sábado, 18 de mayo de 2013

Sables Rotos: Capitulo I [Relato]


CAPITULO PRIMERO


 
Estación de defensa orbital Jerguen, órbita geoestacionaria sobre Gran Belerin.
El ingeniero Johanes se hallaba apoyado en aquella mugrienta barra de bar, absorto bajo las psicodélicas luces de neón que recurrentemente rompían con la oscuridad de los rincones de aquel tugurio. Un cigarro agonizaba sobre su dedo, amenazando con verter la ingente cantidad de ceniza que había ido acumulando lentamente dentro la copa de Kodva sobre la que pendía. A su alrededor varios desconocidos seguían enfrascados en sus discretos quehaceres sin ánimo de interacción alguna. Últimamente había reducido drásticamente la cantidad de alcohol que ingería, las rutinas a las que se había visto obligado a someterse a lo largo de las últimas dos semanas le ayudaban a soportarlo, pero aquel trago nocturno era lo único que mantenía alejados a los dolores de cabeza.
El ingeniero alzó con desidia la cabeza tratando de desentumecer el cuello e instintivamente sus ojos se posaron sobre el reloj, tratando de enfocar la mirada sobre aquellos dígitos rojos que parpadeaban colgando en la pared que había tras la barra. Como cada noche a lo largo del último mes y medio hacía ya un par de horas que debería de haberse retirado a sus estancias, en el sector 3-KL.
 
La clara luz de la pantalla anclada junto al reloj llamó su atención, era una emisión tardía del informativo  interno de la estación, aunque sin el audio era imposible entender nada de lo que comentaban. Sin embargo la noticia iba acompañada por algunas imágenes entre las que el ingeniero creyó distinguir la sección de muelles Delta6, de la que el había partido hacia apenas dos semanas.

Con el lastre del alcohol entumeciendo sus movimientos, Johanes extrajo su cartera de uno de los bolsillos laterales del pantalón, hizo ademan de sacar algunos billetes del interior, pero solo notó el rugoso tacto de la piel curtida. Sus ojos se clavaron sobre la máquina tragaperras que se hallaba a final de la barra, “hija de puta” pensó, y tras dejar unas monedas sobre la barra salió por el roñoso marco metálico que hacía las veces de puerta, tambaleándose ligeramente.
Los pasillos estaban desiertos como era habitual a aquellas horas, a excepción de los guardias y los descarriados nadie se aventuraba a recorrer los fríos pasillos de la estación entrada ya la noche, y los primeros eran cada vez más escasos desde que había empezado aquella  locura de guerra.
 
 
La Jerguen era una de las principales estaciones de defensa de Belerin así que desde que habían empezado a aparecer las primeras de aquellas extrañas naves, se había transformado en un hervidero de regimientos de la Guardia Belerinita y las distintas fuerzas de defensa planetaria, pero todos estaban de paso. La mayoría de soldados que aunaban el valor para abandonar su acuartelamiento se reunían en los tugurios situados junto al centro de operaciones, por lo que  el personal de servicio, que eran los clientes habituales, se habían visto obligados a trasladarse a otros sitios más alejados si no querían sufrir noche tras noche las bravuconerías de los soldados.
Johanes deambuló unos diez minutos a lo largo de los monótonos pasillos. El metal desgastado por los innumerables siglos de servicio había adquirido un tono parduzco, a juego con las paredes, donde podían verse perfectamente los rastros de la corrosión en cada uno de los remaches. La Jerguen era como una anciana cuyos problemas de edad eran un quebradero de cabeza constante para sus ingenieros, era una reliquia de otros tiempos, anacrónica a los dinámicos patrones de defensa orbital actuales. La pesada estructura de Jerguen estaba diseñada para resistir un enorme castigo, no para infligirlo, pero gracias a ello, disponía de trescientos kilómetros cuadrados de superficie hábil, por lo que seguía siendo uno de los principales espaciopuertos orbitales del sistema. En mitad de una guerra como aquella su relevancia estratégica se había disparado, y en la práctica eso se traducía en que los problemas y reparaciones del ingeniero Johanes  habían aumentado exponencialmente.
 
El ingeniero reconoció al instante la esquina del pasillo de servicio KL, no le hizo falta leer el diminuto panel, el particular patrón de la mugre en las paredes era algo que su memoria había interiorizado hacía ya varios años. Tras andar unos metros por el algo llamó la atención del Ingeniero, algo que no solía estar allí habitualmente, al menos no a esas horas. Las tenues luces de servicio acentuaban las sombras de tres figuras que permanecían inmóviles frente a una de las puertas que daban paso a las estancias particulares del personal de servicio. Si el alcohol no le había nublado demasiado el juico, era la suya.
Pensó en seguir andando como si con él no fuera la cosa, lo último que necesitaba era una reparación de última hora, pero uno de los individuos se había percatado de su presencia, y tras una breve conversación que Johanes no alcanzó a entender los tres enfilaron en pasillo directos hacia dónde  él se encontraba. A medida que se acercaban el ingeniero puedo distinguir que se trataba de una mujer, enfundada en un traje de piel negra que esculpía su escultural figura, remachado en dorado y rojo, abría  la marcha, escoltada por dos hombres y el suntuoso vuelo de su oscura gabardina coronada con hombreras doradas. El corazón del ingeniero le dio un vuelco cuando sus entumecidos ojos se posaron sobre el cráneo alado que lucía sobre el peto de aquella mujer, era un símbolo que conocía bien, el que identifica a los miembros del Comisariado.
 
