado tarde, tú mismo lo has visto hermano, ésta nave quiere
el planeta..- Stilikón había seleccionado cuidadosamente las palabras, tratando
de dotarlas de la máxima convicción.
-No me corresponde a mí decidir
eso, ni a ti Bibliotecario.- Hajax nunca había amagado la animadversión que como
muchos de los Mirmidones sentía hacia los bibliotecarios.
Eran respetados, pero para muchos de los hermanos no había demasiadas diferencias entre los quehaceres de que los bibliotecarios y los de los adoradores del caos.
Eran respetados, pero para muchos de los hermanos no había demasiadas diferencias entre los quehaceres de que los bibliotecarios y los de los adoradores del caos.
-Es cierto hermano, pero si está
en nuestra mano evitarlo.- Stilikón no podía ver el rostro del sargento a
través de su casco, pero en ese momento supo que había ganado.
Oh maldita sea, te me has adelantado. Yo quería introducir a un personaje como "Ajax", pero has sido rápido con tu sargento.
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