CAPITULO IV
“Eram quod es, Eris quod sum”
Sala de Strategium del Azote de
Herejes, en travesía hacia B-217D
A pesar de que el Azote era una nave relativamente joven,
apenas contaba con seis siglos de servicio, se había labrado una buena
reputación en la Franja Este y era especialmente temida por cualquier corsario,
pirata o traficante a lo largo del Septentrión, una vasta región estelar que
dividía el subsector Términus por la mitad y que era en realidad la última
frontera administrativa del Imperio. Se conocía la existencia de planetas
habitados y mínimamente civilizados con los que el imperio comerciaba más o
menos regularmente, como el planeta Taryl, la fortaleza orbital de Karsgard o
las lunas gemelas de Heracles. Pero más allá de eso lo que se extendía era el
espacio salvaje e inexplorado, donde la sagrada luz de Astronomicón no era sino
como el tintineo de una vela en la lejanía. Poco se sabía de los mundos que
quedaban más allá. Las fortunas capaces de convencer a un navegante para
adentrarse en aquella región quedaban demasiado lejos, y los posibles
beneficios más bien escasos, lo pocos planetas potencialmente interesantes
habían sido arrasados por la Flota Enjambre Kraken hacía ya varias décadas.
Nada bueno había surgido de aquel lugar desde entonces.
Justo antes de recibir la señal
de emergencia astropática emitida desde el Sistema Belerin, la Cohorte
“Martillo de Mirmidia” se encontraba patrullando por la región, cubriendo una
posible retirada hacia el Septentrion de las partidas caóticas que habían sido
dispersadas por la Cohorte “Justo Castigo”, después de una larga campaña de
saqueos a lo largo de varios de los sistemas limítrofes. Tras tres meses sin
hacer otra cosa que patrullar, la simple promesa de entrar en batalla había
bastado para convencer al Rictoratum de la Cohorte. Hacía meses que los rumores
sobre el ojo del terror y la sombra que se cernía sobre Cadia recorrían como la
pólvora todo el subsector a través de los convoyes comerciales y militares que
lo recorrían. Sin embargo los Mirmidones no habían sido requeridos, y aunque
cada Cohorte podía actuar a su libre cuenta y riesgo, los Rictor de las
Centuria II, III y VII bien sabían que con el capítulo diseminado, no disponían
ni de los hombres ni de los recursos necesarios para emprender una campaña tan
lejos de Mirmídia, y eso era algo que no iba a cambiar a corto plazo, no antes
de que se zanjaran los múltiples conflictos abiertos en la región y las Cohortes
fueran llamadas a jurar nuevos votos.
Hefestes estaba sentado en el
sillón que presidia el semicírculo de butacas situado en torno a la consola del
monitorum, flanqueado por el Hermano Tiberio, el Praetor de la III Centuria.
-¿Alguna novedad del Injuriador?-
Tiberio era unos años más joven que Hefestes, lo que era algo inusual, los
Praetor solían sobrepasar en varios años a los Rictor de las Centurias.
Por su hoja de servicios y su
experiencia hacía años que Hefestes podría haber promocionado a las Centurias II o I o incluso estar al
servicio del propio Cayo Severo, Tribuno del Capítulo, pero el siempre había
aborrecido los títulos y la gloria, su lugar estaba allí, en la patrulla y la
lucha diarias, aquella era su gloria y el modo en que mejor podía servir al
Emperador.
-Pocas, al parecer tenemos un
Bibliotecario que ha regresado de entre los muertos.- Hefestes curioseaba sobre
las hojas de datos que se recibían constantemente a través de las pantallas que
se hallaban ante su sillón. Había ordenado monitorizar el registro de
frecuencias que los operadores de comunicaciones estaban realizando en busca de
algún patrón reconocible, cuando encontraban uno lo cotejaban con los registros
de abordo y le asignaban una identificación determinada. De ese modo poco a
poco se iba tejiendo ante él una red de puntitos sobre el mapa del sistema. En
cada uno de ellos figuraba el nombre la unidad y el estado si era conocido, y
una serie de asteriscos si no había sido registrada aún.
-Y por si fuera poco,
su baliza ha regresado con él.- La imagen de aquel mapa solo lograba aumentar
su frustración, aquella era con diferencia la parte más tediosa de su trabajo.
-Bien, si el enemigo anda tendiéndonos emboscadas lo
tenemos justo dónde queríamos.- Tiberio ojeaba con curiosidad el luminiscente
mapa de puntitos y coordenadas que se proyectaba en el monitorum.
-Si los informes de la Repent son
ciertos, me temo que no se trata de una emboscada, no una tradicional al menos-
Un gesto de preocupación se había dibujado en los rostros de Hefestes.
-No te precipites amigo mío, no
estamos en Thalassia, ya sabes que a esos montones de mierda balbuceantes les
encanta vivir en un estercolero, aún es
demasiado pronto para hablar de demonios.