-Más vale que aparte los ojos de mis tetas ahora mismo ingeniero.- El dulce tono de voz de aquella mujer no amagaba su fría determinación.
- eeh… disculpe  mi señora, ¿ puedo ayudarla en algo?- A pesar de su juicio nublado por la bebida, la mente analítica de Johanes había escrutado rápidamente a sus interlocutores. Los dos hombres que escoltaban a aquella mujer lucían las negras armaduras de caparazón de las tropas de asalto, con el blasón de la guardia Belerinita luciendo en sus grebas y hombreras.
-Me temo que sí, ¿ha estado usted destinado al sector Delta6 recientemente no es cierto?- La mujer había clavado sus ojos sobre la diminuta chapita que lucía sobre la solapa del chaquetón de servicio de Johanes, aquella desgastada chapa de latón que lo anunciaba como jefe del III cuerpo de ingenieros era una de las pocas cosas de las que aún se sentía orgulloso.
El ingeniero dudó por un instante, a su mente vinieron las imágenes que había contemplado por el televisor unos minutos antes -…Así es mi señora.-
-Bien, pues acaba de ser ascendido a jefe de sección, preséntese mañana a primera hora en la oficia de asignaciones.- una mueca de consternación se había dibujado en el delicado rostro de aquella mujer -Y por su propio bien más vale que esté sobrio.- y sin más dio media vuelta y desapareció en la oscuridad de los fríos pasillos de la estación, flanqueada por su escolta y la hipnótica danza de su gabardina.
Johanes permaneció unos instantes pensativo antes colocar el pulgar sobre la cerradura de su habitáculo de servicio. Las puertas se abrieron clamando por un poco de lubricante y  tras ellas apareció aquel familiar caos de ropa, documentos y chatarra esparcidos por doquier. Sin quitarse siquiera la ropa, el ingeniero se fue a dormir aquella noche sin saber que sería la última que dormiría en aquel cuchitril.
Puente de mando del Orgullo de Kratia, en travesía estelar no especificada por el sistema Belerin.
El Orgullo de Kratia era un crucero ligero que había permanecido asignado a la VII Centuria mucho antes de que el Rictor Kratio Augusto asumiera el mando de la misma. Era una nave antigua y parca sin más comodidades que las imprescindibles para realizar su misión, que por lo general consistía en la escolta del Azote o la intercepción de otras naves escoltas.

A juzgar por lo que había visto en su travesía, la ofensiva se había recrudecido sobre las órbitas de Belerin Primus y Secundus, por lo que la mayoría de contingentes se estaba replegando sobre Gran Belerin donde lentamente parecía ir estableciéndose el frente de batalla.
En su ruta hacia Gran Belerin habían visto como varios Cruceros de Batalla e incluso un Acorazado clase Retribución sucumbían bajo el fuego combinado de varias de aquellas enormes aberraciones de metal, que avanzaban inexorablemente, entrelazadas entre las erráticas trayectorias del “convoy muerto”, que era el nombre con el que habían bautizado a aquellas extrañas naves que navegaban a la deriva, sin más muestras de vida que su lento avance atraídas por la gravedad de los planetas próximos.
El grueso de la flota permanecía en vanguardia, donde gracias a la mayor maniobrabilidad del Azote de Herejes y su escolta se dedicaba a lanzar incursiones tras las líneas del enemigo, tratando así de brindar un salvoconducto a las fuerzas de defensa, que nada podían hacer ante el lento pero imparable avance enemigo.
El orgullo de Kratia sin embargo se había separado unas horas antes en pos de un preocupante correo interceptado en una de las comunicaciones internas de la Guardia Belerinita. Al parecer alguno de los generales había tenido la brillante idea de remolcar una de aquellas “naves muertas” con la intención de atracarla para su posterior inspección en la Fortaleza Orbital Jerguen, orbitando sobre Gran Belerin.
 
 
Con la información que habían logrado obtener en B-217D con un tremendo coste, el simple hecho de pensar que la guardia imperial fuese a inspeccionar una de aquellas naves en una estación vital para la defensa del sistema, y situada tras las líneas de suministros, había logrado que el viejo Hefestes casi perdiera los estribos. Sin embargo lo que más parecía preocupar al Rictor Prius es que aquella operación parecía estar orquestada por iniciativa propia de un mando intermedio. El mensaje interceptado se había transmitido a través  de un canal secundario, y el emisor se había esforzado bastante en el cifrado del mensaje. “Haz lo que sea necesario para asegurar esa fortaleza” le había dicho el Rictor Prius a Kratio,  el simple hecho de que enviara a la VII Centuria denotaba la gravedad de aquel asunto.
La VII era una Centuria eficaz en grado sumo, pero sus métodos eran poco corrientes en los estándares de combate de los Astartes, no en vano incluso entre los propios Mirmidones era conocida como “La Infame”. No era la Centuria que protagonizaba las gloriosas batallas que se narraban en las leyendas del capítulo, su tarea era mucho más sutil e ingrata, aunque igualmente eficaz.
 

3 comentarios:

  1. Leñe, tú escribes muy rápido, eh? xD
    A este paso, cuando ponga yo algo habrá terminado la guerra! jajaja

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    1. Yo estoy igual, tengo mi siguiente relato a medias, entre el curro y tal no saco tiempo ni me viene la inspiración... Y entro para leer relatos muy buenos como estos y ¡¡¡me deprimo!!!

      Bueno, a ver como sigue esta serie^^ Lo de una compañía dedicada a hacer "el trabajos sucio" me gusta xDDD

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  2. Gracias! Normalmente me cuesta mas que se me ocurran las tramas, pero el tema de la campaña me facilita mucho las cosas al rellenar muchos de los huecos,y dentro de nada empiezo exámenes y en verano estoy off-line!!, así tengo aprovechar ahora que se me ocurren las ideas! XD

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