lunes, 6 de mayo de 2013

Prueba de Fe (Introducción a los Ángeles Descarnados) [RELATO]


Un ruido apenas perceptible le puso en alerta. Uziel desenvainó en silencio el cuchillo de combate y se quedó inmóvil. Lo que fuera, quedaba fuera de su campo de visión y no quería moverse para evitar hacer ruido y pillarlo por sorpresa. Más que la oscuridad , era el denso polvo del ambiente el que impedía ver más allá de un par de metros de distancia, lo que haría que el combate fuera cuerpo a cuerpo.


Uziel quedó inmóvil, como una estatua acuclillada con el cuchillo preparado mientras trataba de ver que era lo que se acercaba en la penumbra. Los leves sonidos eran cada vez más cercanos. El leve susurro del roce de unos ropajes, el de el terreno al ser removido a tientas con los pies.


Una silueta comenzó a vislumbrarse en la penumbra cuando esta se detuvo. Una suave y rasposa voz infantil rompió el silencio.


- ¿Eres un soldado?


Era la voz de un niño, quizá la de una niña. Uziel no contestó, permaneció tenso y en alerta, sin moverse, preparado para luchar si hacía falta.

- Se que estás ahí. Oigo... algo que llevas encima. ¿Has venido a ayudarme?

La silueta volvió a ponerse en movimiento. Por como avanzaba era evidente que no podía ver en lo que para Uziel era una penumbra. Si era un mortal puede que no fuera capaz de ver en aquella situación. Solo gracias a su agudeza visual mejorada y a los sistemas de su casco Uziel podía ver donde los simples humanos sólo verían negrura.

La figura avanzaba insegura, tanteando el suelo, pero en su dirección. El selector automático de su casco seleccionó la cabeza de la figura. El motor lógico mostró en el interfaz del casco la información que iba consiguiendo descifrar:

Raza: Humano
Edad: De 6 a 9 años estándar
Sexo: Indeterminado
Desarmado
Nivel de amenaza: Nulo

Uziel ya había deducido el mismo estos datos pero sólo tras la confirmación de su armadura se relajó. La armadura era prácticamente silenciosa, aunque un marine espacial era capaz de percibir el ruido de los servomotores de las articulaciones y del generador dorsal. Y al parecer, también la figura.

- Te oigo.

- Estoy aquí. - Respondió con voz cavernosa Uziel. No se acercó.
- ¿Eres un soldado? - Avanzó un poco más y el marine espacial pudo distinguir que el niño (¿O sería una niña?) agarraba un muñeco de peluche mugriento. Estaba descalzo y estaba completamente cubierto de suciedad. Vestía unos ropajes andrajosos, rotos por varios sitios y también totalmente sucios.

- Puede decirse que si. Soy un marine espacial. - La voz de Uziel sonó orgullosa. Luego hincó una rodilla y apoyó una mano en el suelo. Estaba herido. Hacer como que no había ocurrido le había servido durante un rato... la adrenalina del combate empezaba a desaparecer de su torrente sanguíneo y el dolor se hacía fuerte. Su armadura estaba cubierta de polvo y sus colores eran inapreciables salvo allí donde la sangre la teñía de rojo y limpiaba el polvo. La herida en el abdomen había sido devastadora. Su cuerpo mejorado no estaba ganando la batalla. Se estaba desangrando.

El niño se acercó un poco más y extendió una mano hacia el marine espacial a tinetas. Uziel se apartó un poco. Luego se quedó inmovil esperando el contacto. La manita se apoyó en la hombrera. Se deslizó poco a poco hacia el casco.

- No te veo. - Uziel apretó la mandíbula. El dolor amenazaba con quitarle el sentido...
- Está oscuro y hay mucho polvo.
- No podría verte igualmente. - Uziel no entendió a que se refería. - ¿Puedes quitarte el casco? - dijo mientras retiraba la mano y volvía a abrazar con fuerza el peluche.

Uziel se sentó y apoyó la espalda contra una pared. Empezaba a encontrarse débil. Estaba perdiendo mucha sangre. Necesitaba un apotecario.

Abrió los cierres herméticos del casco y se lo quitó. Tomó una bocanada de aire saturado de polvo. Distinguió los olores y sabores propios de la guerra y de un planeta extraño. Escuchó los sonidos apagados de cascotes y de escombros asentándose. Ahora que estaba fuera del casco, sus sentidos le daban más información sobre el entorno.

El niño se acercó un poco y volvió a extender la mano. Despacio, casi con un cuidado tierno más que de miedo, rozó la mejilla de Uziel. Este se quedó muy quieto. No sabía muy bien como reaccionar. El contacto fue algo raro. Nadie le había tocado nunca así, con suavidad. Nunca desde hacía por lo menos 130 años terráneos, desde que a los 11 años se despidió de su familia e ingresó en su capítulo, su nueva familia.

La mano le recorrió la cara despacio, se recreó en el tachón metálico incrustado en la frente, en la cicatriz que le recorría de arriba a abajo la mejilla y en el prominente mentón. Cuando acabó de recorrerle la cara, retiró la mano.