-De todos modos pronto saldremos
de dudas, he enviado a la Mortis a buscarlo, prefiero acabar con esto cuanto
antes.- Tiberio conocía perfectamente aquel tono de voz, llegado aquel punto
Hefestes solo aceptaba consejos si el mismísimo Emperador se presentaba ante él
en persona.
Apotecarion del Injuriador, orbita alta sobre B-217D
Habían pasado escasas horas desde
que el Sargento Bizanzio sufriera las heridas, pero el metabolismo
superdesarrollado de su cuerpo había acabado de cicatrizar todas y cada una de
ellas incluidas las lesiones internas que la presa de aquel asqueroso tentáculo
le había producido, sin embargo las lesiones a su orgullo eran otra historia.
“¿Cómo podía ser?” unos minutos
antes de que la estructura del puente de mando se viniera abajo con el impacto
de la cápsula de desembarco recordaba perfectamente como Stilikón permanecía de
pie, unos metros por detrás de su posición con la mirada fija aquel bulbo
palpitante y asqueroso que habían encontrado en el centro del puente de mando.
La capsula había impactado tras él, de otro modo la habría visto. Podría ser
que su cuerpo se hallara bajo la cápsula, eso explicaría la desaparición de sus
localizadores y aunque infrecuente eran accidentes que sucedían a veces.
Rápidamente desecho aquella idea de su cabeza, el sistema de guía inercial
estaba programado para evitar cualquier baliza, y recordaba cómo había ordenado
balizar su posición justo antes de entrar al puente. Además, hubieran
encontrado el cadáver bajo la cápsula tras su recogida, la desidia de los
Astartes para con las cápsulas era pura leyenda urbana alimentada
convenientemente por el Fabricante General. Lo cierto era que la ingrata tarea
de recogerlas recaía sobre los servidores o el personal auxiliar y que con el
precio que pagaban por ellas, raro era el capítulo que nos e dignaba a recogerlas
tras la victoria, a excepción quizás de los más vanidosos de los capítulos de
primera fundación. En caso de derrota, los problemas eran más graves que la
pérdida de un puñado de cápsulas.
-¿Qué tal se encuentra Sargento?-
El Apotecario Galenio se acercó hasta su camilla con aire desenfadado, iba
ataviado con un Quoruscant, la toga ritual que los Mirmidones más
tradicionalistas solían vestir cuando no se hallaban de servicio. Galenio tenía
el cuerpo y el rostro tan desfigurado por las cicatrices que a su espalda los
demás miembros de la segunda centuria lo llamaban “el tuerto”.
-He perdido a mi escuadra, ¿cómo coño crees
que me encuentro?- A pesar de que Bizanzio sentía un profundo respeto por
el, pues sabia de buena tinta que aquel
hombre había visto el infierno, aquella mañana no estaba para cuentos.
-Bueno veo que además de la salud
también habéis recuperado el ánimo, el Emperador protege.- Galenio no mostró mas que una ligera resignación.
-…Glorioso sea su nombre.- El
sargento se había incorporado y se había sentado sobre la camilla. – Y ahora si
no te importa toma las muestras que tengas que tomar para ratificar que no soy
un hereje y dame de alta, tengo asuntos que atender.- Bizanzio extendió el
brazo en el aire mientras Galenio le insertaba los catéteres, que
inmediatamente empezaron a drenar su sangre.
-Creo que te alegrará saber que
la baliza del hermano Stilikón se ha activado de nuevo.- Galenio pronunció
aquellas palabras sin darles mayor importancia. –Hannibal me ha pedido que
vayas al puente en cuanto acabe contigo.-
-¿Qué quieres decir con que se
han activado de nuevo? ¿Es eso posible?- El sargento Bizanzio estaba atónito.
-Desde luego que muy usual no
es.- Galenio arqueó las cejas mirando a los ojos del sargento con un aire
curioso.-Aunque sospecho que pronto tendremos más noticias, la Mortis ha bajado
a por él.- El apotecario había acabado de tomar las muestras y extrajo las
agujas del brazo de Bizanzio, más bien se las arrancó, pues éste ya se había
puesto en pie y emprendía la marcha en dirección al puente de mando.
-Parece que ya te has enterado de
las novedades.- Hannibal lo esperaba junto al mapa estelar.
- Si, según parce te has dado
bastante prisa en enviar un rescate justo antes de que yo pudiera…- El sargento
Bizanzio vio interrumpidas sus palabras por el gesto de Hannibal, que había alzado
la mano mostrándole la palma.
