CAPITULO PRIMERO
Estación de defensa orbital Jerguen, órbita geoestacionaria sobre Gran
Belerin.
El ingeniero Johanes se hallaba
apoyado en aquella mugrienta barra de bar, absorto bajo las psicodélicas luces de neón
que recurrentemente rompían con la oscuridad de los rincones de aquel tugurio.
Un cigarro agonizaba sobre su dedo, amenazando con verter la ingente cantidad
de ceniza que había ido acumulando lentamente dentro la copa de Kodva sobre la
que pendía. A su alrededor varios desconocidos seguían enfrascados en sus
discretos quehaceres sin ánimo de interacción alguna. Últimamente había
reducido drásticamente la cantidad de alcohol que ingería, las rutinas a las
que se había visto obligado a someterse a lo largo de las últimas dos semanas le ayudaban a soportarlo, pero aquel
trago nocturno era lo único que mantenía alejados a los dolores de cabeza.
El ingeniero alzó con desidia la
cabeza tratando de desentumecer el cuello e instintivamente sus ojos se posaron
sobre el reloj, tratando de enfocar la mirada sobre aquellos dígitos rojos que
parpadeaban colgando en la pared que había tras la barra. Como cada noche a lo
largo del último mes y medio hacía ya un par de horas que debería de haberse
retirado a sus estancias, en el sector 3-KL.
La clara luz de la pantalla
anclada junto al reloj llamó su atención, era una emisión tardía del
informativo interno de la estación,
aunque sin el audio era imposible entender nada de lo que comentaban. Sin
embargo la noticia iba acompañada por algunas imágenes entre las que el
ingeniero creyó distinguir la sección de muelles Delta6, de la que el había
partido hacia apenas dos semanas.
Con el lastre del alcohol entumeciendo sus movimientos, Johanes extrajo su cartera de uno de los bolsillos laterales del pantalón, hizo ademan de sacar algunos billetes del interior, pero solo notó el rugoso tacto de la piel curtida. Sus ojos se clavaron sobre la máquina tragaperras que se hallaba a final de la barra, “hija de puta” pensó, y tras dejar unas monedas sobre la barra salió por el roñoso marco metálico que hacía las veces de puerta, tambaleándose ligeramente.
Los pasillos estaban desiertos
como era habitual a aquellas horas, a excepción de los guardias y los descarriados nadie se
aventuraba a recorrer los fríos pasillos de la estación entrada ya la noche, y los
primeros eran cada vez más escasos desde que había empezado aquella locura de guerra.
La Jerguen era una de las
principales estaciones de defensa de Belerin así que desde que habían empezado
a aparecer las primeras de aquellas extrañas naves, se había transformado en un hervidero de
regimientos de la Guardia Belerinita y las distintas fuerzas de defensa
planetaria, pero todos estaban de paso. La mayoría de soldados que aunaban el
valor para abandonar su acuartelamiento se reunían en los tugurios situados
junto al centro de operaciones, por lo que el personal de servicio, que eran los clientes
habituales, se habían visto obligados a trasladarse a otros sitios más alejados
si no querían sufrir noche tras noche las bravuconerías de los soldados.
Johanes deambuló unos diez
minutos a lo largo de los monótonos pasillos. El metal desgastado por los
innumerables siglos de servicio había adquirido un tono parduzco, a juego con
las paredes, donde podían verse perfectamente los rastros de la corrosión en
cada uno de los remaches. La Jerguen era como una anciana cuyos problemas de
edad eran un quebradero de cabeza constante para sus ingenieros, era una
reliquia de otros tiempos, anacrónica a los dinámicos patrones de defensa
orbital actuales. La pesada estructura de Jerguen estaba diseñada para resistir
un enorme castigo, no para infligirlo, pero gracias a ello, disponía de
trescientos kilómetros cuadrados de superficie hábil, por lo que seguía siendo
uno de los principales espaciopuertos orbitales del sistema. En mitad de una
guerra como aquella su relevancia estratégica se había disparado, y en la
práctica eso se traducía en que los problemas y reparaciones del ingeniero
Johanes habían aumentado
exponencialmente.