- Mi padre tenía un abrigo de piel de Jaque de las llanuras. Era duro y estaba cuarteado porque era muy viejo. Tu cara es como el abrigo de mi padre.

Uziel se quedó mirando al niño. Ahora lo entendía. El niño tenía la mirada perdida en algún sitio por encima de su hombrera. El niño no podría haberle visto aunque fuera mediodía. El niño era ciego.

- Puede que mi cara sea más antigua que el abrigo de tu padre. - Pasó la mano por delante de la cara del niño para confirmar que no veía nada. Luego se quitó el guantelete blindado y pasó él mismo su mano por su propia cara. Se sorprendió de lo desconocida que era su cara para si mismo. De verdad parecía cuero endurecido.

- Estás triste. - No fue una pregunta.
- No. Estoy herido.
- Y triste. Está en tu cara. - Uziel frunció el ceño.
- Soy un marine espacial. La encarnación del poder de la humanidad. Hijo genético de un semidios. No conozco el miedo. La alegría o la tristeza no tienen cabida en una vida como la mía.

El niño se quedó un momento como pensativo. Luego se abrazó con más fuerza al peluche.

- ¿Has venido a salvarnos?

El dolor del abdomen volvió con fuerza y le hizo apretar los dientes. Metió la mano en el agujero de la armadura y la sacó completamente roja. Aquello no estaba bien. La anatomía sobrehumana no iba a ser suficiente por si sola para curarle. Intentó levantarse, pero las piernas le flaquearon. No se había dado cuenta, pero estaba sentado sobre un charco de sangre. Su intercomunicador no funcionaba. No le faltaba mucho tiempo para morir. Esa certeza le relajó un poco. No iba a morir en combate, pero al menos iba a ser a consecuencia de uno.

- No me has contestado.
- No he venido a matarte. - Contestó uziel con displicencia.
- Eso ya lo se. No me has dicho porqué estás triste. Yo estoy triste. Mi mamá y mi papá... Creo que están muertos. Yo estaba en la escuela cuando todo empezó. Cuando llegué a mi casa, solo quedaba un montón de escombros humeante. - Uziel miró duramente al niño. Luego, relajó el gesto y bajó la mirada.
- Yo también he perdido a alguien muy querido. - ¿Que estaba haciendo? ¿hablando de sentimientos con un humano? ¿Con un crío humano?
- ¿A quién? ¿A tu padre? - Uziel dudó un momento.
- No conocí a mi padre. No a mi padre biológico, sino a mi padre genético. Él murió hace mucho tiempo. - El niño puso cara de no entender a qué se refería. - Mi padre murió antes de que yo me convirtiera en marine espacial. Él era el padre de todos mis hermanos marines espaciales.
- Tengo un amigo que tampoco tenía padre. Pero el vivía en casa de un hombre al que llamaba padre. Espero que estén bien...
- Si, es algo parecido... Pero a quien yo he perdido es a mi... abuelo.
- ¿Ha muerto?
- Puede... no lo se. Pero he hecho cosas... Cosas que mi abuelo no aprobaría. Si le viera, si pudiera hablarme... No creo que quisiera que siguiera siendo su nieto.
- ¿No te querría?
- No... Me mataría.
- Mi abuelo nunca me mataría. El es bueno, ¿sabes? Me regaló a Bob. - alargó los brazos hasta dejar frente a la cara de Uziel el mugriento peluche. - Yo nunca haría nada para enfadarle.
- Ya es tarde para mi.
- ¿Porqué no le pides perdón? - Uziel contuvo una sonrisa. Esa sería una buena solución, acercarse al trono dorado y pedir perdón.
- No creo que me perdonara. - Quizá fue por el estado de debilidad en el que se encontraba, pero la voz se le fue apagando. El niño se sentó junto al marine espacial. Tenía alrededor de diez veces menos volumen que él. Parecían no tener ni un solo gen en común.

Uziel inclinó la cabeza y se miró la herida. Las fuerzas le iban abandonando y decidió que el esfuerzo de volver a levantar la cabeza no merecía la pena. Unos segundos después el niño volvió a romper el silencio.

- Una vez mamá se enfadó mucho conmigo. Rompí algo de casa. Nunca la había visto tan enfadada. Me puse muy triste. Lloré mucho porque pensé que no volvería a quererme. - Uziel ni siquiera se incorporó - Entonces le hice un dibujo. Era un dibujo en el que papá, mamá y yo estábamos en un parque con árboles y jugábamos juntos. No era un buen dibujo. Yo era pequeño y no sabía pintar muy bien. Pero a ella le gustó, ¿sabes? No me quitó el castigo, pero sentí que me quería cuando se lo dí.

Uziel abrió un poco los ojos. Hizo un esfuerzo por volver a enfocar y puso una mueca de dolor y esfuerzo cuando volvió a incorporarse contra la pared.