-¿Rescate?, ¿te crees que he
enviado a los exterminadores en una misión de rescate?- Hannibal parecía casi
ofendido. -¿Cuántos casos conoces en los que una baliza intracorpórea haya
desaparecido y vuelto a aparecer posteriormente?-
Hizo una pausa y miró al minúsculo puntito verde que parpadeaba sobre una
sección ampliada del mapa, en la que aparecía la superficie de B-217D, pero no
dejo que Bizanzio contestara a sus preguntas. –No sé qué vamos a encontrar ahí
abajo Sargento, pero dudo que sea al hermano Stilikón.- concluyó.
Escuadra Mortis, Coordenadas omitidas, decretada cuarentena nivel
Omnibus
El sargento Hajax acababa de
liberar los anclajes que le sujetaban a la bancada de carga, a pesar del grueso
blindaje el sistema de prensabilidad mejorado de la armadura de exterminador le
otorgaba una precisión igual o superior a la cualquier estructura orgánica. Sin
perder un instante conectó el sistema de visión periférica y la estancia se
iluminó con la luz de las pantallas, que empezaban a reflejar toda la
telemetría enviada por los escáneres.
Pudo apreciar en el visor frontal
como la silueta de la Thunderhawk que acababa de soltarlos se perdía en el
horizonte, un instante después la tripulación estaba ya en sus puestos, y con
un glorioso estruendo los ancestrales motores del Land Raider se pusieron en
marcha. La pesada maquina inició su marcha como una pequeña mota negra sobre el
lienzo blanco que era la gélida superficie de B-217D mientras los témpanos de
hielo y las rocas que escondían debajo crujían bajo el paso de sus orugas.
La nieve que caía incesantemente
sobre el planeta había empezado a cubrir los trozos de fuselaje menores que se
habían desprendido durante el aterrizaje, los más pequeños, de apenas unos
centenares de metros casi habían desaparecido bajo el espeso manto blanco, y no
tardarían en asemejarse a las gélidas colinas que salpicaban la superficie del
planeta aquí o allí. No era difícil imaginarse porque los habitantes del
sistema se referían a él como “Cuerno blanco”.
A lo lejos la maltrecha figura de
la nave accidentada rompía las líneas del monótono paisaje, accionando un
comando, el sargento Hajax amplificó la imagen de la estructura. Si aquello
había sido una nave desde luego era difícil imaginar que forma había tenido,
ahora parecía más bien el gigantesco cadáver de alguna monstruosidad en
avanzado estado de descomposición. Las roturas sobre el casco y los módulos que
se habían partido por la mitad parecían heridas supurantes, bordeadas por
costas, pústulas y tejidos en carne viva, ensamblados por gigantescos tendones
de los que se desprendía una la horrible mucosa que parecía envolverlo todo,
impidiendo que la nieve cuajara sobre ella. Con una rápida mirada hacia el
repetidor de frecuencia interna pudo comprobar como la señal del bibliotecario
seguía allí, en algún lugar de aquel enorme montón de mierda.
-Hemos alcanzado el punto ciego
Sargento, no podremos ofrecerle cobertura si nos acercamos mas.- La voz del
piloto sonaba a través del canal interno del vehículo.
-De acuerdo, en marcha pues.- El
Sargento tenía la mano sobre el pulsador y las compuertas delanteras del Land Raider
habían empezado su descenso con un venerable chirrido.- En su sagrado nombre.-
Añadió, y los cinco integrantes de la Mortis abandonaron el habitáculo para
adentrarse en los gélidos vientos, que azotaban la superficie planetaria
constantemente.
A cincuenta metros delante suyo se alzaba la monstruosidad
supurante en que se había transformado la nave. El Sargento Hajax abría la marcha,
con su espada de energía “Mutiladora” refulgiendo en su mano derecha y su puño
sierra “El Cirujano” en la izquierda. Los hermanos Fenix, Dorian y Melsior
flanqueaban la formación, mientras el hermano Séneca sostenía “la Impaciente”
en retaguardia, el apelativo con el que la escuadra se refería al cañón de
asalto.
Mantuvieron el paso hasta llegar
ante una de las paredes de carne putrefacta, no había ninguna obertura visible
pero ojeando el Asupex el sargento comprobó que aquel era el punto más cercano
a la posición del bibliotecario, no esperaba encontrar una estructura
organizada en el interior de aquella nave demencial, así que sin pensárselo dos
veces hincó “El cirujano” en la carne supurante, inmediatamente tras el
contacto la sierra del puño se activó con su característico sonido chirriante y
como si de una fiera hambrienta se tratara empezó a arrancar enormes cantidades
de carne y fluidos que salpicaban en todas direcciones mientras desgarraba una
sección de varios cientos de kilos.
-Buen trabajo Doctor.-Dijo Séneca
con tono Jocoso,
-En marcha.- Añadió el Sargento y
sin más dilación todos los integrantes de la escuadra entraron a través de la
obertura. Tal como había imaginado, en lugar de una nave aquello parecía el
interior de un intestino.
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