El ingeniero reconoció al
instante la esquina del pasillo de servicio KL, no le hizo falta leer el
diminuto panel, el particular patrón de la mugre en las paredes era algo que su
memoria había interiorizado hacía ya varios años. Tras andar unos metros por el
algo llamó la atención del Ingeniero, algo que no solía estar allí
habitualmente, al menos no a esas horas. Las tenues luces de servicio
acentuaban las sombras de tres figuras que permanecían inmóviles frente a una
de las puertas que daban paso a las estancias particulares del personal de
servicio. Si el alcohol no le había nublado demasiado el juico, era la suya.
Pensó en seguir andando como si
con él no fuera la cosa, lo último que necesitaba era una reparación de última
hora, pero uno de los individuos se había percatado de su presencia, y tras una
breve conversación que Johanes no alcanzó a entender los tres enfilaron en
pasillo directos hacia dónde él se
encontraba. A medida que se acercaban el ingeniero puedo distinguir que se
trataba de una mujer, enfundada en un traje de piel negra que esculpía su escultural
figura, remachado en dorado y rojo, abría
la marcha, escoltada por dos hombres y el suntuoso vuelo de su oscura gabardina coronada con hombreras doradas. El corazón del ingeniero le dio un vuelco
cuando sus entumecidos ojos se posaron sobre el cráneo alado que lucía sobre el
peto de aquella mujer, era un símbolo que conocía bien, el que identifica a los
miembros del Comisariado.
-Más vale que aparte los ojos de
mis tetas ahora mismo ingeniero.- El dulce tono de voz de aquella mujer no
amagaba su fría determinación.
- eeh… disculpe mi señora, ¿ puedo ayudarla en algo?- A pesar de su
juicio nublado por la bebida, la mente analítica de Johanes había escrutado
rápidamente a sus interlocutores. Los dos hombres que escoltaban a aquella
mujer lucían las negras armaduras de caparazón de las tropas de asalto, con el
blasón de la guardia Belerinita luciendo en sus grebas y hombreras.
-Me temo que sí, ¿ha estado usted
destinado al sector Delta6 recientemente no es cierto?- La mujer había clavado
sus ojos sobre la diminuta chapita que lucía sobre la solapa del chaquetón de
servicio de Johanes, aquella desgastada chapa de latón que lo anunciaba como
jefe del III cuerpo de ingenieros era una de las pocas cosas de las que aún se
sentía orgulloso.
El ingeniero dudó por un
instante, a su mente vinieron las imágenes que había contemplado por el
televisor unos minutos antes -…Así es mi señora.-
-Bien, pues acaba de ser
ascendido a jefe de sección, preséntese mañana a primera hora en la oficia de
asignaciones.- una mueca de consternación se había dibujado en el delicado
rostro de aquella mujer -Y por su propio bien más vale que esté sobrio.- y sin más
dio media vuelta y desapareció en la oscuridad de los fríos pasillos de la
estación, flanqueada por su escolta y la hipnótica danza de su gabardina.
Johanes permaneció unos instantes
pensativo antes colocar el pulgar sobre la cerradura de su habitáculo de
servicio. Las puertas se abrieron clamando por un poco de lubricante y tras ellas apareció aquel familiar caos de
ropa, documentos y chatarra esparcidos por doquier. Sin quitarse siquiera la
ropa, el ingeniero se fue a dormir aquella noche sin saber que sería la última
que dormiría en aquel cuchitril.
Puente de mando del Orgullo de
Kratia, en travesía estelar no
especificada por el sistema Belerin.
El Orgullo de Kratia era un
crucero ligero que había permanecido asignado a la VII Centuria mucho antes de
que el Rictor Kratio Augusto asumiera el mando de la misma. Era una nave
antigua y parca sin más comodidades que las imprescindibles para realizar su
misión, que por lo general consistía en la escolta del Azote o la intercepción
de otras naves escoltas.