- ¿Que has dicho? -masculló Uziel.
- Que tu abuelo... - la voz del niño perdió su tono cándido e inseguro mientras se levantaba y se sacudía el polvo de los harapos - No creo que esté muerto. Si estuviera muerto tú lo sabrías. - Uziel miró atónito al niño.
- Aún así, él...
- Él te quiere. - Le interrumpió - Él te quiere porque es tu abuelo. Los abuelos, como los padres, a veces se enfadan. A veces los hijos nos equivocamos. A veces nos merecemos ser castigados. - El tono del niño era seguro y directo. Tenía la mirada blanquecina centrada en los ojos de Uziel. - Pero que nos merezcamos un castigo... no es excusa para enfrentarnos a nuestra familia. - Uziel no entendía qué estaba pasando. Incluso la postura del niño había cambiado, transmitiendo seguridad.

- ¿Quién eres? ¿Qué estás haciendo aquí?
- Soy un niño cualquiera Uziel. Uno de tantos en el Imperio de la humanidad. Soy aquel al que juraste proteger. ¿Y tú? ¿Quién eres? ¿Qué eres? ¿Y que quieres ser? - Uziel, casi incapaz de moverse de su sitio bajó la mirada.
- Yo... estoy condenado.
- Esa no es una respuesta. Ni siquiera vale como excusa. - Uziel volvió a centrarse en el niño.
- ¿Quién eres?
- Eso da igual. Lo que importa aquí es quién eres tú.
- ¿Yo? Yo ya no soy nadie. Ni siquiera soy un marine espacial. Soy una parodia de mi mismo. Fui el primer capellán de mi compañía. Yo guiaba espiritualmente a mis hermanos, pero nos descarriamos. No puedo predicar, no hay guía espiritual para los traidores. Estamos condenados. Vivimos porque no sabemos rendirnos, pero no hay esperanza para nosotros. Soy un muerto en vida... - Y se le quebró la voz.
- Tú, Uziel el renegado, eres un guía espiritual. Tú serás quien guíe a tus hermanos en el futuro, bien hacia la perdición o bien hacia la redención. La condenación no es excusa para faltar a tu deber y a tu juramento. Esa es la excusa de los débiles.
- ¿QUIÉN ERES?- Levantó la voz, pero su cuerpo no acompañó su gesto amenazante.
- La Guerra Eterna, Uziel, no se libra sólo en esta realidad. Soy lo que tu denominarías un ente de la disformidad.
- Demonio... - El odio afloró en su voz
- Si, hemos tenido muchos nombres... Pero pocos tan despectivos. - Uziel manoteó buscando su cuchillo caído. Apuntó con la punta afilada a nivel molecular al pecho del niño.
- Voy a destriparte, demonio. Te llevaré conmigo al infierno.
- Hoy no vas a morir Uziel. Y no me llames demonio. Es ofensivo. - Uziel soltó una carcajada
- ¿Te he ofendido demonio? - el niño negó con la cabeza en un gesto de resignación
- A veces sois difíciles de tratar... Vuestro condicionamiento defensivo es un verdadero incordio. Recuerda lo que te he dicho, Uziel.
- ¿Qué? ¿Que busque la redención? ¿Que el Emperador me quiere? ¿Que sabe siquiera de mi existencia? ¿Que clase de manipulación tratas de usar conmigo? ¿Qué clase de demonio viene a presenciar mi muerte y a verter palabras como esas en mis oídos?
- Es verdad... Si soy un demonio debería estar tratando de reclutarte para uno de los grandes estandartes de los dioses oscuros, ¿no? Quizá, ¿a cambio de tu vida? ¿Entregarías tu alma a mi dios a cambio de una vida más?
- ¡NO! - La ira consumió la palabra
- No... y por eso estoy aquí, Uziel. Hoy no vas a morir. Yo no voy a tener nada que ver con ello. Sin embargo, hoy volverás a nacer como un hombre nuevo. Volverás a hacer lo que mejor sabes hacer, Uziel. Predicarás y guiarás a tus hermanos.
- ¡NUNCA! No venderé mi alma. Nada podrá convencerme, antes me cortaré el cuello. - Apoyó con fuerza el filo contra su garganta. - El niño se acercó lentamente y alargó una mano para apoyarla contra la mano ensangrentada que sostenía el cuchillo.
- Hay una cosa que debes saber, Uziel. Hay otros nombres para nosotros. Solo unos pocos estamos agusto con ese apelativo. Y es el único que aceptamos de buena gana. - Se inclinó sobre Uziel y susurró algo a su oído.

Uziel cerró los ojos y dejó escapar una sola lágrima. Soltó el cuchillo y se desmayó.

Cuando volvió a abrir los ojos, Uziel iba colgando de los hombros de dos hermanos de batalla. No podía ayudarles con su peso. Estaba muy débil.

- Uziel, aguanta, el apotecario está en camino.
- ¿Donde está? - Su voz era un hilo apenas perceptible.
- ¿Donde está quién?
- Había alguien aquí.
- No hemos visto a nadie... ¿Quién estaba aquí contigo, Uziel? ¿Que ha ocurrido? - preguntó el segundo - ¿Has visto algo?

Uziel meditó durante un instante.

- He visto... He visto un ángel.

2 comentarios:

  1. Ey está interesante!

    Me alegro de haberlo leído, aunque se supone que no tenía tiempo,jeje.

    Un saludo!

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