A juzgar por lo que había visto en su travesía, la ofensiva se había recrudecido sobre las órbitas de Belerin Primus y Secundus, por lo que la mayoría de contingentes se estaba replegando sobre Gran Belerin donde lentamente parecía ir estableciéndose el frente de batalla.
A juzgar por lo que había visto en su travesía, la ofensiva se había recrudecido sobre las órbitas de Belerin Primus y Secundus, por lo que la mayoría de contingentes se estaba replegando sobre Gran Belerin donde lentamente parecía ir estableciéndose el frente de batalla.
En su ruta hacia Gran Belerin
habían visto como varios Cruceros de Batalla e incluso un Acorazado clase
Retribución sucumbían bajo el fuego combinado de varias de aquellas enormes
aberraciones de metal, que avanzaban inexorablemente, entrelazadas entre las
erráticas trayectorias del “convoy muerto”, que era el nombre con el que habían
bautizado a aquellas extrañas naves que navegaban a la deriva, sin más muestras
de vida que su lento avance atraídas por la gravedad de los planetas próximos.
El grueso de la flota permanecía
en vanguardia, donde gracias a la mayor maniobrabilidad del Azote de Herejes y
su escolta se dedicaba a lanzar incursiones tras las líneas del enemigo,
tratando así de brindar un salvoconducto a las fuerzas de defensa, que nada
podían hacer ante el lento pero imparable avance enemigo.
El orgullo de Kratia sin embargo
se había separado unas horas antes en pos de un preocupante correo interceptado
en una de las comunicaciones internas de la Guardia Belerinita. Al parecer
alguno de los generales había tenido la brillante idea de remolcar una de
aquellas “naves muertas” con la intención de atracarla para su posterior
inspección en la Fortaleza Orbital Jerguen, orbitando sobre Gran Belerin.
Con la información que habían logrado
obtener en B-217D con un tremendo coste, el simple hecho de pensar que la
guardia imperial fuese a inspeccionar una de aquellas naves en una estación
vital para la defensa del sistema, y situada tras las líneas de suministros, había
logrado que el viejo Hefestes casi perdiera los estribos. Sin embargo lo que
más parecía preocupar al Rictor Prius es que aquella operación parecía estar
orquestada por iniciativa propia de un mando intermedio. El mensaje
interceptado se había transmitido a través
de un canal secundario, y el emisor se había esforzado bastante en el
cifrado del mensaje. “Haz lo que sea necesario para asegurar esa fortaleza” le
había dicho el Rictor Prius a Kratio, el
simple hecho de que enviara a la VII Centuria denotaba la gravedad de aquel
asunto.
La VII era una Centuria eficaz en grado sumo,
pero sus métodos eran poco corrientes en los estándares de combate de los Astartes,
no en vano incluso entre los propios Mirmidones era conocida como “La Infame”.
No era la Centuria que protagonizaba las gloriosas batallas que se narraban en
las leyendas del capítulo, su tarea era mucho más sutil e ingrata, aunque
igualmente eficaz.
Leñe, tú escribes muy rápido, eh? xD
ResponderEliminarA este paso, cuando ponga yo algo habrá terminado la guerra! jajaja
Yo estoy igual, tengo mi siguiente relato a medias, entre el curro y tal no saco tiempo ni me viene la inspiración... Y entro para leer relatos muy buenos como estos y ¡¡¡me deprimo!!!
EliminarBueno, a ver como sigue esta serie^^ Lo de una compañía dedicada a hacer "el trabajos sucio" me gusta xDDD
Gracias! Normalmente me cuesta mas que se me ocurran las tramas, pero el tema de la campaña me facilita mucho las cosas al rellenar muchos de los huecos,y dentro de nada empiezo exámenes y en verano estoy off-line!!, así tengo aprovechar ahora que se me ocurren las ideas! XD
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